La palabra del domingo
ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ
¿Predicar? ¿Por dónde comenzamos?
Domingo 15 de Julio de 2018 8:26 am
EN aquel tiempo, Jesús llamó a los 12
apóstoles y los envió a predicar el Evangelio. Les hizo algunas recomendaciones
para que no se apoyaran en cosas materiales, sino que confiaran en Dios y
apreciaran la acogida fraternal o el rechazo agresivo de los hogares visitados. La sencillez de esta narración
evangélica nos lleva a reconocer que en la obra de la salvación del hombre,
Dios busca colaboradores humanos. Cristo mismo se hizo hombre para salvarnos y
quiere valerse de todos nosotros como instrumentos de su gracia. Dios siempre
tiene la iniciativa, nos llama y sale a nuestro encuentro: “Vayan a todos los
pueblos y enséñenles todo cuanto les he mandado”. Estamos asociados a Cristo en la
propagación del Evangelio. El campo del apostolado no tiene límites y abarca a
todos los hombres, sin distinción. Sin embargo, por lógica y por amor, la
familia es primera. El Concilio Vaticano II se expresa de la familia como
“Iglesia doméstica, donde los padres deben ser para los hijos los primeros
educadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo”. Por el Sacramento del Matrimonio,
instituido por Cristo, los esposos se entregan mutuamente en unión indisoluble.
El Señor confiere a los esposos la gracia necesaria para alcanzar la santidad
en la vida conyugal y educar cristianamente a los hijos. No debemos ser candil de la calle y
oscuridad de la casa. Tener una familia es una riqueza incalculable, es tesoro
de superación humana y divina, pero supone responsabilidades muy serias de
formación integral; formar a los hijos cristianamente es una tarea no renunciable;
está llena de fatigas, desvelos y sacrificios cuyos resultados son a veces muy
desalentadores. Muchas veces se tiene la impresión de estar perdiendo el tiempo
en la evangelización y que todo esfuerzo es inútil. No hay que olvidar que los esposos están
trabajando sobre seres humanos dotados de libre albedrío. Los hijos pueden
aceptar o rechazar el mensaje, pueden echar por tierra las más profundas
esperanzas. A los padres de familia no se les pedirá cuenta de lo que pudieron
realizar a pesar de que pusieron todos sus esfuerzos. Los resultados dependen
de Dios y de la respuesta libre y personal de cada uno de los hijos. Con la
ayuda de Dios, hay que trabajar sin descanso, frecuentando los sacramentos,
orando fuertemente, confiadamente, dejando los resultados en manos de Dios.
Amigo (a): Que el Espíritu Santo
ilumine nuestro camino para seguir adelante con alegría y con mucho amor, con
prudencia, con ejemplo. Los frutos de nuestro apostolado individual, familiar y
social, tal vez no se verán sino hasta la otra vida donde habrá de mostrarse,
en toda su grandeza la infinita misericordia de Dios que nos ama con locura.