Razones
JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
El derrumbe de Anaya arrastró al PAN
Viernes 13 de Julio de 2018 8:08 am
LA del pasado 1 de julio ha sido la
peor elección en la historia contemporánea del PAN. El principal responsable de
esa derrota, Ricardo Anaya, no ha aparecido en público desde ese domingo, luego
de un desaseado discurso de reconocimiento de la derrota. Su sucesor en la
presidencia panista, en realidad un simple operador suyo, Damián Zepeda, que
terminó confrontado con casi todos los gobernadores y personajes de poder real
del PAN en el proceso electoral (entre otras razones, porque probablemente ha
sido el presidente del PAN de menor nivel político en su historia), ha salido a
los medios para defender a Anaya, cuando en realidad ni el ex candidato
presidencial ni su grupo pueden presentar un solo argumento que justifique su
permanencia en el cargo. En realidad, los electores panistas
son los que repudiaron a Anaya. En la Ciudad de México, Alejandra Barrales,
perdiendo, obtuvo por el Frente 500 mil votos más que Anaya; el candidato
presidencial tuvo casi 33 por ciento menos de votos que la candidata a Gobernadora.
En Puebla, Marta Erika Alonso tuvo un 56 por ciento de votos más que Anaya; en
Tabasco, Gerardo Gaudiano, que lejos estuvo de ganar el estado, tuvo un 61 por
ciento más votos que Anaya. La historia se repitió en Veracruz
(casi un 30 por ciento menos el candidato presidencial que el de Gobernador);
en Yucatán, un 21 por ciento menos; en Chiapas, un 13 por ciento menos; en
Jalisco, Enrique Alfaro tuvo 400 mil votos más que Anaya (un 30 por ciento); en
Morelos hubo un 38 por ciento de diferencia entre el candidato a Gobernador
panista con el candidato presidencial, e incluso en Guanajuato, Diego Sinhué
tuvo un 24 por ciento más de votos que Anaya. Lo mismo sucede en todos los estados,
tanto en las elecciones para diputados como para senadores, en algunos con
porcentajes escandalosamente bajos para el candidato presidencial respecto a
sus candidatos a legisladores. El anayismo dice que lo traicionaron.
En realidad, el candidato fue abandonado por su partido. Es evidente, primero,
que el panismo, por lo menos en un tercio de sus electores, decidió castigar a
Anaya porque votó por panistas en otras elecciones (gobernadores o
legisladores). Es evidente que la estrategia del Frente fracasó, porque en
todos los lugares donde hubo candidatos locales del PRD o de MC, la votación
por Anaya se cayó dramáticamente respecto a la de esos candidatos, y los dos
mejores ejemplos son la Ciudad de México y Jalisco. El resultado es que Anaya
apenas estuvo por encima de Diego Fernández de Cevallos en la elección de 1994,
hoy con una Lista Nominal de casi el doble de electores. Eso es consecuencia directa de las
sucesivas rupturas de Anaya con todos quienes han trabajado con él, llámense el
gobernador Francisco Garrido, Roberto Gil, Felipe Calderón, Gustavo Madero,
Margarita Zavala o Rafael Moreno Valle. Entre los que no son panistas, la lista
es interminable, comenzando por el presidente Peña hasta el ex jefe de Gobierno,
Miguel Mancera. Es consecuencia de haber sacrificado la candidatura del PAN
para sacar un Frente con candidaturas decididas en la cúpula y que tenía dos
objetivos: su candidatura presidencial y la de Alejandra Barrales en la CDMX.
Es consecuencia de una campaña que nunca tuvo rumbo y que en los 3 últimos
meses se concentró en defender al candidato de las acusaciones de corrupción
que lo acosaban. Anaya es un hombre joven que tendrá
que aprender a rehacer su vida, pero no nos equivoquemos: tratar de imponer el
regreso a la dirección del PAN de él o de sus más cercanos colaboradores sería
una sentencia de muerte para el panismo. Por lo pronto, Anaya logró que hoy el
espacio de centro derecha al PAN se le esté disputando el PES, un partido que
apenas está luchando por su registro. El equipo de Anaya, con Damián Zepeda,
Marko Cortés y otros de sus operadores (salvo Santiago Creel, la mayoría de
ellos bastante poco presentables), quieren imponer una elección interna que no
sea abierta y que deje en la presidencia del PAN al gobernador de Guanajuato,
Miguel Márquez, o a algunos de sus más cercanos, como Ernesto Ruffo. Márquez es
un político serio, pero regresaría al PAN más conservador, más cercano al
Yunque, y tampoco alcanza para tener consigo a toda esa corriente. Ruffo se ha
cansado de insultar a los suyos. A Margarita Zavala, que era la panista más
popular en el país, Anaya la sacó del partido. Un día antes de las elecciones,
mediante un comunicado expulsó a Ernesto Cordero y Jorge Luis Lavalle, porque
osaron oponerse a su candidatura.
En el PAN, luego de todas las
operaciones de limpieza emprendidas por el equipo de Anaya, apenas queda en su
padrón 281 mil militantes, una cifra muy lejana de sus simpatizantes y
electores históricos. La única alternativa que tienen para, en los hechos,
refundar el partido, es una elección abierta, con candidatos que logren
restañar heridas, saber tender puentes internos y externos, hoy rotos en un
sentido y en el otro, y hacer política de verdad. En ese horizonte hay pocas
opciones, me imagino que una alianza entre Roberto Gil y Moreno Valle es lo más
viable.