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Noche de verano



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 21 de Julio de 2018 8:55 am


ESTUVE atento a la historia. Escuché el pesado golpe del tacón del calzado, como si fueran unas modernas botas. Parecía que quisieran romper el piso, golpeaban el suelo empedrado en la oscuridad de la brillante noche costeña. No podía esconderse, los ahí refugiados sabían que el tirano estaba presente y cerca de ellos. Los firmes pasos que retumbaban en las crujías y al aire libre, indicaban que era tiempo de disciplina. Era el conquistador.

La humedad de la noche y el intenso calor, obligaban a despojarse de las pesadas armaduras y de los gruesos trajes europeos. En el edificio se sentían seguros o con menos riesgos que en campo abierto. Estaban en el corazón del islote que eligieron para construir su refugio.

Era una típica noche veraniega. A los hombres ahí confinados les socorría la enorme luna redonda cuya brillantez les ayudada a escudriñar los oscuros corredores del refugio. Afuera, el mar tenía pinceladas plateadas que se movían con las diminutas olas oscuras. Olía a mar, a sal húmeda, a verano. Todo era contrario a la vida cotidiana de esos hombres en su tierra natal, distante a miles de millas.

Esos hombres seguramente extrañaban su terruño, es de humanos apegarse a la tierra y la cuna, a la familia, a todo lo que es suyo y les brinda afecto y cariño. Nadie gusta estar con el enemigo o quien no concuerda. La vida se disfruta con los nuestros para que la estancia en el planeta no sea un mero accidente biológico.

Sentado frente al muro de las argollas, en mi noche de plenilunio observo las figuras de los guerreros españoles que llegaron hace 500 años. Los rehago en mi mundo, oigo sus voces, sus gritos. Los veo enfermos por su contacto con el trópico y los reservorios de moscos transmisores de enfermedades, en esos tiempos mortales. 

Oigo al agua golpear los cascos de las ingenuas embarcaciones de madera, el agua las mueve, los hombres guardia vigilan que todo sea sereno como la noche. Las enormes argollas de bronce clavadas en el muro, retienen a los barquitos. No hay alarma ni amenazas de ataques piratas o de los enemigos locales provenientes del mundo totonaca. Es una noche de paz y cada marino o soldado había consumido su dosis de vino español. La mayoría descansaban.

Hoy, en cambio, miles de luces artificiales se proyectan desde el cercano puerto de Veracruz. Luces neón, de colores, led, reflectores de los enormes barcos que arriban por cientos de todos los continentes y traen y llevan miles de toneladas de mercancías. Pareciera que nadando uno puede llegar al muelle, salir y tomarse un café en el malecón. La vista engaña, la resistencia puede traicionar.

Seguí paseando en el oscuro San Juan de Ulúa. Un privilegio ahora escuchar mis tacones golpeando el suelo histórico. Miles de leyendas vienen a mi cabeza, versiones distintas del servicio que prestó la fortaleza orgullosamente española. Subí a los cuatro baluartes y desde arriba vi cómo las modernas grúas cargan a los buques. Hace casi 500 años en el muro de las argollas se anclaban los barquitos de madera españoles, hoy los vecinos son monstruos de acero y los protege una especializada red de seguridad. Antes fueron los cañones.

Es placentero seguir la historia desde tan hermoso sitio construido con piedras de corales marinos, donde se confinaron vidas, pólvora, Presidentes de la República, reclusos y han muerto cientos de personas por fechorías o por defender el sitio. Aquí casi todos fueron héroes de su propia causa en un tiempo en que la nación aún era un concepto ajeno a todos.

Al fondo se escuchan las hermosas voces de mis amigas las sopranos veracruzanas, rememoran a Juan de Grijalva, su arribo, su vida y su herencia. Cantan las bellas voces y me dicen cuán fuerte fue Grijalva. Les creo. En el patio contiguo a la explanada y la Casa del Gobernador, se escucha mejor y las dulces entregas al oído me arrullan y me pasean por épocas que hoy vivo al compás de la camerata del puerto.

Así también se viven los hechos históricos en otra noche de verano.


nachomardelarosa@icloud.com