Sentido Común
PATRICIA SÁNCHEZ ESPINOSA
Venganza pura
Lunes 03 de Septiembre de 2018 8:07 am
El incentivo para cometer venganza es
directamente proporcional a la debilidad del Estado de
Derecho. Álvaro López Sánchez LA ira es la respuesta natural al agravio, es
completamente normal sentirnos enojados cuando consideramos que se nos ha
tratado de manera injusta, así como es igualmente entendible que, ante un
atropello, busquemos obtener una reparación del daño. Sin embargo, el enojo o
el dolor son sentimientos subjetivos que no nos proporcionan una medida justa
que satisfaga nuestra pérdida, por lo que el castigo interpuesto podría
provocar otra injusticia igual o peor a la que se nos cometió originalmente,
habiendo sucedido un acto de venganza y no de justicia. ¿Cómo podemos reparar el daño que se le
cometió a alguien? Si el daño fue material, la devolución de la cosa, o el pago
monetario adecuado deberían de ser suficientes, pero queda el antecedente de la
inclinación de una persona a delinquir, por lo que quizás el daño haya sido
satisfecho a la persona agraviada, pero permanece la ofensa a la sociedad, por
lo que se vuelve necesaria una sanción corporal. Más complicado es todavía cuando el daño es
irreparable, por ejemplo, ¿cómo se puede reintegrar una vida? ¿Cómo se le
regresa un hijo a una madre, o una esposa a un esposo? ¿Cuánto vale una vida
para reparar el daño con dinero? ¿Cómo se valoran las sonrisas, los abrazos,
los besos, las ideas? ¿Cómo se puede llenar la pérdida que deja la muerte de un
ser querido? Sería absurdo esperar que un puñado de monedas satisfaga el dolor
de alguien, pero igualmente absurdo sería pedir que se privara de la vida a un
familiar de la persona responsable de la muerte del cónyuge del agraviado como
una medida de satisfacción. No es suficiente otorgarle a la persona ofendida el
acceso a la justicia, sino determinar la proporción de la sanción a
implementar, con el delito cometido. Para poder garantizar una medida justa es que
existe el Contrato Social, en el cual la gente renuncia a ciertas libertades
que tendría en el estado de naturaleza, para someterse a una autoridad, normas
morales y lineamientos legales. De esta forma, las personas ceden la
administración de la justicia al Estado, para así garantizar que cada delito
sea sancionado a través de un proceso justo, con una pena proporcional al
delito cometido, no con un afán de venganza, sino de disuasión del crimen y de
reinserción social. Al someterse a una autoridad y ceder su libertad para
vengarse, también adquieren la protección del Estado, al punto de que, si
llegaran a cometer un delito ellos mismos, recibirían un tratamiento justo y de
acuerdo a la falta cometida, sin ser ajusticiados sumariamente por un individuo
agraviado, o por una multitud enojada. Esto, al menos en teoría. La administración de la justicia no es lo
mismo que la venganza, pero la correcta persecución de los delincuentes y las
sanciones impuestas, disuaden este deseo al dar a las personas agraviadas una
sensación de satisfacción, así como la seguridad de que no serán agraviados
nuevamente por esta persona. La impunidad, por otro lado, no permite que la
gente pueda sentir que se le hizo justicia, dejándola en una situación de
frustración, que en un momento dado puede detonar de manera violenta. Cuando
esta situación se hace recurrente y ante el aumento de la delincuencia, la
gente deja de confiar en las autoridades y cae en un hartazgo que les lleva a
romper de forma tácita el pacto social. Aristóteles enseñaba a sus discípulos
cómo “la naturaleza aborrece el vacío”, por lo que esa sed de justicia puede
llevar a que la ciudadanía decida tomarla por propia mano. La semana pasada comenzó a circular por redes
sociales el linchamiento de dos personas a las cuales se les acusaba de haberse
robado unos niños. De acuerdo a los reportes, dos hombres, de 53 y 22 años,
fueron detenidos en la comunidad de San Vicente Boquerón, en Acatlán de Osorio,
Hidalgo, y llevados a los separos por tomar en la vía pública. De manera
inmediata comenzaron a distribuirse mensajes en las redes electrónicas,
convocando a la población a hacer justicia contra estos dos hombres, a quienes
acusaban de “robachicos”. La gente llegó a la comandancia y sacó a estas
personas por la fuerza, a quienes rociaron con gasolina y prendieron fuego en
la vía pública, mientras aplaudían y filmaban la escena con sus teléfonos
celulares. Los pobladores también incendiaron la camioneta en que viajaban. Reportes de las autoridades han confirmado
que los hombres asesinados por la turba no eran responsables del robo de
menores, sino que se trataba de dos campesinos de una comunidad vecina que
habían sido detenidos por una falta menor, y acusados injustamente por la
población, quienes decidieron lincharlos y asesinarlos de una manera espantosa,
sin darles siquiera la oportunidad de defenderse.
Lo ocurrido es injustificable, pudiendo
encontrar una explicación en las ejecuciones sumarias de la Edad Media, cuando
quemaban o torturaban en público a las personas, con la intención de atemorizar
a la población y así disuadir el crimen, debido a la poca capacidad que tenían
para perseguir a los delincuentes. La gente en México está harta de no ver
resultados ante la creciente criminalidad por la falta de acción de la Policía,
que por incapacidad o negligencia le ha negado su derecho a la seguridad y el
acceso a la justicia. Lo ocurrido en Acatlán de Osorio, Hidalgo, es una
regresión al Estado de Naturaleza, en donde la gente ha roto el pacto social,
desconociendo la labor de las autoridades, para satisfacer sus pulsiones al más
burdo estilo del Señor de las Moscas, en actos que distan mucho de buscar
justicia, sino tan sólo venganza.