La austeridad y las primeras opciones
ROLANDO CORDERA CAMPOS
Domingo 19 de Agosto de 2018 8:17 am
PRONTO, el nuevo gobierno tendrá que tomar
decisiones sobre la economía y la política nacionales. Sus implicaciones serán
diversas y recogerán las hipótesis de los diseñadores de la política, así como
los anhelos e intereses de la sociedad. Este mandato obligará al Presidente y a los
suyos a moverse de la escalera al escritorio, y del encuentro festivo al
siempre difícil, a veces rudo, intercambio de peticiones, posiciones y
argumentos que buscan convencer no sólo al interlocutor inmediato, sino a
vastos sectores de la ciudadanía, todavía afiebrados del entusiasmo victorioso. El gobierno tendrá que familiarizarse con la
necesidad de hacer enojosas posposiciones, cambios de objetivos y compromisos,
mientras sus dirigentes aprenden a conjugar el vocablo prioridades, poco
atractivo pero indispensable para un buen gobierno y un mejor diálogo con la
sociedad. El lenguaje y sus conceptos, a diferencia de
lo ocurrido en la campaña, se volverán signos cruciales y las manecillas del
tiempo gubernamental empezarán a girar sin clemencia. De todo esto y más habrán
de compenetrarse los responsables de la conducción del Estado quienes, sin
remedio, toparán con la disputa interconstruida por espacios físicos y recursos
presupuestales. Con holgura y sin ella, lo que está
disponible para gastar y asignar es del todo insuficiente y esta falla no se va
a subsanar con una austeridad, cuyos alcances no se modifican por más que se le
quiera “republicana”. Ésta, no es automáticamente una virtud pública e
histórica, salvo que se le describa y defina bien, sin generalidades ni puntos
de vista ocasionales. No hay duda de que nosotros y el planeta en
su conjunto requerimos nuevas maneras de usar la naturaleza y sus riquezas, el
patrimonio primordial de la hazaña humana. Hacerlo es asumir conductas y
posturas contra el desperdicio, o pretensiones de progreso basadas en supuestos
irreales sobre la abundancia, de recursos e ingenio para usarlos. De aquí la
potencialidad de una nueva cultura económica y social que subvierta la política
y la haga responsable directa de la sobrevivencia humana. De este tipo de consideraciones han emanado
mensajes poderosos de austeridad que más bien debía ser vista como frugalidad
en el trato con la naturaleza. Por ello la conveniencia de verla como un
patrimonio que nos sustenta, más que como una fuente más de riqueza y
enriquecimiento. Pero este es un plano que poco se ha tocado
en el discurso político de nuestra democracia. Si logramos hacerlo nuestro y,
como se dijo, volverlo soporte de una cultura planetaria, entonces tejeremos
argumentos sólidos en pro de la austeridad. De otra manera, sólo nos llevará a
ahondar la disputa mezquina y acentuar los recortes indiscriminados, muchos de
ellos arbitrarios, que recaen sobre los más vulnerables y pobres.
La austeridad, como ha ocurrido en otras
tandas en el pasado, se vuelve un disfraz para lo que al final de cuentas
resulta ser un mecanismo redistributivo regresivo, contra las capas más débiles
del trabajo público y las menos capaces de defenderse en las comunidades y
regiones. Algo que este país, sometido a una práctica regresiva por demasiado
tiempo, no se puede dar el lujo de repetir, so capa de que responde a una
mirada y un sentimiento progresistas.