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AMLO y el ritmo cardenista



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 06 de Septiembre de 2018 10:27 am


TODOS notamos el cambio en el discurso y estilo de López Obrador. A diferencia de las campañas de 2006 y, en menor medida, de 2012, la de 2018 fue una campaña con un tono conciliador. Evidentemente, tenía el propósito de evitar enfrentamientos con enemigos poderosos, como los grandes empresarios, las iglesias y los medios de comunicación. Además, para capitalizar el descontento de una sociedad profundamente conservadora, era necesario hacer esos ajustes. Lo interesante es que últimamente AMLO ha dado señales de que la conciliación no era meramente una estrategia de campaña, sino también una parte importante de su proyecto reformista.

Hay que hacer dos aclaraciones. En primer lugar, el llamado a la unidad es práctica común de cualquier Mandatario que acaba de ganar unas elecciones. En segundo lugar, el populismo se caracteriza, entre otras cosas, por el establecimiento de alianzas interclasistas. Pero el enfoque que AMLO le está dando a sus alianzas es también de otra índole y tiene que ver con las posibilidades históricas de realización que le otorga a su proyecto. Es una cuestión de método: para lograr determinado fin, hay que seguir determinados pasos. En este caso, AMLO parece inclinarse por el ritmo de cambio que Lázaro Cárdenas le imprimió a su propio programa reformista: primero consolidarse en la Presidencia y luego reformar.

Durante los 2 primeros años de su sexenio (1934-1936), Cárdenas hizo los movimientos necesarios para deshacerse del que hasta entonces era el jefe máximo de la Revolución: Plutarco Elías Calles. Entre otras medidas, reestructuró las jefaturas militares y puso al mando a militares de su entera confianza, estableció alianzas con organizaciones obreras y comenzó el reparto agrario, llegó a un entendimiento con la Iglesia Católica después de años (1926-1929) de lucha cristera y emprendió la defensa de las naciones débiles en los foros internacionales. Con la fuerza y la legitimidad que estas medidas le otorgaron, logró expulsar del país a Calles y a los callistas y comenzó un ambicioso programa de reformas nacionalistas entre los años de 1936 y 1938.

Probablemente AMLO tiene en la mente este ejemplo. En los últimos sexenios, la práctica común ha sido iniciar con reformas más o menos importantes (o una guerra contra el narco), para legitimar el ejercicio del poder entrante. Sin embargo, AMLO está fuertemente legitimado por el proceso electoral y ha dicho en repetidas ocasiones aplazará las reformas constitucionales más importantes para la segunda mitad de su mandato. ¿Por qué inclinarse, entonces, por el ritmo de cambio cardenista? Hasta ahora, López Obrador se ha dedicado a establecer acuerdos con el partido y gobierno salientes, con grandes empresarios, con las iglesias, con las Fuerzas Armadas e incluso con gobiernos de otros países, principalmente con Estados Unidos. El proceso electoral le otorgó la confianza de los votantes, ahora se trata de obtener la confianza de aquellos que no simpatizan con él y que cuentan con el poder suficiente para complicar seriamente el ejercicio de la Presidencia.

La confianza y la certidumbre, junto con la legitimidad, son un mejor piso para comenzar a construir, pero también implica ciertos riesgos. Morena tiene ahora mayoría en ambas Cámaras y en varios Congresos estatales, pero relativamente pocas gubernaturas. Esto significa que si en las elecciones intermedias pierde esas mayorías, la implementación de las reformas constitucionales más importantes se dificultaría enormemente. Parece que la decisión está tomada y probablemente muchas de las acciones en materia de austeridad apuntarían tanto al mantenimiento de la legitimidad como a la obtención de recursos, ambas cosas necesarias (pero no suficientes) para la realización de reformas de fondo. Tendrá que dejar de cometer errores y de pelear batallas innecesarias (como el cambio de sede de las secretarías de Estado) para conseguirlo.