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Tiempo fuera



HÉCTOR SÁNCHEZ DE LA MADRID

¡Agustín, te voy a hacer picadillo!


Miércoles 12 de Septiembre de 2018 8:53 am


UNO de los jóvenes que se incorporaron a la Asociación de Charros Camino Real, a mediados de los años 60, cuando ya estaba constituida por un grupo de muchachos y escasos señores, entre los cuales se encontraban mi hermano Jaime Sánchez de la Madrid, Carlos Hugo Schulte Cividanes, Roberto Solórzano Castañeda, Salvador Fernández Ramírez, Salvador (+) y Juan Ventura Topete, Ernesto Schulte Brizuela, Carlos y César (+) Alcaraz Pérez, José Luis El Tequila Cruz Villanueva (+) y Elías Lozano Merino (+), fue el villalvarense Agustín Cruz Villanueva.

De estatura regular, güero, ojiverde, ancho de espalda y acinturado (era y sigue siendo muy fuerte), con la sonrisa a flor de labios, cayó como agua para chocolate con los entonces chamacos y caballeros de la agrupación de charros Camino Real. Con la experiencia adquirida en el rancho de su familia en Villa de Álvarez, sabía montar a caballo, lazar y, sobre todo, jinetear toros.

Hay dos formas de montar bureles, la que practican los vecinos del norte, que se basa en que el jinete del bovino balancea el cuerpo siguiendo el movimiento del animal mientras repara, buscando el equilibrio para no caerse ni ser tumbado, mientras que la manera empleada en México es a base de fuerza, esto es, el montador se sienta sobre el dorso del astado, se agarra del pretal (cincho con el que se cruza el lomo) y aprieta las piernas al cuerpo del mismo, clavándole las espuelas en la panza o en el pecho para sujetarse.

El chamaco de la Villa aprendió las suertes charras y las ejecutaba como el mejor. Hacía la cala de caballo, lazaba, jineteaba, coleaba y realizaba el peligroso “paso de la muerte”, que significa pasar de un equino domado, a pelo, a otro bruto, sin silla, seguido de dos o tres charros también montados que arrean al salvaje dando vueltas al redondel del lienzo o plaza, hasta que el jinete salta de su caballo al otro, a toda velocidad y con gran peligro.

Agustín Cruz, el Tío Tín para sus familiares y amigos, como buen paisano, se peleaba literalmente con las bestias que jineteaba, usando toda su fortaleza (que era mucha) para dominarla, lo que conseguía la mayoría de las veces. Varias ocasiones disfruté de las luchas entre montador y toro, que se fundían en una sola pieza hasta que el burel se cansaba y se paraba. Si mal no recuerdo, la única ocasión en que lo vi caer fue cuando jineteó al famoso Toro del Churío, sin estar completamente seguro.

Nuestro protagonista ha sido durante décadas enteras un activo de las Fiestas Charrotaurinas de la Villa, figurando como actor principal, ya fuera desfilando a caballo en las cabalgatas, jineteando o lazando en la plaza, al igual que bailando o peleando en los recibimientos, porque también para los moquetes era bueno. Estando en sus cabales, nadie le ganaba; a la mala, quién no.

El Tío Tín es amigo de medio mundo, porque fue, o es, no lo sé, afecto a disfrutar de las bebidas espirituosas en compañía de sus numerosas amistades. Esporádicamente tomé la copa con él y otros compañeros; debo decir que nunca fui bebedor, mientras que mi estimado personaje era excelente para empinar el codo. Varias veces lo vi bastante pasado, a tal grado que se dormía a pesar de la música, el barullo y la charla de los amigos, sin embargo, a los 20 minutos despertaba como la fresca mañana, como si le hubieran cargado las pilas y a empezar de nuevo.

Siempre ha gozado de buen humor y para confirmarlo les platicaré dos breves anécdotas, con el debido respeto a su señora esposa, Evelia Gutiérrez Topete, y a mi amigo de toda la vida:

Al llegar el actor a su casa, en la Villa, a altas horas de la madrugada, después de pasarse el día entero con amigos, que es lo mismo a que estuvo tomando varias horas y por consiguiente olía a alcohol a 10 metros de distancia, lo recibe su señora y lo empieza a regañar por la hora y, sobre todo, por las condiciones en que se encontraba, sin saber el recién llegado qué decirle ni contestarle, hasta que la esposa, ya desesperada le dice: “¡Te voy a largar, Agustín!”, a lo que el Tío Tín le responde de inmediato y sonriente: “¿Me vas a largar, Evelia? ¡Primero, alcánzame!”, desarmando a la reclamante que empezó a reírse.

En otra ocasión sucede exactamente lo mismo, el Tío Tín se presenta en su morada al amanecer en estado deplorable, encontrando a la señora más molesta que nunca por la frecuencia con la que se repetía la misma escena, así que luego de varios minutos de reprenderlo acaloradamente, le advierte: “¿Sabes, Agustín?, ¡me dan ganas de hacerte picadillo!”, contestándole socarronamente el aludido: “¡Evelia, mejor hazme unos chilaquiles picosos pa’ la cruda!”.