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SABBATH



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Con perros


Sábado 18 de Agosto de 2018 8:26 am


CAZAR con perros le imbuye deleites especiales a la cinegética. Es asunto de encontrarle el gusto y la manera, porque tampoco es sencillo tener canes, alimentarlos, cuidarlos y adiestrarlos para las labores que uno pretenda en el campo.

Un primer requisito es que al cazador tenga gusto por los perros. Sin ese supuesto, la relación entre humano y can sería imposible en una actividad que demanda trabajar en equipo. El segundo es la responsabilidad. Cuidar del perro y entrenarlo es labor de paciencia y tiempo. Se debe invertir dinero y horas de ejercicio, que también sirve al dueño y es un incentivo para movilizarse con frecuencia. Además, hay que llevarlo al veterinario, comprarle alimento, medicinas y abrigo (caseta de transportación incluida), correas, collares, juguetes. Tercero: transporte adecuado.

Cuando se trata de perros de compañía, la raza no importa. Cualquier criollo cumple adecuadamente esas funciones. Funciona de otra manera cuando se trata de un can de caza. Ahí sí importa, y mucho, la raza, porque contiene las características que se demandan y que fueron encontradas, investigadas, inducidas y fijadas en determinada raza que otras no tienen. Por naturaleza, todo perro es cazador. Sin embargo, un perro criollo –sostiene un criador de Pointer– cazará por hambre y en cuanto la satisfaga dejará esa actividad por otra. Un can de raza, en cambio, cazará siempre, porque tal es su principal interés.

Qué raza escoger depende de qué tipo de cacería se pretenda, de pluma o de pelo. Para la de pluma, las principales o más populares son: Labrador, Cobrador Dorado, Pointer, Weimaranner (pronúnciese Vaimaráner, no weimarán), Bracos de pelo corto o largo, Cocker Spaniel, entre otros. Son cobradores de paloma, pato, ganso, chachalaca, codorniz. A los Labradores les encanta el agua y son eficientes nadadores, de modo que sirven mejor para recolectar aves acuáticas abatidas, aunque también cumplen con excelencia para aves de tierra.

Cuando vi que una persona ofrecía en venta una cachorra de Labrador a muy bajo precio y con buena estampa, acudí a verla. Tendría la perrita unos 4 meses de edad y un porte acorde con las normas de la raza. La compré aun más barata que la cantidad demandada por la propietaria. Al mes siguiente se abrió la temporada de huilota y la llevé por primera vez para probarla en la escucha de disparo. Algunos perros se asustan con los truenos de las escopetas y eso les impide formar equipo con el cazador.

Temprano en la mañana, en una falda del cerro por donde pasaban las bandas, nos colocamos yo y la perrita. A lo lejos, en un sorgal, sonaron los primeros disparos; eran de mis amigos. Al primero, la cachorra puso atención; al segundo, tensó el cuerpo lista para salir corriendo al cobro. Corroboré mi observación al primer tiro mío: arrancó a cobrar el ave abatida sin esperar orden alguna. ¡Qué arraigado llevaba el instinto de caza en los genes! Fue una gran alegría descubrir en Mara –así le llamé– tal destreza cinegética. Empecé a adiestrarla y ella a aprender. Unas pocas semanas después, la cachorra moriría. Gran pérdida.

Entre mis perros, Tato –ya fallecido– y su hija Latas –así los nombraron mis hijos– han sido los mejores. Labradores negros, de estampa fina y fuerte, requirieron muy poco adiestramiento. El instinto de cobro lo tenían a flor de piel (¿o de pelo?) y apenas miraban una escopeta, se alborotaban porque sabían que saldrían al monte. Y en casa siempre han sido agradables, excelentes compañías y vigilantes cuando se requirió, si bien no son propiamente perros de protección. No obstante, si se requiere defender a los amos, suelen ser valientes y feroces. Tal es la nobleza de esta raza. 

Otro de mis perros Labrador, Dylan (llamado así por mis hijos en honor al poeta Dylan Thomas), tiene mucho de guarda y defensa, si bien es sobre todo cazador. Demostró su lealtad hace poco, cuando paseaba yo a un Pitbull viejo que Armando, mi hijo, pretendía rescatar. En las horas poco antes del amanecer, el Pitbull se volvió contra mí y me mordió dos veces. Dylan, sin esperar orden alguna, se abalanzó contra el Pitbull, lo sometió y lo prendió por el cuello con el hocico. Pudo matarlo, pero solamente lo dominó hasta que el agresor se tranquilizó. A pesar de todo, sentimos compasión por el perrito cuando lo devolvimos al albergue. Ni modo. Es casi seguro que tuvo antes una vida de maltratos de dueños espiritualmente miserables.

Mantuve cierta resistencia a los caniches. De ser un perro de aguas, la convirtieron, por interés comercial, en raza de compañía. Usual e incorrectamente, se les llama french poodle. Mi hijo Armando rescató un ejemplar –Jack– que me sacó del error. Es buen cazador y magnífico compañero, obediente y, por si fuera poco, asaz simpático.

Preñó a Latas por descuido nuestro. Nació sólo un cachorro que tiene dos virtudes: el fuerte instinto de caza de su abuelo Tato y de su madre Latas, y la simpatía de su padre, Jack. Morfológicamente, es una mezcla entre rara y fea de Labrador con Caniche, pero en la familia él se asume la estrella y todo mundo lo consiente, principalmente la Patrona (y eso es lo que importa). La que viene será su primera temporada de caza. Ya dio muestras de cualidades. Veremos cómo se comporta ese que yo llamo el perro feo más hermoso del mundo.

La próxima vez, abordaremos los perros de caza de pelo y de mi perra sabueso Niebla, de la raza Azul de Gascuña.