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Escenario político



GABRIEL GONZÁLEZ CASTELLANOS

Mensaje


Miércoles 05 de Septiembre de 2018 9:09 am


EL último Informe de Gobierno, disfrazado de mensaje del presidente Peña Nieto, del pasado lunes, se da en el marco de la rebelión social mostrada en los resultados de la elección del 1 de julio. Con su estilo característico, el Presidente se dirigió a los mexicanos para hacerles notar todo lo que su administración ha hecho en beneficio de la Nación. Sin duda alguna, un evento así requiere valorarse desde su rigurosa apreciación clasista, para no dar cabida a engaños ni simulación, ni ingredientes demagógicos.

La esencia de un evento fundado en el presidencialismo, como acto de ornato, es distante con la rendición de cuentas que debe ofrecer el Ejecutivo a la sociedad mexicana, en razón de ser un Poder republicano. No es decorosa una actitud encaminada al envío de los contenidos escritos de un Informe que merece ser objeto de debate en el recinto legislativo.

Es en el contenido del Informe donde radica la esencia de un acto democrático, para que el titular del Ejecutivo rinda cuentas no sólo a la representación del Legislativo, sino también a la sociedad en general. Es necesario que el Ejecutivo exponga y aclare dudas, que precise argumentos a los cuestionamientos de los legisladores, que intente convencer de sus políticas de Estado, pero en el debate, en el sustancial intercambio de opiniones, que a fin de cuentas son posturas políticas, pues son estilos de concebir el ejercicio de un poder.

La génesis de la subcultura política del presidencialismo, muestra cómo el Informe Presidencial se convirtió en una mascarada, en que el contenido del discurso gira en torno al autoelogio, a la alabanza, a hacer parecer el evento como una ceremonia del culto a la figura que encarna un sistema político degradante, desfasado del ejercicio de la democracia.

Ahora, otra vez, el Presidente versó, ante sus selectos invitados, sobre cifras y números con los que intentó convencer de la aplicación de recursos económicos a los rubros en que se destinaron. Presentó la imagen de un país que solamente existe en su imaginación, aunque él sabe que es un engaño. La mentira como fundamento retórico y los aplausos zalameros que llegan al grado de la ignominia.

Peña Nieto se refirió al impulso notable que su gobierno le da a las formas con que acumulan riquezas los empresarios, los banqueros, los dueños del gran capital. Una de esas formas de enriquecimiento tiene como premisa el deterioro constante de las condiciones de vida de la mayoría de la población mexicana, esto es, acciones gubernamentales a través de distintos métodos para asegurar las ganancias de los muy ricos.

Para el gobierno actual, el país está bien y no existen problemas, pues mientras los grandes empresarios y los banqueros acumulen enormes ganancias, todo va en forma excelente, a pesar de que ello tenga como condición la miseria de millones y millones de mexicanos.

Se insistió en que las reformas estructurales son para “salvar” al país de la situación en que se encuentra. Se afirmó que la miseria va disminuyendo, que los salarios van creciendo, que la inflación no existe, que el desempleo va también disminuyendo y etcétera, etcétera, no obstante que los hechos concretos prueban lo contrario.

Y es que la administración que fenece, como sus antecesoras, han seguido sumisamente los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, organismos financieros imperialistas que imponen políticas económicas que dan al traste con el desarrollo independiente y democrático del país, como se ha incentivado en los últimos 6 sexenios tecnócratas.

Tales organismos, con sus peones en el empresariado, banqueros y burguesía criolla, constituyen la fuerza que pretende obstaculizar los necesarios cambios que beneficien a la mayoría del país, traducidos en el programa de gobierno del sexenio que inicia el 1 de diciembre. De tal magnitud es el esfuerzo que tiene que realizarse para lograrlo.