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Cordón umbilical



DENISE DRESSER


Lunes 13 de Agosto de 2018 8:08 am


COMIENZO con una anécdota. En 1991 publiqué un estudio crítico de la política salinista de alivio a la pobreza, titulado “Neopopulist Solutions to Neoliberal Problems: Mexico’s National Solidarity Program”, en el cual analizaba su impacto electoral y clientelar. Acto seguido, y como era la costumbre de cooptación de la época, me invitaron a una gira presidencial con Carlos Salinas a Baja California. Intrigada, acepté ir, siguiendo la lógica justificatoria de Monsiváis: la curiosidad le gana a la dignidad. Nunca olvidaré la escena cuando entró la comitiva presidencial a un auditorio repleto, donde el público gritaba entusiasta y desaforadamente “Veloz, Veloz, Veloz”, en apoyo a quien era el político más conocido y popular en el estado, el entonces delegado de Pronasol, Jaime Martínez Veloz. Como él decidía cuáles proyectos apoyar y a qué grupos financiar, se había convertido en un polo alternativo de poder al Gobernador panista. Leal al Presidente y al PRI, era una especie de procónsul.

La anécdota, destacando el papel de los delegados de Pronasol, se vuelve relevante en estos tiempos, cuando el nuevo gobierno anuncia la creación de 32 “delegados de programas de desarrollo”, que serán coordinados por el secretario de Organización de Morena. Nos explican que el objetivo es “acabar con la burocracia”; “que el apoyo del próximo Gobierno Federal llegue directamente a los que lo necesitan”; que “van a censar” e “irán casa por casa para saber qué necesidades hay en cada familia, cuáles programas sociales necesitan”. En la lista de los 32 nombrados hay legisladores electos, dirigentes estatales de Morena, ex coordinadores regionales de campaña y figuras del primer círculo de AMLO. La sola lectura de esos propósitos y esos perfiles debería encender focos rojos entre todos aquellos preocupados por temas como la centralización del poder, la creación de burocracias paralelas que no le rinden cuentas a nadie, y la persistencia del clientelismo como método de movilización política.

Porque lo anunciado para el futuro se asemeja a lo utilizado en el pasado, y para mal. Pronasol fue el programa estrella de Salinas, el más exitoso, el más eficaz, porque logró lo que buscaba: 1.- Someter a las élites locales y regionales vía representantes del Presidente en los estados que opacaron y desplazaron a los gobernadores; 2.- Distribuir recursos de manera discrecional, sin controles democráticos sobre la actuación de los delegados; 3.- Usar a la política social como una herramienta de clientelismo electoral, ya que los delegados de Pronasol después fueron candidatos del PRI y ganaron con una proporción de votos mucho mayor que otros contendientes. Pronasol contribuyó a fortalecer prácticas antidemocráticas –como el presidencialismo revigorizado, el uso politizado del presupuesto, y el intercambio de bienes por votos–, que han sido los principales obstáculos a la evolución democrática en México.

La tarea encomendada a los delegados debe despertar dudas, por múltiples motivos. Se dice que no tendrán la facultad de manejar recursos presupuestales, sino de “supervisar programas, planes y obras de desarrollo”. Si es así, ¿qué entidad –estatal o federal– proveerá el financiamiento para los proyectos y con base en qué criterios? Si su papel es discernir cuáles proyectos apoyar, ¿por qué se ha nombrado a personajes partidistas, en vez de técnicos especializados en alivio a la pobreza, desarrollo económico, infraestructura, etcétera? Si se van a enlistar las necesidades de cada familia para hacer un padrón de beneficiarios, ¿por qué la lista será elaborada por miembros de Morena?

Ante la bacanal peñanietista, el desvío de recursos y sus malos manejos a nivel estatal es un reto definitorio. Pero la solución propuesta busca encararlo a través de un “Leviatán benevolente”, cuyo funcionamiento explica cómo el PRI se enquistó en el poder tanto tiempo. La red distributiva que AMLO quiere tejer quizá funcione para saltar por encima de gobernadores corruptos o incompetentes, pero revivirá un problema supuestamente superado: la fusión del partido con el gobierno. El regreso a un esquema centralista, donde no había línea divisoria entre los objetivos del partido y las tareas del gobierno. Estado tras estado, parecería que los procónsules del morenismo se dedicarán a reconectar lo que cortamos y ahora quieren atar de nuevo: el cordón umbilical.