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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

Manos lavadas, corazón vacío


Domingo 02 de Septiembre de 2018 8:34 am


LOS judíos de la época de Jesús habían convertido los mandamientos de Dios en puros actos rituales, ceremonias, lavatorios y otras exterioridades, olvidando lo fundamental: el amor a Dios y al prójimo. Y criticaron a Jesús porque sus discípulos no cumplían con la tradición de lavarse ritualmente las manos antes de comer, como si no cumplir con esa tradición farisaica fuera algo terrible, culpable.

El Señor respondió con energía ante esta actitud vacía y formalista: “Hipócritas, les dice, ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen las intenciones malas”.

Ciertamente, el Señor nos está diciendo que la verdadera pureza del hombre es algo más hondo y profundo que manos lavadas. Las acciones del hombre provienen del corazón. Y si éste está manchado, el hombre entero queda manchado. El defecto de aquellos fariseos fue el de exagerar al máximo el cumplimiento de todas las prácticas y tradiciones externas y rituales, olvidando el interior del hombre.

Dios puso en lo más íntimo del hombre una conciencia que simbólicamente llamamos con el término de “corazón”. Es la intención, la libre voluntad donde se libra la lucha entre el bien y el mal. De ese interior provienen los actos buenos o malos y no del exterior, como serían las vestiduras, las abluciones y demás ritos superficiales.

Jesús llamó hipócritas a los fariseos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Nosotros somos fariseos cuando aparentamos por fuera una cosa y por dentro pensamos o hacemos lo contrario. Es fácil juntar las manos o decir oraciones a cantar, o llevar medallas; lo difícil es vivir en cristiano y actuar conforme a los mandamientos de Dios, con convicción, con amor.

Cristo proclamó y realizó la nueva ley, la ley del Evangelio, la revelación plena y definitiva, la nueva y eterna alianza de Dios con todos los hombres sin excepción. Alianza que el propio Cristo ganó para nosotros, entregándose como víctima de reconciliación. El Señor nos da su gracia, pero es necesario aceptar y practicar lo que Dios quiere de cada uno de nosotros para integrarnos a su vida divina y a sus planes de salvación. Estudiar nuestra fe católica, practicarla en toda su plenitud y propagarla con la palabra y el ejemplo.

Amigo(a): Purificar el corazón es algo más importante y más difícil que lavarse las manos. Amar y servir a Dios y a nuestros prójimos es una tarea nada fácil, pero con Dios todo se puede. ¡Arriba los corazones! Cristo está con nosotros en la eucaristía, pan de vida que da la fuerza y el amor que mueve montañas.