Innovemos algo ¡ya!
MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA
Nuestra casa de dos
Domingo 15 de Julio de 2018 8:23 am
ESTOY segura que tú has conocido de
esas tristes riñas de pareja, esas con recuerdos dolorosos de largos
tentáculos, que se mantienen por años y que junto con sus obsoletos, pero no
menos hirientes reclamos, nos han trastocado la verdadera función del vivir a
dos. Me refiero a las disputas que incluyen a la familia, las que florecen por
un mal entendido con los suegros, cuñados o con la familia política, y que
suenan así: Es que tus papás, es que tu hermana, es que tu familia, es que en
mi familia, es que, es que, es que… Y aunque suene confuso, eso es de lo
más común. Si te detienes a mirar, es incluso obvio. Cuando hacemos pareja, no
llegamos solos a la cita, con nosotros llega toda nuestra familia con su
heredad cultural, social, emocional; están detrás nuestro, junto con todos sus
vinculados, lo que involucra diferentes creencias, expectativas, modos, formas
y costumbres. Es ser un “no-vio” absoluto, y así, en ese “en-amor-miento”
hacemos las promesas que después serán los reclamos que hieren el alma, porque
el corazón inmaduro exigirá que seamos los mismos del ayer durante todos los
hoy del mañana. Cada día, tú y yo somos personas con nuevas experiencias y,
aunque sutil, con una evolución constante, pero por desgracia el reclamo es que
ya no somos los mismos de ayer. ¿Paradójico?, sí. Advirtamos que si no somos
emocionalmente adultos e independientes, que si no hemos logrado madurar para
migrar, difícilmente obtendremos la paz en el hogar, esa que no se teje con los
reclamos de todo lo que no nos es familiar. Es como cuando en la casa de
crianza se desayunaba fruta, huevos, café, jugo y pan, y en la casa de la
pareja con un vaso de leche era suficiente, y entonces, después de la luna de
miel, cuando lo cotidiano se instaura, fastidia desayunar vasto, y si además te
dicen: es que te lo hice con tanto cariño y tú no lo aprecias… O cuando tú no
sabes ni tender la cama, y tu pareja no puede irse de casa sin poner al sol las
toallas y tender la cama. Y es así como entre expectativas no
cubiertas, llega la soledad a dos, y todo por no haber escuchado aquel primer
consejo: “Y dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán
una sola carne”. También sé que puede sonar a religiosidad, pero si nos
detenemos y lo miramos desde otro lugar, quizás obtengamos una buena
herramienta que nos sea útil cuando de tener una vida compartida en pareja se
trate. Fíjate, por favor, que este consejo está inscrito en el Génesis, y que
los 10 mandamientos, ocurren hasta muchos cientos de años después. Entonces,
dejar a su padre y madre y allegarse a su mujer significa romper una lealtad y
comenzar otra, porque la unión de dos personas es un convenio y no un arreglo
repentino e improvisado. Antes de dicha unión, la primera obligación del hombre
era para con sus padres; después de haberse unido, su obligación pasa a su
cónyuge. Ahora bien, esto se extiende al
afirmar: “…y serán una sola carne”, en donde se ve con buenos ojos la intimidad
de las parejas, su consecuente prole y descendencia. Innovemos algo ¡ya!,
dejemos de pelear por hacer de nuestro cónyuge un igual a nuestra casa paterna,
y sepamos cimentar un “nuestra casa de dos”, ese hacer de dos individuos que
construyen, juntos, una relación armoniosa y serena, edificante y segura; sin
pleitos, fugas y sin reclamos; el amor se hace a diario y es una decisión, y la
intimidad agradable y sana es consecuencia de esa amar. Si crees que aprendiste
a reclamar en vez de amar, busca ayuda, por favor, para poder, sin romper con
tu origen, crear una hogar que con sus propias normas y tradiciones, uno que
sea un espacio en donde se respire paz, se beba seguridad y se confíe al amar. *Terapeuta
innovemosalgoya@gmail.com