De ayer y de ahora
JAIME ROGELIO PORTILLO CEBALLOS
Maltrato y hambre de afecto
Domingo 22 de Julio de 2018 8:31 am
HAY lecturas que atrapan. El lector
está seducido por una historia o por un modo de escribirla. O también por la
forma en que está expuesto un problema o por la claridad en la argumentación.
En las semanas pasadas, me concentré en un libro llamado El cuerpo nunca
miente, de Alice Miller. El tema es interesante y triste a la vez. Se aborda al
niño maltratado, abusado sexualmente o despreciado; al infante no querido, no
deseado; al pequeño o pequeña humillado o golpeado con castigos severos o
desproporcionados, y cómo estas desastrosas experiencias infantiles repercuten
en la salud y conducta adulta. Al tiempo que expone semblanzas
biográficas de grandes hombres y mujeres con infancias desgraciadas y
sentimientos reprimidos, explica cómo afloran conductas y enfermedades, ya que
“el cuerpo nunca miente”. Afirma que el cuerpo busca y ama la verdad y la
expresa, en estos casos, con enfermedades. El niño o la niña maltratado o abusado
reacciona primero con una emoción paralizante: el miedo; el miedo a otra
paliza; el temor a otra carencia; el pavor a los golpes, abusos, encierros, al
frío, al hambre, al abandono. Reprimen sus sentimientos por un afán de
sobrevivencia. La rabia es contenida porque la vida depende, curiosamente, de quien
te humilla y golpea. El infante, al mismo tiempo anhela quién le ame, le
quiera, le cuide y busca que su verdugo –frecuentemente sus propios padres– le
quiera y se “somete” porque quiere que lo quieran, quiere que lo respeten, que
lo tomen en cuenta, que sea alguien. Así, ante una madre distante, frustrada,
autoritaria y golpeadora; ante un padre tiránico y alcohólico; ante un
padrastro pederasta, violento y abusador, el infante se debate
inconscientemente entre el miedo paralizante, la rabia reprimida y la búsqueda
del alimento emocional que requiere con toda el alma: el calor afectivo, la
comprensión, el cariño y estímulo para crecer y desarrollarse con amor,
alimento que nunca recibe. La autora hace una pregunta
aterradora: ¿Cómo predicar a estos niños y niñas el cuarto Mandamiento de
honrar a tu padre y a tu madre, si éstos son los verdugos de sus propios hijos? La terapia en todos estos casos,
esquematizando y sabiendo que hay casos muy complejos, está en ese alimento
emocional esencial, en la necesidad de una comunicación nutricia. En poder
comunicar sus sentimientos a alguien; en vivir la experiencia de ser escuchado,
comprendido y tomado en serio; en no tener que esconderse más. Este es el
alimento que esos seres, que fueron maltratados y abusados en su infancia,
realmente necesitan. Es el alimento que han estado buscando durante toda su
vida. En el origen de su enfermedad (llámese tumores, ansiedad, anorexia,
bulimia, angustia) estaba el anhelo nunca satisfecho de un contacto auténtico
con sus padres y sus amigos. Esos niños o niñas que durante su
infancia tuvieron hambre por un contacto afectivo auténtico, logran curarse
cuando perciben que hay personas que quieren y pueden entenderlos. Cuando
ellos(as) mismos expresan: “me ha escuchado de verdad”; “experimenté que la
vida tenía algo que ofrecerme: una comunicación auténtica, algo que siempre
había anhelado”; “me doy cuenta de que alguien me quiere, de que me deja hablar
y se interesa por lo que le digo”; “ser entendida es una sensación
maravillosa”; “uno puede recibir calor humano y simpatía sin necesidad de
exigencias ni acusaciones por la otra parte”. O como dijo una mujer ya adulta,
abusada sexual y emocionalmente en su infancia: “Tuve la suerte de encontrar en
fulanito una persona que podía escuchar y sentir, con la que descubrí mis
propias emociones y me atreví a vivirlas y expresarlas”.
Cuando terminé de leer ese libro me
quedé pasmado y pensando, ¡cuánta hambruna emocional y amorosa existe en
nuestro mundo! ¡Cuánta necesidad de calor, diálogo y comprensión!