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La muerte llegó desde la casa de Dios en Puebla



FOTO INTERNET

Miércoles 20 de Septiembre de 2017 2:50 pm

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Todos estaban con Dios, orando en honor a la bebé Elideth, que sería bautizada, pero ni eso lograron, porque la tierra se movió y echó abajo la cúpula de la Iglesia de Santiago Apostol, aplastando a 11 personas.


Son tantos los muertos que dejó el sismo en la región de la Mixteca poblana, que los nombres de las víctimas debieron ser colocados con cinta “masking tape” en los feretros para poder ubicarlos: Carmen, Feliciana, Susana, Samuel, Azucena, Florencio, Fidelia, Aurelia, Manuela, Maria de Jesus y Elideth.

La casa de Dios, la Iglesia de Santiago Apostol, fue el origen de la tragedia porque el sismo de 7.1 grados la derrumbó y se llevó a doce de sus hijos... ahora sólo queda despedirse de 11 víctimas, originarias de este municipio y la doceava en Chietla.

Todos estaban con Dios, orando en honor a la bebé Elideth, que sería bautizada, pero ni eso lograron, porque la tierra se movió y echó abajo la cúpula.

Dos familias completas acabaron sepultadas y con ello la muerte llegó a este pueblo de no más de mil habitantes, que se asienta a cerca de 100 kilómetros de la capital poblana. “Nada más quedo yo de mi familia”, dice Don Graciano Villanueva, quien perdió a seis de su clan: esposa, hija, yerno y dos nietecitas.

Junto con su esposa era el padrino del bautizo. Se mantiene fuerte, firme, como casi todos los deudos de los fallecidos, porque si la iglesia se cayó y murieron 12, era una decisión de Dios.

"Eso es conmovedor, es aceptar la voluntad de Dios”, afirma Noé Martínez, integrante del clan de Don Graciano. Se fueron de esta vida, dice, haciendo oración y por tanto "no queda otra que resignarse a la voluntad del Señor".

Atzala, junto con Atlixco y Puebla, es el municipio que más fallecidos tuvo a consecuencia del terremoto. Suman 43 las víctimas en el estado, pero es aquí donde en un sólo lugar perecieron tantos.

Y como para que no quede duda, Don Graciano suelta una frase entre la tristeza y la amargura: "aquí estoy contando los muertos... tristeza es lo único que hay acá".

La hija de Graciano, Juana Villanueva, contiene las lágrimas. Se esfuerza en que no la vean sufrir. Aún, dice, hay un motivo para seguir viviendo, a pesar que murió su madre, dos hermanas, dos sobrinos y su cuñada.

"Tengo que resignarme, que Dios me de fuerza para seguir con mi papá, que todavía está con vida... mi familia es chica y echarle ganas con los que nos quedamos", dice.

Atzala está conmovido. Cientos de flores llegan a la calle y decenas de personas rinden oración y homenaje a los fallecidos, entre ellos cinco niños. La incredulidad es la constante.

El bautizo estaba programado para el fin de semana, pero lo adelantaron en martes. Las cosas de Dios, dicen los lugareños, ni antes, ni después. Es como la muerte, cuando te toca te toca. El día va para largo.

El arroz, los frijoles y los huevos hervidos ayudan a mitigar el hambre de aquellos que despiden a sus vecinos y familiares, porque en esta región lo poco que hay siempre se comparte.

A un par de cuadras la Iglesia, que se encuentra con daños en el 90 por ciento de su estructura, amenaza con caerse. Cruje a la menor provocación del viento y ruedan piedras desde lo más alto.

Los escombros son un reflejo de lo sucedido. Ladrillos, blocks, varillas y cemento por doquier. "Son las almas que ahí quedaron", explica Juan Sánchez, un hombre de 40 años de edad que yace parado frente a los escombros.

Llora a los muertos, pero también llora a su Iglesia, donde el fin de semana estaba programada una misa por los quince años de su hija. No es la única infraestructura con daños.

El alcalde de Atzala, Albeerto Ramkos, hace un recuento de los daños: biblioteca, comisariado ejidal, kiokso, casa de la cultura y al menos 50 viviendas.

"La pérdida humana es lo importante, lo demás son construcciones y lujos, aquí el detalle y lo doloroso son las personas y niños fallecidos", afirma.

EL UNIVERSAL



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