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SABBATH



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

¿Cambios? ¡Ni le buigan!


Sábado 14 de Julio de 2018 9:14 am


UNA intrincada maraña burocrática se ha montado en torno al derecho a la caza. En términos jurídicos, ese derecho se debe entender como el que un mexicano, por el simple hecho de serlo, tiene para aprovechar racionalmente ciertos recursos naturales; en este caso, ejemplares de la fauna silvestre.

Por supuesto, no es un derecho que se ejerza al arbitrio del derechohabiente, sino reguladamente. No se trata de que uno salga con las armas, la bandolera y el morral a buscar bichos con el espíritu de aquí te pillo y aquí te mato. Se entiende que implica leyes, reglamentos y trámites. Eso es lo necesario, lo justo, lo correcto.

Sucede, sin embargo, que a la caza se la ha satanizado porque se ejerce principalmente con rifles y escopetas (la pistola es sólo auxiliar de remate, para evitar más sufrimiento a una presa), si bien ahora se ha extendido el uso del arco y la ballesta, cuyos proyectiles, las flechas, tienen un impulso físico, no químico como el de las armas de fuego.

Esa satanización proviene de la tonta idea de que las armas sirven eventualmente para tomar el poder por asalto. Tal fue el gran trauma que el régimen posrevolucionario padeció durante casi un siglo y todavía no cesa. Lo ha llevado a ver en cada ciudadano un potencial delincuente y un enemigo soterrado del Estado nacional. Por ese motivo, las limitaciones a la compra, posesión y uso de las armas de fuego son drásticas y alcanzan la irracionalidad en la ley y el reglamento que regulan el derecho constitucional a poseerlas y usarlas. 

La Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos y el Reglamento de esa norma son una mezcolanza de ordenamientos autoritarios, definiciones erróneas, arcaísmos (como la introducción del término tercerolas, armas en desuso, de la época en que Turok cazaba pterodáctilos y tiranosaurios rex) y contradicciones que terminan en un gigantesco galimatías. Entre diputados y senadores torpes y mal intencionados a lo largo de décadas y a partir del sexenio de Luis Echeverría, y militares prepotentes y autócratas que le temen al pueblo, elaboraron una legislación que es una birria amarga.

Como fuere, cazadores y tiradores nos hemos acostumbrado a lidiar con ella y hasta con las interpretaciones que hacen militares, autoridades civiles, jueces y toda esa compañía de teatro que dice llevar las riendas del país, como si la patria fuese una yegua. Y no sólo los generales, sino hasta sargentillos de medio pelo como aquel que se hizo famoso en el Registro Federal de Armas por destilar amargura y obligando a los ciudadanos a recurrir a su jefe, un coronel sensato. A ese sargentillo, lo motejaron el Jabalí, por el corte de pelo y por el humor de los mil diablos que se cargaba. Lo removieron por protestas de ciudadanos.

Bueno, como después de las elecciones se anuncian cambios aquí, allá y más allá, sólo espero que a los asuntos regulatorios de la cinegética los dejen como están. Cierto: no se cuentan las leyes del ramo entre lo mejor del país, pero si les mete mano gente desconocedora e improvisada, las pondrá peor.

Si pretenden cambiar la legislación sobre armas de fuego y sobre el derecho a la caza, harían bien en primero preguntar, consultar a los cazadores y tiradores del país, que sumamos varias decenas de miles de ciudadanos que contribuimos al crecimiento de la incipiente industria cinegética nacional. Esa industria crece lentamente porque, además, se encuentra con el escollo que suele ser la Semarnat y unas leyes ambientales disfuncionales, aplicables a un país poblado de ángeles y querubines.

De una vez hay que advertirlo, porque no faltará el lucidito que pretenda, en imitación ilógica de ciertos grupos extranjeros, sobre todo españoles, desaparecer el derecho a la caza. Y eso va a tener un efecto: la protesta y movilización de decenas de miles de cazadores y de empresarios y trabajadores de la industria de turismo cinegético. A ellos se unirían los vendedores de ropas y arreos así como de cartuchos. No le muevan. O como decimos en lengua colimense: No le buigan. Ni se les ocurra. Si todavía les queda una duda, presten atención a las redes sociales de cazadores y tiradores. O simplemente, recuerden lo que hicieron los pescadores –con quienes se solidarizaron los cazadores– cuando pretendió la burocracia ambiental limitar el derecho a las capturas en beneficio de pescadores comerciales afectos a prácticas ilegales.

Si no consultan para mejorar, así dejen las cosas. Insisto: no le muevan, no le buigan, porque encontrarían a miles de ciudadanos un poquito más que irritados.