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Déjenlo trabajar



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 18 de Agosto de 2018 8:22 am


EN este caluroso Colima nuestro, siempre habrá opiniones sabias y contundentes. Son las voces de la experiencia, los singulares reclamos de gente trabajadora y muy conocedora de la producción, por eso valen. Son aquellas grandes voces que no se bañan con prejuicios ideológicos ordinarios, al contrario, se nutren con las exigencias de los momentos importantes de la vida. Aunque sean pocas, en ellas hay razones de sobra, porque centran las discusiones, definen rumbos y corrigen torpezas.

Don José Spíndola Garibay fue un hombre forjado en los grandes retos de la vida cotidiana. Lo marcó su lucha por él y su familia. Conoció el campo, lo trabajó, vivió de él y con él. Fue un hombre cordial, muy amiguero y fiel a la amistad. Nunca se le conoció decir ofensa alguna o, mejor dicho, dañar a persona cualquiera. Se le conoció, eso sí, su gran familia y una hija hermosa, Miriam Elizabeth, mi sacrosanta.

El peculiar estilo de vida que sólo puede brindar el ejercicio de la lucha eterna por vivir y sobrevivir, otorga plena autoridad moral a las personas cuando abordan asuntos públicos o sociales. Trabajar día a día a 50 kilómetros de su casa, en el campo costero donde el sol quema hasta la médula y exprime hasta la última gota de agua, curte a la gente que sí produce todo el año. Son personas diferentes de aquellas que viven en la comodidad de una oficina, de un cubículo universitario, de las que tienen un sueldo asegurado y que placenteramente lo reciben en su cuenta bancaria para gastárselo, sabiendo que pronto tendrán el que sigue.

Esos hombres de trabajo duro no saben si lograrán cosechar, pero es su deseo, porque al vender su producto tendrán dinero para alimentar a su familia. Son diferentes a algunos políticos profesionales o dirigentes sindicales que viven del pueblo y deciden por ellos. La diferencia es sustancial, porque los productores no acuden a la mentira o demagogia, especialmente aquellos que lucharon por obtener su tierra para trabajarla. Hablan con la verdad, porque la tierra, el comercio y el tiempo no les mienten, los concientizan.

Don José Spíndola era franco y a veces dicharachero, a veces regañón, pero nunca fue mentiroso ni falso. Decía lo que sentía, no era político de oficio, pero ayudó a muchos hombres que han figurado, para bien o para mal, en la vida política de Colima, sin pedir ni esperar nada a cambio. Muchas, muchas veces platiqué con él hasta que se quedaba dormido, más cuando el tiempo se le vino encima y un día lo despidió de la vida terrenal.

De él aprendí una máxima realista, muy práctica, imparcial. En una reunión o charla de sobremesa, cuando Vicente Fox asumió la Presidencia de México, varios presentes despotricaron contra el panista victorioso, eran perredistas y priistas, quizá incrédulos ante tal ascenso político. Hablaban de todo, como si fueran adivinos del futuro. En el fondo se percibía cierta amargura y quizá nostalgia, por un estilo político que se fue y no regresó, quizá extrañarían los beneficios entre amigos.

Déjenlo trabajar, de pronto gritó don José. No lo conocen, la gente votó por él, reclamen a la gente, pero no se equivoquen. El tiempo dirá, pero Fox tiene derecho a hacer, porque tiene el permiso de la gente. Entonces, don José Spíndola se puso de pie y se fue con la razón a cuestas, quizá enfadado de tanta tarugada que esa tarde escuchó.

Esa enseñanza y conclusión de un hombre íntegro y de trabajo me cautivó sobremanera, me aterrizó. Tanta razón en esa contundente frase sigue presente hoy, que muchos se rasgan el corazón y sacuden el cerebro para entender por qué falló su pronóstico político. Muy sencillo: dejen trabajar al Presidente electo, él se ganó la voluntad de los ciudadanos y punto. Asimilar la realidad cuesta mucho, es reflejo fiel de las deficiencias educativas en materia democrática electoral. Como dijo don José Spíndola: déjenlo trabajar. México lo agradecerá.


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