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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Recta final


Martes 04 de Septiembre de 2018 9:30 am


LA entrega del último Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto fue el colofón de una serie de desatinos que se convirtieron en el pan de cada día. Pero lo peor fueron los preliminares, esa serie de impactos radiofónicos y televisivos que promovió la Presidencia de la República para justificar un discurso que se caía por su propio peso desde el momento mismo en el que escuchábamos la retórica vocecita del ya casi ex mandatario federal.

¿Por qué nos recetó durante la semana previa a su protocolario Informe una retahíla de mentiras? ¿Cuál era la intención? Para nadie resultó una sorpresa que Peña Nieto se condujera de este modo, cuando a lo largo de su gestión, la energía que debió destinarle a sacar de la pobreza no extrema a millones de mexicanos, la usó para viajar y comprarse un avión o la “Casa Blanca” que todos conocemos y le seguimos reprochando.

Los niveles de corrupción que alcanzó el mexiquense no sólo fueron históricos, sino que pusieron contra la pared a un partido político que ahora se debate entre la desintegración total y la atomización en forma de nuevas agrupaciones ya no subsidiarias del viejo o nuevo PRI, sino ajenas, autónomas, actuando como si fueran entes periféricos que nunca hubieran tenido contacto con el núcleo de un abanderamiento que los abandonó en aras de un presidencialismo omnímodo y suicida.

Pero volviendo al estilo, a las formas, a la manera en que promovió Peña Nieto sus presuntos logros, no nos queda más que reconocer que hasta para gastar esas sumas extraordinarias en el área de comunicación de la Presidencia, se lució. Hasta el último quinto debió haber invertido en producir los spots y sacarlos al aire. A diferencia de quienes prefieren las redes, casi todo el discurso presidencial se coló por la televisión y por la radio, esas sí frecuencias y espacios que pertenecen al Estado y que en términos generales, como quedó demostrado, lo retroalimentan para hipercelebrarlo.

El hecho de que Peña se haya anclado en la radio y la televisión demuestra que se sigue aferrando al viejo estilo priista de hacerlo todo teniendo como telón de fondo su investidura, sus corredores áulicos o sus reductos oficinescos en los que nunca hubo nada, en los que nunca se hizo nada por México que no fuera producto de la inercia de los mercados o de la sinergia del empresariado mexicano.

Ellos, los empresarios y los ciudadanos, los industriales y los comerciantes, son los verdaderos responsables de que este país no se haya hundido. Por eso, cuando el discurso presidencial se adjudica la creación, como nunca antes, de fuentes de empleos, uno no puede más que menear la cabeza y recordar que tales empleos, insisto, provienen más de la planta productiva nacional, a la que por cierto el gobierno le encaja cada vez más impuestos, que de una verdadera estrategia encaminada a aumentar su número.

Saludar con sombrero ajeno, descalificar el periodismo que reveló la “donación” de la “Casa Blanca” por parte de uno de los proveedores del Gobierno Federal, hacer alarde de estadista adquiriendo un lujoso jet o simular progreso cuando en realidad lo que promueve es especulación inmobilaria, convirtió a Enrique Peña Nieto en el cadalso y el dogal de una clase política que ya difícilmente podrá reagruparse.

A la muerte del neoliberalismo, vaticinada por tantos pensadores modernos de izquierda (y algunos antiguos), habrá que sumarle el fracaso de los tecnócratas, cuya aparición en la escena nacional coincidió curiosamente con la llegada del colimense Miguel de la Madrid a la Presidencia de la República. Desde entonces, el endiosamiento y las desigualdades se precipitaron. Hubo cada vez más pobres, se desmanteló a la industria paraestatal y, finalmente, se hizo apología de la corrupción como un modus vivendi inherente a los gobernantes en turno.

Otro de los subproductos del neoliberalismo, cuyo análisis dejo para después, es el fortalecimiento de la criminalidad, que como dicta el precepto económico, se globalizó corrompiendo y matando con el mismo sistema con el cual había salido a la luz en este México, ahora ya tan perforado y desgarrado.