Ciencia nuestra de cada día
ALFREDO ARANDA FERNÁNDEZ*
El doctorado
Domingo 16 de Septiembre de 2018 8:40 am
PARA poder hacer ciencia, es necesario, entre
otras cosas, adquirir la habilidad de cambiar de parecer. Entrenar el cerebro
para que pueda ir en contra de sus prejuicios y primeras impresiones. Es
difícil. Además de tener que aprender una cantidad cada vez más grande de
conocimientos, técnicas y herramientas, se tiene que modificar la forma de
pensar. El entrenamiento empieza, casi siempre (si se
tiene la suerte de poder ingresar a una buena universidad), desde la formación
a nivel de licenciatura o pregrado, sin embargo, la formación robusta,
específica y dirigida para adquirir esa indispensable habilidad que nos permita
cambiar la forma de pensar (otra vez, siempre y cuando se tenga la oportunidad
de hacerlo en un buen lugar), se obtiene en lo que llamamos el proceso de
doctorado. Quizá para muchas personas, en la actualidad
la palabra doctorado esté asociada de manera muy importante a un título casi
nobiliario, que denota mucha preparación o que es requerido para un puesto. No
es poco común escuchar frases como: “ese tipo tiene dos maestrías, ¡es un
genio!”, o “a ella le gustaría tener dos doctorados”. Cuando se piensa así, es
como si se considerara al doctorado como “la meta”, el lugar al que se quiere
llegar. Cosa muy diferente para las personas que nos
dedicamos a la ciencia. Para nosotros representa el inicio. Obtener el
doctorado es haber demostrado que hemos aprendido a hacer investigación. El
doctorado es simplemente la fase de formación en que nos preparamos para
aprender a investigar (la maestría es sólo una fase intermedia). Por ende, si
alguien desea obtener un segundo doctorado, seguramente el primero no lo hizo
muy bien (existen situaciones en las que personas que estudiaron en varios
países por azares del destino, y para poder convalidar sistemas distintos,
terminaron obteniendo dos doctorados, pero es claramente distinto al caso que
estamos discutiendo). Evidentemente, el concepto y su significado
práctico son cosas que han evolucionado con el tiempo. La actividad científica
no es igual hoy a lo que era hace 2 siglos, es más, ni siquiera a la de hace 50
años. Los procesos de preparación y formación de las personas de ciencia han
cambiado. Las expectativas, las demandas, la realidad laboral y familiar, la
ciencia misma, han cambiado. Hubo épocas, por ejemplo, en que el grado ni
siquiera existía. Las personas que se dedicaban a la ciencia estudiaban,
experimentaban, trabajaban, teorizaban, discutían por años, muchas veces sin
lograr nada o casi nada, que no es lo mismo pero es igual. De repente, a veces,
se lograba alguna cosita interesante. Lo más común en esas épocas es que luego
de pasar “una vida entera” trabajando, los “sabios” escribían sus descubrimientos
y teorías en grandes libros para la posteridad. Conforme más personas se involucraron en la
actividad del estudio sistemático de la naturaleza, se avanzó de manera más
eficiente y surgieron nuevos mecanismos de organización. Ahora ya existían
trabajos (puestos) formales para ellas, lugares donde estudiantes podían ir a
entrenar y convertirse en exploradores de la naturaleza. Todo ello, aunado al
éxito estrepitoso que el conocimiento científico obtuvo en sus aplicaciones
durante el último siglo, ha hecho que tengamos métodos y denominaciones muy
particulares para la formación y acreditación de nuestros científicos. Hoy, un
doctorado es simplemente la forma de acreditar que se cuenta con el
entrenamiento para llevar a cabo investigación. Entrenamiento certificado por
una institución de educación superior. *Coordinador General de Investigación
Científica de la Universidad de Colima Blog
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Aranda