Cargando



A son de mar



ELSA I. GONZÁLEZ CÁRDENAS

Vayamos al circo


Viernes 20 de Julio de 2018 8:20 am


EL miércoles 11 de julio antes de mediodía, en Manzanillo llovió como solía llover años atrás: chorros de agua caían en las aceras sin dar tregua; los ríos urbanos nacieron; la corriente de agua arrasó hojas, basura y tierra; las alcantarillas no se daban abasto y los peatones detuvieron su paso. Hubo una tormenta eléctrica que por fortuna no causó daños materiales ni pérdidas humanas. Lo que sí pudieron presenciar los habitantes fue la grandeza de la madre Tierra, gozar el día y la madruga siguiente, un espléndido clima en la ciudad.

Una semana antes de la lluvia, se instaló un circo frente al bulevar. Por la radio anunciaban las dos únicas funciones entre semana: 6:30 de la tarde y 8:30 de la noche.

La tormenta concluyó poco antes de las 2 de la tarde. A esa hora el cielo estaba despejado y las actividades del puerto volvían a la cotidianidad.

Lupita decidió llevar a su hijo al circo. Lo alistó con tiempo para asistir a la primera función, ella casi siempre anda a las carreras para tratar de ser puntual, a veces lo logra. Lupita y el pequeño arribaron al circo y ¡oh, sorpresa!, dentro de las instalaciones una laguna nacía. La madre le explicó al niño que otro día volverían, pues el circo estaba inundado y el niño entendió. Después lo llevó a un centro de diversiones para compensarlo.

Una semana después regresaron. Esa tarde, el sol estaba radiante. En la entrada dos hombres platicaban. Al verlos llegar, uno entró a la taquilla para venderles los boletos, 100 pesos para adulto y 50 pesos para niño en el área de luneta. Al adentrarse, el otro hombre de rostro sonriente y facciones perfectas les dio la bienvenida. Más adelante, la señora que estaba detrás del carro de las palomitas de maíz, se acercó para pedirles las entradas. Lupita se las mostró y enseguida aprobó el acceso.

Lupita miró a su alrededor, más de 30 personas eran los espectadores: padres e hijos esperaban entusiasmados el inicio del espectáculo. Ramsés abrió la función. Hizo malabares con aros, balones de futbol y sombreros, lucía sonriente con la juventud encima. Él mismo hizo el papel de payaso, interactuando con el público al cual invitó a pasar. Después, una acróbata impresionó a la audiencia, le siguió una contorsionista arriba de una mesa de metal.

Lupita recordó sus clases de yoga e imaginó que algún día podría lograr hacer esas posiciones, luego vinieron Masha y el oso en compañía de Peppa Pig; apareció Tarzán –era el mismo hombre guapo que los recibió en la entrada–, mostrando un cuerpo escultural: delgado pero bien marcado, de piel tatuada y músculos fuertes caminaba a cuatro patas. También hizo acrobacias sujetado de aros con telas de colores verdes.

El circo parecía familiar. Todos los integrantes hacían un gran equipo. Ellos mismos apoyaban a su compañero para realizar el siguiente número. Cuatro o tres hombres jalaban la cuerda cuando las acróbatas ascendían en el aire.

Las tres mujeres bailarinas de complexión rolliza mostraban sus habilidades circenses. En el intermedio, se convertían en comerciantes. Vendían papas fritas con salchichas, nachos, pelotas, un oso movible de cartón, chicles, etcétera. Lupita pronto sintió empatía por los circenses. Le volvió a la memoria el documental que vio en un taller de cine, donde una familia tenía un circo. Los hijos deseaban dejar atrás el legado familiar e irse a Estados Unidos a probar fortuna, pero los padres deseaban continuar.

Ahora se preguntaba cómo eran las vidas de ese gran equipo que tenía frente a sus ojos. Vio los carros campers afuera de la carpa, estaban bien conservados. El ambiente se percibía cálido. Los espectadores infantes se divirtieron. El hijo de Lupita no fue la excepción, aunque por ratos deseaba irse a casa. Ella agradecida de haber visitado el circo recordó su infancia: cuando veía un mundo distinto, lleno de sorpresas, cosas nuevas por conocer y mil interrogantes por hacer.

A Lupita le tocó la época donde en los circos presentaban animales. A veces tigres, leones, changos, perros, pericos o camellos. Feliz los veía pasar dentro de las jaulas, cuando los circenses los mostraban por las calles, invitando a la gente e ir regalando boletos de cortesía. Los circos deben ser apoyados por la sociedad. Visitarlos es mejor que ir al cine o llevar a los hijos a los juegos mecánicos. Los espectáculos perduran en la memoria del niño para toda la vida. Lupita y su hijo regresaron a casa con una experiencia inolvidable.