Populismo: Problemas de un concepto
RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO
Jueves 12 de Julio de 2018 9:00 am
III/III EN la entrega
pasada (jueves 5 de julio) expuse algunas definiciones académicas del término
populismo, y me incliné por la definición mínima de Cas Mudde y Cristóbal
Rovira Kaltwasser: populismo como una ideología levemente centrada, que concibe
a la sociedad dividida en dos grupos antagónicos: el pueblo puro y la élite
corrupta. Se trata de una concepción ideológica moral de la política y la
sociedad. En esta entrega, trataré de analizar a AMLO y su victoria a la luz de
dicha definición. Si por algo se ha
caracterizado AMLO es por sostener más o menos el mismo programa durante
décadas: un programa nacionalista impulsado por un Estado fuerte e interventor,
que sirva como interlocutor y mediador entre los diferentes sectores sociales
(campesinos, obreros, burócratas, empresarios, etcétera); un Estado con
suficiente autonomía en relación con la sociedad y con los demás poderes,
fácticos (empresarios, crimen organizado) e institucionales (los otros niveles
de gobierno e instituciones internacionales). Lo que ha
modificado es su imagen, que logró transformar de radical a moderado. No es
esto producto únicamente de AMLO: el hartazgo de los votantes llegó a tal grado
que poco importaba si existían campañas dirigidas a presentar a López Obrador
como un peligro para México. Si cambiamos el miedo por el hartazgo (y también
un poco de esperanza), encontramos circunstancias favorables para el arraigo
del populismo como ideología imprecisa (y en eso radica su fuerza) cercana a la
definición de Mudde y Rovira Kaltwasser. El escenario estaba puesto: la mafia
del poder (principal estrategia de pedagogía política de AMLO) contra el pueblo
bueno. Las elecciones se convirtieron en la principal arma del pueblo bueno
para derrotar a la mafia. En el discurso, AMLO es un populista, sin duda
alguna. Pero el discurso
no lo es todo. Si establecemos una relación entre el mencionado proyecto de
AMLO y el populismo, encontramos problemas fundamentales propios de la tensión
entre populismo y democracia liberal. Tomemos, por ejemplo, la discusión en
torno a la reforma del artículo 102 constitucional y los colectivos y
organizaciones en torno al movimiento #FiscalíaQueSirva. Desde hace 2 años,
estas organizaciones han luchado por la creación de una Fiscalía autónoma del
poder político, con el objetivo de fortalecer dos instituciones claves: la
propia Fiscalía y la Fiscalía Anticorrupción. En este sentido, el movimiento
exige primero el fortalecimiento institucional, y después el nombramiento de la
persona. Por contraste,
AMLO ya ha mencionado una terna de posibles fiscales y ha rechazado
abiertamente las propuestas de algunas organizaciones de la sociedad civil. Es
fácil pensar este conflicto, tachando de entrada a López Obrador de
autoritario, pero el problema de fondo no es ese. El asunto principal es que
López Obrador necesita un Fiscal cercano para llevar a cabo su programa de
justicia transicional y, a la vez, cumplir los más que evidentes acuerdos
hechos con el PRI de Peña, aquellos acuerdos que le quitaron de encima un
poderoso enemigo durante los últimos meses de campaña. Podríamos
encontrarnos, entonces, ante una encrucijada: ¿Estará pensando López Obrador en
la necesidad de primero fortalecer el Estado por medio de su figura caudillista
y centralizadora, para después reconfigurar el andamiaje institucional? Es una
posibilidad. Por otro lado: ¿Habrá descartado López Obrador la posibilidad de
reconstruir instituciones autónomas de su figura populista?
Yo tengo la
esperanza de que nos estemos dirigiendo hacia el primer escenario. López
Obrador podría, en ese caso, pasar a la historia como un populista, sí, pero un
populista democrático (y no es contradicción).