La otra diplomacia
EMILIO LEZAMA
Domingo 02 de Septiembre de 2018 8:28 am
LA designación de Marcelo Ebrard como
secretario de Relaciones Exteriores reconoce la importancia que da el nuevo
gobierno al rol de México en el mundo. La política exterior mexicana ha sido
una de las pocas áreas en las que nuestro país ha destacado regional y
globalmente en el pasado; hoy, esta área del quehacer político es crucial para
el desarrollo económico, social, cultural y científico de nuestro país. Al igual que en otros rubros, en política exterior
el Presidente electo llega fuertemente influenciado por el cardenismo. El
cardenismo representó la cúspide de la política exterior mexicana. Sin embargo,
el gran legado del cardenismo no es lo que se piensa; en México, los círculos
académicos y políticos han vuelto a la Doctrina Estrada, aquella que presenta
el principio de no intervención en asuntos internos de otros países, el
pináculo de la política exterior mexicana. En la realidad, la política exterior mexicana
del Siglo XX fue exitosa, en gran medida, justamente porque no basó su actuar
en esa famosa doctrina. México utilizó a la Doctrina Estrada como una
herramienta diplomática en casos como el de Cuba o las dictaduras
latinoamericanas, pero nunca dejó de asumir su responsabilidad global ni de
perseguir sus intereses regionales, contraviniendo a la doctrina. En el contexto global actual, regresar al
purismo de una Doctrina Estrada no es plausible ni deseable. El problema de la
Cancillería en los últimos sexenios no fue su intervención en asuntos internos
de otros países, sino justamente su falta de intervención en cualquier asunto
exterior. Mientras que el cardenismo elevó a México a un actor global, porque
no tuvo miedo de asumir liderazgo en el concierto de naciones, en los últimos
sexenios México ha actuado únicamente a la sombra de Estados Unidos, y por ello
se ha vuelto irrelevante. Una revisión histórica del actuar de México
en el mundo nos permite entender que la Doctrina Estrada fue una herramienta,
pero nunca dictaminó el conjunto de nuestra política. Ciertamente, la libre
determinación de cada país fue un argumento medular para que México hiciera sus
históricas protestas contra las invasiones a República Checa y Etiopía en la
Liga de las Naciones; pero esa misma filosofía estuvo ausente durante la
intervención mexicana en la Guerra Civil española, enviando balas y fusiles en
la Revolución Cubana, donde se apoyó a los rebeldes, y en los conflictos
armados centroamericanos, donde el gobierno de México siempre jugó un rol
importante. En ese sentido, incluso la célebre política
de apoyo a exiliados podría ser vista como contraria a la Doctrina Estrada. El
exilio de Trotsky, los republicanos españoles, el Shah, etcétera, suponen una
injerencia indirecta, pero al final interna, en asuntos de otros países. Puede
no gustar a los puristas académicos, pero México logró una posición importante
en el mundo y un liderazgo regional, justamente porque logró conjugar la
Doctrina Estrada con un pragmatismo e injerencia global en el actuar cotidiano. Queda claro que México no puede pretender
retomar una doctrina que nunca fue realmente utilizada. Lo que sí es importante
es que se desarrolle una diplomacia a la altura de las dimensiones políticas,
sociales y geográficas del país. Además de la diplomacia clásica, es
fundamental que se adopte y desarrolle el concepto de la diplomacia pública,
aquella que permite a un país y a su cultura establecer vínculos con
poblaciones extranjeras. Para un país como México, resulta fundamental
establecer su poder blando a través de este tipo de diplomacia, permitiendo
interacciones culturales y sociales que ayuden a proyectar la influencia
externa del país, y al mismo tiempo potencialicen su arte, ciencia y economía
interna. Durante los gobiernos tecnócratas, la
diplomacia pública mexicana ha sido confundida o reducida a un esquema para
atraer turismo, al mismo tiempo que países más pequeños, como Tailandia y Perú,
han encontrado en ella una forma de poder competir en el concierto de las
naciones, y al mismo tiempo desarrollar sus potencialidades. Ciertamente, la
presente administración ha hecho un trabajo loable desarrollando la marca país,
pero se ha visto limitado por su propia visión que gira en torno al turismo y
la economía. La responsabilidad del nuevo gobierno no es acabar con este
trabajo, sino encauzarlo en una política mucho más holística y amplia de
diplomacia pública. Es imposible e indeseable retomar la Doctrina
Estrada tal cual fue planteada, lo que sí es plausible es volver a asumir el
rol global de México que el cardenismo alguna vez estableció; para lograrlo, se
necesita de una participación activa en la región y el desarrollo de una
política de diplomacia pública amplía y visionaria.
*Analista político