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Tras la puerta



SABINA DE LA LUZ URZÚA

Siempre en septiembre


Miércoles 05 de Septiembre de 2018 9:02 am


SIEMPRE en septiembre es el título de una película que se filmó en 1961, protagonizada por una hermosísima mujer italiana, Gina Lollobrigida, así como por Rock Hudson, el primer actor hollywoodense del cual se hizo público que padecía de VIH; Bob Darin, cantante que falleció joven, y una encantadora dama joven, Sandra Dee. Recuerdo su estreno en el Cine Juárez, un cinematógrafo de barriada. Una verdadera comedia rosa encantadora para esa época. Pasó a la historia del cinemascope, es decir, de la macropantalla.

Este cine era un bodegón con tres separaciones. En medio estaba luneta, con asientos cómodos. La mitad contaba con techo y la otra era al aire libre, donde podías sentir el viento que circula en Colima por las noches, veías el cielo iluminado de estrellas. El único inconveniente es que si llovía, la gente que ocupaba la luneta –de precio más caro– tenía que sacar sombrillas, impermeables de hule o gabardinas, gozar de las películas o retirarse.

Las galerías derecha e izquierda estaban conformadas por largas bancas donde se acomodaban como en los templos católicos cuantos individuos cupieran. Se permitía la entrada de vendedores de cacahuates, antojitos mexicanos y aguas frescas sin problema. El propio cine contaba con su dulcería. Hubo en su época de bonanza personajes chuscos y de brillante mente, como Chema Tamales, Gloriella, una dama vedette nacional y otros.

De las galerías se gritaban chascarrillos, y si la filmación no era divertida, una sí se entretenía en esa época, que poca o nula televisión había en la capital. Siempre en septiembre son las fiestas patrias y la inercia social, por la ausencia de espectáculos se congrega cada año frente a Palacio de Gobierno. Es como un ritual parecido al de Cine Juárez, donde hay de todo tipo de personas, aparentemente unidas ante el lábaro patrio, esencialmente solitarias y ajenas a la necesidad de cohesión social, funcionalidad comunitaria y familiar.

En septiembre, la gente se viste con los colores patrios, mas el sentimiento de identidad común se va perdiendo cada día más. Recuerdo un septiembre de 1988, frente al Ángel de la Independencia, congregados a escuchar el grito que pronunció un insigne varón Manuel de Jesús Clouthier del Rincón –quien fue candidato a la Presidencia de la República junto con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano– frente a un ilegítimo sujeto a todas luces cuestionable, Carlos Salinas de Gortari. Nunca olvidaré que en la especie de kermés que se organizó para esta celebración pusieron una carpa en la que entrabas y estaba todo oscuro.

En su entrada había un gran letrero que decía: “Conoce a quien cambiará a México en un país digno”; cuando te adentrabas en la oscuridad, pisando con cuidado con el temor natural de tropezar ante la cero luz, sintiéndote frágil y vulnerable, cuando menos lo esperabas se encendían las luces y ahí estaba un gran espejo, tú frente a él, completamente iluminado con las letras fulgurantes: “Tú eres quien cambiará México”. Septiembre de 1985: el sismo que quebró la capital mexicana. El terrible sismo que destruyó parte de los terrenos sagrados de Tlatelolco. Es como si esa tierra reclamara la muerte. Igual sucedió con la sangre vertida el 2 de octubre de 1968, cuando murieron cientos o miles. Por el sismo del 85, la Ciudad de México quedó desvastada, recuerdo que al viajar aún a los 2 años de trascurrido el sismo, veía las zonas como bombardeadas.

Septiembre de 2011: El nacimiento de mi último nieto, fruto de la unión de mi hija con un hombre bueno y culto de otra nacionalidad. Así, mis últimos dos nietos son extranjeros, por la gracia de Dios. Mi hija huyó de este país a otro muy lejano, porque en nuestro territorio pudo más el tráfico de influencias, la corrupción y la impunidad. Ella preservó su vida y salió literalmente huyendo de un hombre violento y con trastornos de personalidad profundos que no le deparaban más que la muerte o un daño de difícil reparación.

Septiembre 2014: La desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa, de la que no me es dable hablar, porque asqueada del mal gobierno que hemos tenido al menos desde la década de los 80, preferí no enterarme a fondo. El dolor de los desaparecidos, de nuestros muertos, a manos del gobierno, que son similares a los asesinados por la violencia de la guerra del narcotráfico, es como un hoyo negro. Te quedas sin palabras, te inmovilizas. Y una se pregunta ¿por qué?, ante las muertes como las de Tlatelolco, como las de los sismos de 1985 y de 2017, todos en la Ciudad de México. El silencio continúa y hay cero respuestas.

Ayer leí que un señor que porta la banda presidencial aseguraba que los habían incinerado. Me recordó a Díaz Ordaz. Resulta que este señor, cuyo nombre no voy a escribir, sabe cómo murieron, ¿qué tal? Ante la ignominia, ante el latrocinio, ante el cinismo sólo queda el silencio de los vivos. Perdón sí, olvido jamás. En memoria de Enrique Armando Salazar Abaroa. Como siempre, hasta siempre. “La respuesta, mi amigo, está en el viento”, Bob Dylan.