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SABBATH



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Piedras


Sábado 15 de Septiembre de 2018 9:35 am


1.- EN el monte, se encuentra uno de vez en vez piedras raras. Son guijarros sencillos que, sin embargo, poseen características extrañas por infrecuentes.

Luego de incontables caminatas y partidas de caza, he reunido una colección de piedras que mantengo sin orden ni mucho menos catalogación. En sentido estricto, no es una colección, sino una acumulación. Con suerte, un día de tantos les daré algo de coherencia por sus características.

2.- Son pequeñas piedras, porque sucede que para traerlas a mi casa debo cargarlas, de modo que resulta incómodo si pesan más de 100 gramos, pues juntas pueden eventualmente sumar kilos.

Uno debe recogerlas donde las encuentre y no dejarlas para una siguiente ocasión, porque uno ignora si volverá, si pasará por ahí y si el guijarro se encontrará en ese mismo sitio, como esperándonos.

Es frecuente que de una temporada de caza a otra, los senderos que uno recorrió se modifiquen por las escorrentías de las lluvias, por terremotos o hasta por acción humana.

Alguna vez, esa acción humana me permitió encontrar rocas que yo creí fósiles. En una ladera de cerro donde había recortado el terreno una retroexcavadora, me pareció ver la figura de una enorme caguama prehistórica (estaba cerca de la costa) y huevos del imaginado quelonio fosilizados. Con esa ilusión traje varios conmigo. Un conocedor me sacó del error y me explicó qué clase de formaciones minerales son esas “pelotas” naturales. De todos modos las conservo, excepto las que le regalé.

3.- Eso de cargar piedras grandes es poco atractivo. Lo evito. Una mañana, al iniciar el descenso de la cima del cerro de La Cumbre, encontré a dos señoras que recogían rocas que pesaban por lo menos 4 kilos cada una. A ellas les habían gustado y deseaban llevarlas, me dijeron cuando pasé por ahí. Les pregunté para qué las querían y me dieron una respuesta que ya olvidé. Una, con espontánea confianza, le dijo a la otra: -El señor nos va a ayudar a cargarlas hasta el pie del cerro-. Imaginé que ese señor era el del Rancho de Villa que les haría el milagro; o el señor de los cielos al que todavía no le hacían una serie de televisión; o cualquier otro ente poderoso, no yo. Pero sí se refería a mí.

-No necesitan cargar esas piedras. Allá abajo, en el estacionamiento, hay muchas iguales- les dije. Era cierto. Tras obsequiarlas con el dato, reanudé la marcha caminando rápido.

4.- He reunido pequeñas rocas, piedras y guijarros de diversos colores: negras, blancas, rojas, verdes, cafés, ocres, azulosas, amarillas y multicolores veteadas. Otras las he recogido por la forma: planas, redondas, cúbicas o agujeradas de manera natural. 

Unas son mucho más pesadas de lo que se calcularía por el volumen. Unas más brillan. Y varias son tan negras que uno pensaría que se quemaron, pero no hay tal.

Se encuentran otras que parecen estallar. Son cristalizaciones. Unas invitan a tallarlas porque se adivina que brillarán tras el pulido.

Carecen de valor comercial y de ninguna manera son piedras preciosas de las que se puedan obtener gemas o joyas. Son piedras sencillas, humildes, guijarros del camino como las del poema Como tú, de León Felipe: “Así es mi vida,/ piedra,/ como tú. Como tú,/ piedra pequeña;/ como tú,/ piedra ligera;/ como tú,/ canto que ruedas/ por las calzadas/ y por las veredas;/ como tú,/ guijarro humilde de las carreteras;/ como tú,/ que en días de tormenta/ te hundes/ en el cieno de la tierra/ y luego/ centelleas/ bajo los cascos/ y bajo las ruedas;/ como tú que no has servido/ para ser ni piedra/ de una lonja/ ni piedra de una audiencia,/ ni piedra de un palacio,/ ni piedra de una iglesia;/ como tú,/ piedra aventurera;/ como tú,/ que tal vez estás hecha/ sólo para una honda,/ piedra pequeña/y/ ligera…”.

5.- También son las piedras, algunas piedras, ocasión de diversión. Lanzarlas a que golpeen y reboten en la superficie del agua es relajante. Tirarlas a que se hundan las pesadas y suene el impacto en el líquido indicando al oído qué tan hondo es un estanque, distrae en el ocio.

A un cazador, un guijarro de resortera le sirve para bajar los pájaros abatidos que se atoran entre ramas. O para ahuyentar al intruso churío que espanta a las huilotas y evita que pasen por el árbol que uno atiende. O para tirar al bonete que, en las alturas, pone a prueba la puntería del tirador de cantos y premia el acierto con la delicia de su carne vegetal.

También sirve para alejar al ganado doméstico que acude al ojo de agua y le da por aposentarse en las inmediaciones. Con las reses ahí, el ciervo no llegará. Ni siquiera jabalíes, que son irreverentes, simpáticos rebeldes sin causa de los montes, escandalosos y pendencieros. Ni ellos, que ya es mucho decir.

Por eso, en la mochila de un cazador jamás deben faltar una resortera y un buen cuchillo. (El cuchillo nada tiene que ver ni con la resortera ni con las piedras, pero lo menciono por si algún lector estuviese preocupado por que hoy las armas blancas –así les llaman los policías– estuvieran fuera de escena.)

6.- Hay una piedra especial, la de venado. Es una formación mineral en sus dentros. Pero esa es historia de otro día.