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Tras la puerta



SABINA DE LA LUZ URZÚA

Pederastia


Miércoles 12 de Septiembre de 2018 8:39 am


DICE el diccionario que significa práctica sexual con niños y es un delito. Si dividimos el concepto, nos preguntaremos qué es un delito en la actualidad en nuestra República. Se lo dejo de tarea. Me doy cuenta, por experiencia, de lo lejos que estamos como sociedad de los teóricos penalistas en conceptualizar lo que ellos llaman “delito”. Hay comportamientos o prácticas que la sociedad dice reprobar en lo general, que tolera callada y con un antifaz de doble moral. En lo legal, un delito es una norma que es aprobada como reproche penal por los llamados representantes populares (Poder Legislativo), luego es sancionada por el Poder Ejecutivo, éste ordena su publicación en un medio informativo institucional llamado periódico oficial y ¡zas!, es delito.

Los delitos pueden ser vigentes (aplicables) o no (caducos, abrogados o derogados). Para el pueblo, en su mayoría, desde hace más de un siglo son actitudes por omisión o acción que se utilizan por parte del gobierno para castigar a ciertas personas, no todas a las que cometen esas conductas. Desde el Siglo 19, ya se criticaba el sistema de aplicación penal por ser obsoleto para “redimir” o transformar al individuo que delinque.

Los delitos se castigan con cárcel en los casos que así lo establecen los legisladores, dependiendo de ciertas circunstancias y características del hacer o no hacer, del dar o no dar. A lo largo del Siglo 20 se ha probado lo obsoleto que es el sistema penal para modificar las conductas que los sujetos –hombres y mujeres– cometen contra paradigmas sociales y culturales que los legisladores llaman delitos. Dice la voz popular que están en los reclusorios sólo los pobres.

Y en la vida práctica esto parece ser una verdad irrefutable. Cuando estudié Derecho, hace más de 35 años, creía en las teorías punitivas. A medida de que pasaron los años, dejé de hacerlo porque la cárcel no da al ofendido la restitución del daño, aunque sentencien a un individuo por el daño causado gravemente, porque a la víctima jamás le podrán ser restituidos los daños causados. Por ese motivo, hoy toco un tema doloroso, duro para quienes han sufrido un ataque sexual en su vida. Sobre todo a los niños y niñas, que por su inocencia y candor, en muchas ocasiones reciben caricias lesivas de sus propios familiares o de las amistades de sus más cercanos de éstos. ¿Cuántas personas –hombres y mujeres– son los atacantes sexuales de los infantes? Estas cifras nunca las conoceremos, porque ni siquiera se ventilan, no hay estudios a largo plazo, mucho menos universos grandes de individuos que han resentido un daño así.

En días pasados, se informó por los medios que había muchos ministros de la Iglesia Católica señalados como pederastas, se habló de sacerdotes hombres, por lo que me pregunto: ¿No hay mujeres pederastas? Este tipo de comportamientos son satanizados tratándose de sacerdotes, mas se callan los casos en que son los y las profesoras los que presentan estas conductas abominables, dignas no de un estudio psicológico o psiquiátrico, sino de un escarmiento verdaderamente ejemplar.

No hablo de cárcel, porque la cárcel no pasa de ser un lugar donde hay una población humana que socializa y que realmente lo único que no tiene es la libertad de salir del reclusorio, adentro no compurgan una sanción, sino que muchos de ellos gozan de estancias de primer nivel económico, los afectados son generalmente personas sin recursos económicos. Dentro de las cárceles hay una subcultura y se ha dicho que ahí se gradúan los primos delincuentes.

Ejemplos en nuestro país hay muchísimos, de norte a sur y de este a oeste. Mas el quid, retornando a la pederastia, es por qué nos escandalizamos cuando se trata de personas religiosas y no de aquellos que siendo familiares, muchas veces de primera línea consanguínea, cometen abusos sexuales contra la niñez. ¿Por qué esa doble moral? Los curas o ministros religiosos son humanos, sus actos de pederastia son tan criminales como los de los familiares, sin embargo, en el hogar son callados incluso por las madres, abuelas o hermanos. ¿Usted se ha puesto a pensar qué siente un niño que es lastimado en su ámbito más sagrado corporal? ¿Qué percibe la criatura pequeñita en la caricia, toqueteo o práctica de la que es objeto?

A los infantes les da miedo y disgusto porque en su interior ese “yo” que apenas se va constituyendo, “sabe” que es denigrante, doloroso y “malo” lo que el más grande hace con él. Es decir, hasta las criaturas con capacidades diferentes perciben las prácticas y abusos. Este es un don natural humano. Nuestro sentido del bien y el mal es lo que nos diferencia de las demás especies animales con las que coexistimos. Ciertamente, los tocamientos en zonas erógenas causarán sensaciones placenteras, mas ello no significa que la criatura pequeña esté consintiendo el hecho abusivo.

En antaño, igual que en las corporaciones religiosas a este tipo de criminales natos, que seguramente padecen de sus facultades mentales o sufren trastornos de personalidad profundo, que los hace ser hombres o mujeres “torcidos” en sus formas de comportarse, se les ha tolerado –nunca he entendido la causa– por sus propios familiares o corporaciones religiosos, magisteriales, médicas, profesionales. Socialmente hay una complicidad callada, turbia, oscura.

Son crímenes que no son expuestos a la luz pública. No por vergüenza, sino por ese aspecto hipócrita y enfermizo que padecemos como sociedad. Somos muy fáciles para aventar la piedra, pero es casi imposible que miremos la viga que cargamos en nuestra propia vida. ¿Cuándo seremos una sociedad congruente y coherente con nuestros niños y niñas? Como siempre, hasta siempre. “La respuesta, mi amigo, está en el aire”, Bob Dylan.