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En Solfa



HÉCTOR SÁNCHEZ DE LA MADRID

Para llegar a la utopía


Miércoles 05 de Septiembre de 2018 9:10 am


Para Patricia, mi esposa y

compañera de toda la vida.


SI en la era priista y la pausa panista, los mexicanos cometimos (hablando en términos generales) el error de endiosar a los Presidentes de la República, con toda la negatividad que ello significó para el país y el pueblo, sobre todo, porque la mayoría de ellos se creyeron dioses y, por ende, omnipotentes e infalibles, no aprendimos la lección, y al contrario, se fortaleció como nunca.

La disposición del mexicano a ponerse de tapete ante quien detenta el poder, ya sea político o económico, proviene probablemente de la parte española que traemos en las venas, así como del ejemplo y enseñanza de los conquistadores que por 3 siglos dominaron nuestro territorio hasta que surgió el movimiento independiente y rompimos con España.

El mismo Agustín de Iturbide, que combatió del lado de los realistas contra los insurgentes, decidió pactar con los últimos hasta consumar la Independencia, el 27 de septiembre de 1821. Luego de presidir el primer gobierno provisional, el 18 de mayo de 1822 fue proclamado Emperador y coronado 2 meses después con el nombre de Agustín I, abdicando en marzo de 1823.

Antonio López de Santa Anna había generado una corriente entre los insurgentes e inconformes con el régimen imperial para el derrocamiento de Iturbide, quien abdicó y se exilió en Europa. El Congreso mexicano que había instalado Agustín I lo declaró traidor y fuera de la ley, al señalarlo “enemigo público del Estado”, así también a todo aquel que lo ayudara a regresar. Al volver, en 1824, fue arrestado y fusilado.

Ese mismo año, México se convierte en una República Federal y Guadalupe Victoria es elegido su primer Presidente. De ese año hasta 1861 hubo innumerables Mandatarios, de los cuales López de Santa Anna fue el que más veces (11) y mayor tiempo gobernó interrumpidamente, hasta que en 1858, Benito Juárez García fue electo Presidente de México luego de la Guerra de Reforma (1857-1860).

Los conservadores, que se oponían a las Leyes de Reforma, siguieron las indicaciones de Napoleón III, que había invadido a México porque le debía dinero, formaron una comitiva y se trasladaron hasta el Castillo de Miramar, Italia, para ofrecerle el territorio mexicano al príncipe Maximiliano de Habsburgo y aceptara el nombramiento de Emperador, lo cual fue bien recibido principalmente por su esposa, la princesa Carlota Amalia, que por fin se veía Emperatriz, aunque fuera de un país lejano a Bélgica, de donde era originaria, como de Austria, cuna de su marido.

Tres años duró el imperio de Maximiliano, sin cumplir las expectativas de los conservadores y del propio Emperador de Francia, debido a las ideas liberales del europeo, por lo que perdió el apoyo de sus promotores y quedó a expensas de los reformistas que pronto lo derrocaron y lo sentenciaron a pena de muerte, siendo fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, el 19 de junio de 1867, junto a Miguel Miramón y Tomás Mejía. Meses antes del fatal desenlace, Carlota Amalia viajó a Europa para solicitar ayuda a Napoleón III y al Papa, sin beneficio alguno. Benito Juárez gobernó hasta el 18 de julio de 1872, cuando murió en Palacio Nacional; le sucedieron Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias y Juan N. Méndez.

De 1876 a 1910, Porfirio Díaz fue Presidente de México, de facto y constitucional, hasta que surgió un movimiento encabezado por Francisco Ignacio Madero González contra la dictadura de Díaz Mori que ocasionó la Revolución mexicana. Luego vinieron Manuel González, Francisco León de la Barra, Madero (nuevamente), Pedro Lascuráin Paredes, Victoriano Huerta Ortega, Francisco S. Carvajal, Venustiano Carranza, Eulalio Gutiérrez, Roque González Garza, Francisco Lagos Cházaro, Carranza (otra vez), Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.

Fue el sonorense Elías Calles, quien forma un instituto político en todo el país, el Partido Nacional Revolucionario, con la idea de aglutinar a la clase política en un solo abanderamiento, mismo que su sucesor Lázaro Cárdenas del Río continúa desarrollando, cambiando el nombre a Partido de la Revolución Mexicana y comienza a crear las instituciones que le dan base y forma. El presidente Manuel Ávila Camacho, renombra el abanderamiento como Partido Revolucionario Institucional, que conserva hasta la fecha.

Esa larga historia, sintetizada en unas cuantas líneas, fue aplastada de un manotazo en las elecciones presidenciales últimas, cuando el candidato de un partido político de creación reciente rompió con todos los moldes, incluyendo el propio que había usado en dos ocasiones, aprovechando el hartazgo al sistema que se fundó en 1929 y prevaleció hasta 2018 (incluyendo los dos periodos panistas) en que fue pulverizado literalmente. Ojalá y el régimen que se inicia el 1 de diciembre conserve lo bueno y acabe con todo lo malo.

Ya basta de guerras y guerrillas, de imperios y dictaduras, de pleitos y confrontaciones. Es mucha la sangre que ha corrido por el territorio mexicano y más el tiempo perdido en discusiones bizantinas que a nada nos conducen y a nadie beneficia. Es la hora de que entre todos termínenos de construir un país en el que la aplicación de la justicia y la distribución de la riqueza sean equitativas, que una y otra sean para todos y no para unos cuantos. El camino para llegar a esa utopía es la democracia y el Estado de Derecho, no la adoración al Presidente de la República, como lo hicieron en el pasado, como ya empezaron a hacerlo en el presente.