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SABBATH



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

El país de las copias


Sábado 21 de Julio de 2018 9:07 am


PARA entrar en la categoría de las personas previsoras y ordenadas, un mexicano debiera tener almacenado un tambache de fotocopias de su credencial de elector, ese documento sine qua non de la vida nacional que obtuvo ya una identidad propia: “su IFE, mi IFE”. Tan arraigado el vocablo en el habla popular que todavía no se instaura la dictadura del “su INE, mi INE”.

Fui a tramitar licencia de caza, un documento que expide la Semarnat a los cazadores legales. Cada vez cuesta más y lo pagamos porque es indispensable para otros trámites como la obtención de cintillos de aprovechamiento de especies cinegéticas. Es decir, el gobierno nos vende un permiso de caza y luego nos vende otro permiso de caza, que tiene otro nombre, para especies en particular; hay así cintillos para venado, guajolote, jabalí, paloma, patos, gansos, conejos, etcétera. Eso equivale a que a un conductor de automóvil el gobierno le vendiera, como le vende, la licencia de conducir, pero además lo obligara a pagar un permiso para desplazarse a, por ejemplo, Guadalajara, Mérida, Chihuahua o Xalapa. En los hechos, sí cuesta, y cuesta mucho, por el pago de casetas de peaje, si bien hay la alternativa de carreteras libres, donde no se paga. En la cacería, en cambio, no hay opción: pagas o pagas… o te vuelves furtivo. 

Cuando fui a la Semarnat, encontré a personas con quienes no había tramitado nada antes. Como había extraviado mi licencia de caza anterior, les informé. Me dijeron que para reponer el documento, tendría que previamente denunciar la pérdida ante ¡el ministerio público!, institución agilísima, como todos sabemos, y luego llevarles a ellos fotocopia de la denuncia para que me repusiesen una licencia que, además, en estos momentos sirve para maldita la cosa, porque estamos en época inhábil: no puede uno cazar ni esquilines. Lo conveniente era obtener la nueva.

Mientras veía cómo la muralla burocrática se elevaba cada vez más alta, se me ocurrió algo tan simple como mentir: Mi licencia extraviada está vencida. Entonces se abrieron las puertas y consintieron. Pero me pidieron mi clave de acceso. Por supuesto, no la sé. Si se usa una vez al año, ¿quién carajos se la aprende? Les dije que otra señorita de la misma Semarnat, la mar de amable ella, me ayudaba cada año a generar una clave. No, tampoco. Finalmente, una señorita dijo que sí. Me pidió “mi IFE” y entró “al sistema” de Semarnat, recuperó mi clave, expidió una orden de pago y salí hecho la mocha al banco a liquidar. 

“Y me trae una fotocopia de su IFE y una de su CURP”, me indicó la señorita. Como ya sé dónde sacan fotocopias cerca del banco, no me costó gran trabajo, salvo rodear unas seis cuadras para regresar a donde está un negocio con fotocopiadora. Yo, claro, había olvidado sacarlas.

Volví a la Semarnat –que ya no tendrá delegado a partir de diciembre, según las nuevas lumbreras de la burocracia nacional–, entregué los papeles, me dieron otros a llenar y los llené y firmé. Esperé turno para que me tomaran foto y me dieran la credencial que es la licencia de caza nueva, para la temporada 2018-2019, pero que necesito ahora mismo para tramitar el Permiso Extraordinario de Transportación de Armas (PETA) ante la Sedena. Salí raudo al club.

En las oficinas del Cinegético Colimán todo fue sencillo y rápido. Pagué cuanto tenía que pagar, mostré la licencia de caza recién obtenida, fotocopias de “mi IFE y mi CURP”, entre otros documentos y la secretaria, amable, me los devolvió llenos y una orden de pago bancaria. 

Todo eso hay que llevarlo a la Zona Militar, a cuya entrada hay que firmar y deberé dejar “mi IFE”, pasar a la ventanilla donde me recibirán una carpeta de documentos y comprobantes de pago, me devolverán una copa sellada. Volveré en tantos días como me indique el militar encargado de los trámites.

Una vez con el PETA en las manos y avalando las armas de fuego que puedo transportar, lo llevaré –es obligatorio– a la oficina del club, donde lo fotocopiarán para integrarlo a mi expediente. Con el PETA, podré llevar mis armas a la cacería… en octubre próximo.

Tal vez un día, en México cambiarán los modos gubernamentales. Quizá un gobierno del futuro dejará de considerar delincuentes a los ciudadanos cada que tramitan algo en las oficinas públicas. Puede ser que entonces no tengamos necesidad de mentir para abrir las puertas de la burocracia. No veo cercano ese día. Por lo contrario, percibo que en lo inmediato las cosas, en ese rubro, van a empeorar. Espero equivocarme.

Mientras tanto, continuaré mi tarea titánica de pertrecharme de montones, huatos o bonches (del inglés, bunch) de fotocopias de “mi IFE y mi CURP”, de comprobantes de domicilio que caducan cada tres meses, como si uno tuviese la gana gitana de mudarse cada quince días; de cartas de antecedentes no penales, cuya validez fenece a los seis meses, lapso en que, según el gobierno, uno puede cometer cualquier crimen; del registro de armas; de los comprobantes de ingresos; y fotos de tamaño infantil, pasaporte, credencial y certificado, no sabe uno qué vaya a necesitar mañana a las 9 de la mañana. 

En un tiempo en que la edición y clonación de documentos es tarea de alta simplicidad, me pregunto si aún tienen utilidad las fotocopias más allá de piratear libros y permitir a pequeños negocios ganarse unos pesos extras que a nadie le caen mal.