Razones
JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
¿Quién le dice a AMLO que está equivocado?
Lunes 09 de Julio de 2018 8:12 am
LAS ocurrencias son parte de cualquier
campaña electoral, acompañan a cualquier candidato que debe dar tres o cuatro
discursos diarios durante meses, dan y quitan votos, pero casi todos son
conscientes de que las ocurrencias no pueden convertirse en un programa de
gobierno. En la muy tersa, casi de terciopelo
transición que se está escenificando durante la última semana, hay muchos
capítulos en los que el virtual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador,
se ha manejado con extrema cautela y certidumbre. Pero cuando caemos al tema de
la seguridad, tanto personal como pública, pareciera que entramos en un mundo
raro, donde las decisiones no se toman pensando en esa cautela y certidumbre
que caracteriza otras áreas. No es responsabilidad de quienes están
encargados de la misma, como Alfonso Durazo, sino del propio Presidente electo,
que está trasladando fobias del candidato a su nuevo status institucional,
porque el Presidente de la República es una institución que debe regirse como
tal. Todos hemos visto la imágenes de un
Presidente electo rodeado de periodistas, curiosos, cámaras, micrófonos, sin
ningún orden ni concierto, sin protección personal, a centímetros de sufrir o
provocar un accidente cada vez que quiere trasladarse a algún lugar. No se
trata de alejar a López Obrador de la gente, pero sí debe tener una seguridad
mínima y profesional. No se la ha podido establecer desde hace una semana,
porque por alguna razón, López Obrador no quiere, a pesar de que todos en su
equipo son conscientes de lo delicado de ese abandono en seguridad. El tema tiene un origen: el Presidente
electo, entre varias otras ocurrencias, ha dicho que desaparecerá el Estado
Mayor Presidencial, luego especificó que lo reintegrará a la Sedena, pero de
todas formas ha dicho que no tendrá seguridad de ese cuerpo militar
especializado. Alfonso Durazo, interrogado sobre el tema, salió con otra
ocurrencia, que sería cuidado por “civiles con experiencia”. Hombres como
Durazo, que han trabajo en las más altas posiciones en Los Pinos, debería ser
los primeros en decirle a López Obrador que el EMP no es un grupo de custodias
que cuidan al Presidente y a su familia. Es un cuerpo especializado, muy
eficiente, que cuida al Presidente, pero también el que organiza sus
actividades, protege a mandatarios extranjeros, tiene el enlace con
instituciones similares en el extranjero, controla comunicaciones, traslados,
equipos, el patrimonio de la propia Presidencia de la República. Estamos
hablando de miles de hombres y mujeres que se han especializado durante años en
esa labor y que la cumplen profesionalmente con quien sea el Presidente en
funciones. No hay en el Estado Mexicano ninguna institución o grupo de “civiles
con experiencia” que esté en condiciones hoy de hacer algo similar. ¿Quién
cuidará y organizará las labores de la Presidencia sin el EMP?, quién sabe; lo
que es seguro que no será posible hacerlo con seguridad y eficiencia,
simplemente improvisando. Dice el Presidente electo que no
utilizará el avión presidencial ni la flota aérea de la Presidencia, que volará
en vuelos comerciales. Es otro error. No es un tema de austeridad, mover al
Presidente y a su equipo en vuelos comerciales terminará siendo mucho más caro,
más ineficiente e inseguro que hacerlo en los equipos del Estado Mexicano (que
insisto, no son del Presidente, son del Estado, y por eso están a su
disposición). Imagínese, además, los pobres pasajeros que tendrán que estar a
expensas de la llegada o el movimiento de un Jefe de Estado en su vuelo
nacional o internacional. Dice que no utilizará los helicópteros para sus
traslados. López Obrador, mejor que nadie, sabe que para llegar a comunidades
en la sierra o la selva, se puede tomar horas en traslados por tierra, a pesar
de estar sólo a unos kilómetros de distancia. Sobra decir el grado de
inseguridad e ineficiencia que eso implica. Siempre recuerdo que Luis Donaldo
Colosio tuvo una idea similar al iniciar su campaña hace 24 años. Su primera
gira era a la Huasteca hidalguense, decidió ir en una camioneta, con parte de
su gente siguiéndolo en caravana. Se perdieron en los caminos de la Huasteca,
estuvieron 4 horas dando vueltas, mientras la gente los esperaba bajo el sol en
Huejutla. Fue un desastre que, por la aversión de Donaldo a la seguridad y a
verse demasiado controlado, nunca se arregló del todo. Ya sabemos cómo terminó
la historia meses después en Lomas Taurinas, custodiado (¿recuerdas, estimado
Durazo?) por un grupo de “civiles con experiencia”. Dice el Presidente electo que no
vivirá ni utilizará la residencia oficial de Los Pinos. Es como si Trump decidiera
que ya no despachará en la Casa Blanca y decide poner sus oficinas en la Torre
Trump. Es verdad que despachar en Palacio Nacional no es un desdoro, pero no es
eficiente ni práctico, porque toda la infraestructura que requiere un Jefe de
Estado mexicano está, desde que se instaló allí don Lázaro Cárdenas, en Los
Pinos: no se trata de sentarse detrás de un escritorio a recibir gente. Hay
equipos de comunicación, de logística, salas para reuniones de emergencia o
confidenciales, infraestructura para recibir gente, invitados, organizar
reuniones. Es verdad que todo eso se puede montar en Palacio Nacional o donde
sea, pero hablando de austeridad, ¿qué sentido tiene gastar cientos o miles de
millones de pesos en montar en otro lugar toda una logística que ya existe y
que está a disposición del Presidente en turno? Puede ser válido que por alguna
razón no quiera vivir en Los Pinos, pero cualquiera que sea su vivienda,
implicará montar equipos e instalaciones mínimamente similares, además de ser
un verdadero riesgo personal y familiar para él y para quienes vayan a ser sus
vecinos.
Los hombres y mujeres que están junto
a López Obrador lo saben, saben que es un error, que así no son las cosas, que
se está poniendo en riesgo él mismo y a las instituciones que representa, con
argumentos u ocurrencias que no se condicen con un Jefe de Estado mexicano que
además llegará al poder con legitimidad y abrumadoras expectativas sociales.
Alguien le tiene que decir al Presidente electo que está equivocado. ¿Nadie de
los suyos se atreve?