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Red abierta



ARMANDO MARTÍNEZ OROZCO

Dignísima indignación


Viernes 14 de Septiembre de 2018 8:06 am


EL triunfo de la revolución cubana, y no su posterior administración con tremenda mala suerte, necesitó del apoyo de sindicatos, movimientos estudiantiles, partidos obreros y, por su puesto, la ciudadanía. No sólo con las armas se gana una guerra.

Toda Cuba –o al menos, la mayoría– estaba harta del gobierno represivo, sanguinario régimen político-militar de Fulgencio Batista, con el cual sólo el gobierno de Estados Unidos estaba de acuerdo y conforme, y más bien lo estaba de una forma digamos casi indiferente.

Tres intentos ancestrales de insumisión hizo Cuba antes de la revolución triunfante, y el definitivo fue el encabezado por Ernesto El Che Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos, entre el 26 de julio de 1953 y el 1 de enero de 1959.

Por eso, si el descontento social de la UNAM pretendiera la revolución (que no es el caso) y no la sola expresión, legítima y necesaria, por lo demás, de simple descontento por haber recibido ataques porriles un grupo de estudiantes preparatorianos, necesitaría mucho más (y puede hacerlo) que la enorme convocatoria estudiantil que ahora se ha registrado.

No es este texto de ninguna forma un llamado a las armas, pero sí a la protesta social surgida en la Ciudad de México, pero con trascendencia nacional e internacional, si persiste la movilización. Téngase en cuenta que las armas, los fusiles, las pistolas, revólveres y rifles de asalto son un método de autodefensa y además muy inseguro, como no lo es tanto la protesta social pacífica.

Pero si a los estudiantes de la UNAM los acompañasen el EZLN –la guerrilla más pacífica de la historia, dice mi padre– partidos tan conservadores de izquierda como Morena o sindicatos radicales, además del hartazgo ciudadano por las prácticas porriles del PRI, otro gallo nos cantaría. Y esto va más allá de la aceptación del pliego petitorio por parte de Antonio Graue, rector de la UNAM. Los estudiantes podrían convertirse en vanguardia de un movimiento político, social y pacífico que trasciende el limitado territorio de las urnas en las elecciones.

También, si la preocupación del dignísimo estudiantado de la UNAM se volcara allende el interés de profesores certificados y con un historial académico reconocido públicamente, la no intervención de autoridades en actividades político-culturales, la anulación del acoso y la desarticulación de grupos porriles al interior de la universidad, entre otras peticiones, el miedo estaría administrado no contra nosotros, que somos bastantes. Los movimientos sociales se extienden y se vuelven masivos cuando la sociedad pierde el miedo o los miedos, y los supera cuando percibe altas probabilidades de triunfar en una lucha en particular o en varias cuando son coincidentes.

Si acaso cuando tocaran a uno de nuestros estudiantes, a una de nuestras madres, a alguno de nuestros hermanos, amigos, amigas, fuéramos capaces de manifestaciones multitudinarias como la de la semana pasada en la UNAM, los hombres del poder se la pensarían más de una vez antes de hacernos daño otra vez. Somos todos uno solo.

Ya poco importa si la posterior vida a la revolución cubana generó la peor de las Cocacolas, como observó el mismo Che Guevara, o una crisis de misiles, o aquella relación casi inevitable de tráfico de cocaína con el ex capo colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria, hombre tan básico, elemental, rudimentario como violento a un mismo tiempo.

Por tanto, poco importará si lo que hacemos después de nuestra indignación funciona o no: al menos lo habremos intentado de la forma más digna.

 

ANÉCDOTA

 

Permítanme los lectores una digresión. Al Che le encantaba la Cocacola, pero después de la revolución triunfante en la isla, ese refresco adquirió un sabor malo, según se quejaba Guevara. Al parecer, el agua insular le daba ese regusto desagradable al paladar del dirigente. Me cuenta mi padre que Paco Ignacio Taibo II, biógrafo del Che, otro cocacolero irredento, vino cierta vez a Colima, probó la Cocacola que se envasa aquí y la catalogó como una de las mejores que había probado el escritor. También sería el agua, porque la fórmula del polvo base del refresco es la misma en todo el mundo.