Amor a AMLO
DENISE DRESSER
Lunes 20 de Agosto de 2018 7:31 am
LAMENTABLE afirmarlo, pero en el tema del
Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el nuevo gobierno parece
una gallina descabezada. Corre en una dirección y luego en la otra,
contradiciéndose, confundiéndose, en un zigzagueo que desconcierta tanto a
quienes lo apoyan como a quienes lo aborrecen. En pocos temas hemos presenciado
tal cantidad de confusión, de mensajes encontrados, de posturas cambiantes.
Durante la campaña, AMLO afirmó, de manera categórica, que la obra se
cancelaría; después dijo que sería sometida a una revisión técnica; luego pidió
ayuda a los ingenieros y dijo que acataría sus recomendaciones; enseguida
presentó dictámenes contradictorios, y finalmente anunció que el dilema se
resolvería con una consulta pública vinculante. A lo largo de la contienda electoral, el
NAICM formó parte central de un discurso antisistémico, porque el aeropuerto
representaba mucho de lo que está mal con el sistema: la corrupción, la
cuatitud, la opacidad, la cultura de los favores, los privilegios y las obras
faraónicas. Todo eso es cierto y explica por qué costará mucho más de lo
inicialmente presupuestado; por qué Carlos Slim es uno de los principales
inversionistas; por qué hasta ahora se debate su impacto ambiental. Era un
blanco fácil y con razón. Al lanzarse contra el aeropuerto, AMLO atizaba el
enojo de quienes se sienten frustrados por el fariseísmo y excluidos por las
élites. Pero una cosa es denostar como candidato y
otra es tomar decisiones como Presidente. Y es aquí donde López Obrador y su
equipo han descubierto que no podrán elegir entre el blanco y el negro, sino
entre distintos tonos de gris oscuro. Cancelar la construcción, con los costos
hundidos y de indemnización que eso entrañaría. Continuar la construcción, con
los costos de credibilidad entre su base que eso acarrearía. Seguir insistiendo
en una tercera opción en Santa Lucía, que se les ha dicho que sería inviable o
requeriría un estudio que tomaría 5 meses. Tres opciones complejas que
generarían descontento entre unos u otros; entre los inversionistas, la clase
empresarial o los que sentirían que el Presidente traiciona una de sus promesas
de campaña. Y por ello, el gobierno en puerta opta por comprar tiempo,
subcontratar responsabilidad y decir que el futuro de la obra será decidido por
referéndum a fines de octubre. Complicado maniobrar así, porque la ley
estipula que cualquier consulta debe ser convocada por el Congreso, a petición
del Presidente, y AMLO todavía no lo es. Para que sea legal y válida, el INE
debe llevarla a cabo el mismo día de una jornada electoral federal, y sólo será
vinculante si participa el 45 por ciento de la lista nominal de electores. Para
cumplir con estos requisitos, López Obrador tendría que esperarse hasta la
elección intermedia de 2021. Podría organizar una consulta de otro tipo, para
auscultar a la opinión pública, pero su resultado sería sólo informativo, más
no determinante. Las consultas tienen aspectos positivos. Son
un mecanismo de democracia directa que le da voz y representación a los
indignados con gobiernos elitistas e insensibles. Pero también conllevan
riesgos, como lo hemos visto con Brexit, el referéndum sobre la paz en
Colombia, y el voto antiinmigrante impulsado en Hungría. Los referéndums piden
a la población votar “sí” o “no” sobre temas técnicos de enorme complejidad,
son usados para proveerle legitimidad popular a algo ya decidido de antemano,
con frecuencia el resultado refleja menos el sentir de la opinión pública y más
el poder de quien tiene mayor capacidad de movilización. El voto se vuelve un
concurso de popularidad sobre una persona, y no una postura informada sobre el
tema.
En este caso, el resultado sería previsible,
dado que AMLO ha criticado al NAICM con tanta insistencia. Sus seguidores
votarían contra la obra actual y a favor de la opción de Santa Lucía, aunque su
viabilidad esté en entredicho. López Obrador obtendría el respaldo que busca,
pero sin verse obligado a asumir los costos de una decisión gubernamental
controvertida. La culpa de cancelar el aeropuerto será del pueblo y no suya. Y
como ha escrito John Zaller, “cada opinión (en un referéndum) es un matrimonio de
información y predisposición”. En cuanto al NAICM, es probable que la mayor
parte de quienes participen en la consulta odien al aeropuerto y estén
predispuestos a amar a López Obrador.