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Innovemos algo ¡ya!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

El tenue límite


Domingo 09 de Septiembre de 2018 9:15 am


CUÁN delgada puede ser una frontera, mientras qué grande es la diferencia entre anhelar, admirar, envidiar y atormentarse. Existe un tenue límite entre lo sano y tóxico que a veces no es claro, cruzar de un lado a otro es fácil, como la tabla del uno; es una emoción acallada, prohibida, difícil de aceptar y que pasamos por alto, declarada en la filosofía, la psicología, los tratados espirituales y en las religiones. Por ello, me llama la atención y me pregunto: ¿Por qué no hacemos nada por conocer su fondo y modificar su alcance?, ¿por qué nos permitimos la destrucción que en ella se contiene?

La envidia es por mucho un veneno mortal, y si se le da de comer al monstruo, te aseguro que éste va a crecer, y un día cualquiera nos encontraremos dentro el pantano, que no sabremos más cómo salir. Se necesita ayuda para sanar el tener envidia de los demás, para modificar el dolor, la rabia y la desolación de no ser, tener o poder lo que el otro sí tiene, hace y puede.

Melanie Klein, fundadora de la escuela inglesa de psicoanálisis, la define como el sentimiento de enojo que se tiene cuando otra persona posee y disfruta algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o echárselo a perder. Immanuel Kant dice que es cuando una persona ve con dolor el bien de los demás, aun cuando éste no acarree ningún daño para el bien propio. En los proverbios judaicos dice que el corazón apacible es vida de la carne, mas la envidia es carcoma de los huesos. Por lo tanto, podemos empezar a notar que el envidiar y ser envidiado es hacer de alto riesgo. En la envidia, las bajezas, los asesinatos y las competitividades malsanas crecen con holgura, ahora se entiende por qué el décimo mandamiento nos conmina a no codiciar lo bienes ajenos, realmente es por nuestro mejor bien.

Entre los inconvenientes que genera la envidia, podemos encontrar que bloquea el pensamiento creativo, generando ansiedad, tristeza y rencor; se manifiesta a través de miradas, acciones y frases inoportunas, calculadas para hacer daño. Está comprobado que altera la química del cuerpo al subir los niveles del cortisol, deteriorando la salud; cada estímulo externo activa en nosotros una serie de mensajeros químicos que impactan a los 5 trillones de células que nos conforman, y para restaurar el daño del cortisol, necesitamos generar oxitócica y serotonina, cosa que no sucederá mientras en nuestro hacer y sentir exista la envidia; lo ideal es hacer introspección, terapia y liberarnos esa emoción que hiere.

Por mi parte, cuando noto que la envidia me chifla y llama pidiendo mi atención, justo antes de crear un sentir, obviamente, mucho antes de tener alguna emoción envidiosa detengo mi pensar, verifico cuál es ese vacío que anhelo cubrir, y en vez de darle cuerda a lo que innegablemente me lastimará, busco la mejor forma de sanarlo. Pero si es lo contrario y alguien cree que yo soy su enemigo a destruir por su envidia, trato de no herir por el hecho de existir, me pongo al servicio en el afán de compartir mi experiencia, y si eso no funciona, y ese alguien, en su enfermo y deplorable enojo me agrede, arrebata e intenta afectarme con su tóxico dolor, pido en oración por la recuperación de su estima, para que encuentre la dicha que le permita aprender y no contender.

Me hago sorda a las maldiciones y me aparto, porque en nada nos aprovecha estar cerca de un corazón necrosado. Por favor, innovemos algo ¡ya!, afrontemos nuestras inseguridades y carencias, sepamos que siempre alguien tendrá más y mejor, no las callemos y sí hablemos con el corazón en la mano con nuestro terapeuta de cabecera, dejemos que nos acompañe a ser mejores y más dichosos cada día. Por favor, dejemos atrás la costumbrita de envidiar, de verdad, eso nos hace daño. Ah, por cierto, olvídate, no existe eso de la envidia de la buena, no te dejes engañar.


*Terapeuta


innovemosalgoya@gmail.com