Indicador Político
CARLOS RAMÍREZ
México: otra vez Estado contra mercado
Domingo 22 de Julio de 2018 8:29 am
DESDE la crisis financiera de 2008
–hace ya una década– y su secuela de ajustes estabilizadores a costa del gasto
y el bienestar social, varios países enfrentan el desafío de encontrar un
regreso al equilibrio mercado/Estado. A diferencia del ciclo neoliberal que fue
impulsado por las crisis financieras, ahora el movimiento pendular populista
está siendo empujado por las cifras de marginación y desigualdad sociales. En España, el nuevo gobierno de Pedro
Sánchez está tensando la cuerda de la estabilización social, con necesidades de
gasto que no se encuentran en las restricciones presupuestales y la búsqueda de
ingresos para políticas de bienestar que van a asumirse del lado de la política
fiscal. En México, la victoria del populista Andrés Manuel López Obrador estuvo
impulsada por la realidad del 78 por ciento de los mexicanos con una a cinco
carencias sociales y sólo el 22 por ciento sin problemas. Desde las crisis financieras
latinoamericanas de los años 70, los ciclos de la economía se mueven de manera
pendular entre el neoliberalismo de mercado y el populismo de gasto social. Se
ha tratado de oscilaciones, por así decirlo, técnicas: el populismo como gasto
sin ingreso genera inflación y ésta lleva devaluaciones, en tanto que el
neoliberalismo deprime el bienestar como forma de controlar la inflación. El pensamiento económico occidental se
ha visto bastante flojo en el análisis de las recetas fáciles; en Iberoamérica
se discute desde 1956 si la inflación es asunto de gasto o de oferta, aunque el
camino más cómodo ha sido el de enfocarlo como abuso del gasto y por tanto se
han impuesto estrategias que operan sobre el presupuesto social, el crecimiento
económico y el circulante salarial. Y en efecto, esos ciclos han bajado la
inflación; el costo, sin embargo, ha sido un aumento del empobrecimiento social
y en países sin desarrollo democrático han derivado en dictaduras. El mercado aparece como ángel
(neoliberalismo) o como demonio (populismo). Se promueve o se restringe a
capricho de las formaciones políticas que buscan la dirección del poder
gubernamental. Y el Estado se asume como una bendición o como una maldición. La competencia Estado-mercado ha
estado presente en la economía occidental desde la reunión en el balneario de
Bretton Woods para fundar el vigente –aunque maltrecho– orden económico. El
mercado culpa al Estado de las distorsiones desequilibrantes y el Estado acusa
al mercado de los problemas de inestabilidad. El pensamiento económico occidental se
ha quedado trabado en la dialéctica Estado-mercado, quizá como secuela de la
dinámica socialismo-capitalismo, que contaminó la reflexión teórica a lo largo
de casi tres cuartos del Siglo XIX, de casi tres décadas posteriores al
derrumbe del socialismo económico e ideológico de Estado en el campo soviético.
Los grandes objetivos –estabilidad del mercado y bienestar social– perdieron
interdependencias. El gran desafío para las ciencias
económicas y las ciencias sociales radica en encontrar un nuevo modelo que
promueva el crecimiento económico alto sin distorsiones inflacionarias. Hasta
ahora, la polarización Estado-mercado ha impedido reflexiones teóricas y ha
llevado a movimientos pendulares en los gobiernos. Y a ello se ha agregado otro
factor distorsionante: la mecanización de la producción que ha ido marginando a
la mano de obra. Si el problema se origina en el
mercado, en el mercado deben encontrarse las soluciones. Si Adam Smith
descubrió la “mano invisible” que ajusta el mercado, ahora el pensamiento
económico anda en busca de la “mano visible” que ayude a regular el
funcionamiento de la oferta y la demanda. Se parte del hecho de saber si la
oferta determina la demanda o la demanda establece la oferta. Mientras no se
resuelvan estas conjeturas, los gobiernos estarán determinados por las premuras
de la estabilidad macroeconómica o de las demandas sociales. A 5 meses de tomar formalmente el
gobierno, López Obrador ya anunció alzas de salarios, programas asistencialistas
y recortes de gasto público que se califica de superfluo, sin aumentar
impuestos ni incrementar la deuda para gasto público. Pero el problema
principal se localiza en el mercado globalizado. Y ahí es donde no se ven
iniciativas de gobierno. El desafío de México radica en revisar
el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, a partir de datos que
indican que México no supo aprovechar la integración productiva internacional:
el 57 por ciento de los trabajadores carece de formalidad, el agregado nacional
a las exportaciones bajó de 45 a 39 por ciento y el PIB promedio en los años
del TLC ha sido de 2.5 por ciento anual promedio. El mercado globalizado
careció de una política integral de desarrollo y todo se redujo a abrir las
fronteras al comercio exterior. El populismo de Estado responde a
exigencias sociales de corto plazo, pero no ofrece un mejor y mayor
aprovechamiento del mercado. Lo malo ocurre cuando los populismos se centran en
lo social con la expectativa de consolidar bases electorales y no en la
reconstrucción del mercado. Hasta ahora, López Obrador está muy involucrado en
medidas de corto plazo para atender sus compromisos sociales, pero sin ofrecer
un nuevo modelo de desarrollo con una más funcional política económica. El desempleo, el subempleo, la falta
de capacitación de la mano de obra, el retraso educativo y tecnológico, el
salario bajo que no estimula la producción, la fuga de cerebros hacia Estados
Unidos, la migración de mano de obra, el abandono de la industria y el campo, exigen
en México un enfoque más audaz que el populismo asistencialista: un nuevo
modelo de desarrollo. Y hasta donde se tienen datos, López Obrador es un
caudillo líder social y no un estadista. indicadorpoliticomx@gmail.com
@carlosramirezh