Innovemos algo ¡ya!
MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA
Nuestras ofensas
Domingo 16 de Septiembre de 2018 8:33 am
ES paradójico e irónico el modo en que por la
vida vamos dando, pidiendo, concediendo, exigiendo, suplicando y clamando por
un perdón. Quisiera reflexionar y aprender sobre el cómo perdonar y el pedir
perdón; es mi anhelo que se nos haga una herramienta acostumbrada y cotidiana. El perdón se comprende como la acción de
aceptar las disculpas –arrepentimiento– de alguien que ha admitido el habernos
ofendido, lastimado, o el haber faltado a sus promesas, como el respeto,
fidelidad, cuidado, honra, responsabilidad, entre otras. Quizás sin querer, o
quizás con cierta alevosía, ventaja y planeación alguien nos lastimó, pero lo
importante es comprender que quien acepta su error merece nuestro respeto,
escucha y atención; incluso si nos falló. El perdón ocurre por elección y voluntad
propias, se dé o se pida para sí mismo o para otro –interceder–, es un acto de
un superior sobre su inferior. Un rey perdona la vida de un súbdito, un padre
perdona al hijo desobediente, y nunca de los nunca, jamás, los patos le
disparan a la escopeta, es decir, cuando se trata de ofensas entre hermanos,
amigos, compañeros, integrantes de una pareja o cónyuges, pedirle perdón a
nuestro igual está fuera de lugar. ¡Sí!, así como se lee, piénsalo, nadie más
que el otro, no hay un mayor jerárquico; en ese caso se dice: “lo siento,
lamento haberte lastimado”. Cabe destacar que lo importante, cuando hablamos
del perdón, es sanar la herida del otro y la propia. En el día del perdón judaico, se conmemora
pidiendo perdón donde lo tengan que pedir, es importante saldar las cuentas
pendientes, que no seamos el nombre de un resentir. Si Dios nos ama, perdona, y
sólo ve nuestra virtud y bendición, ¿cómo porqué no podemos nosotros perdonar?,
¿no será que no queremos?... ¡Ay!, los egos. Ahora bien, ¿qué pasa si la parte ofendida no
puede dejar ir su enojo? Si no sabe cómo realmente ver lo sano y se estanca en
el dolor y en el ayer, pues se enmohece. ¿Sabes?, lo que ya fue, ya se fue;
¡por favor!, sólo veamos el ahora;
atesorar, apreciar, cuidar y permitir fluir la nobleza de quien nos
ofrece una disculpa es, sin duda, nuestra mejor medicina anti cáncer; el
ofendido ha de también sanar su ego y sed de venganza, para que el perdón mane,
para que ambos noten la luz de su propia nobleza, y dejen ir aquello que ata y
cala. Innovemos algo ¡ya! Si vamos a ofrecer una
disculpa o a pedir perdón, dejemos el ego en otro lugar, porque pedir perdón
sin especificar la razón, no calma al herido; hacerlo al tiempo que sacamos los
defectos del otro, es querernos justificar y no le sirve a nadie; pedirlo sin
escuchar el relato del dolor del otro, sólo suena a salir del paso, para no
incomodarnos escuchando hasta dónde metimos el puñal; llegar a decir “lo
siento” estando a la defensiva, es querer excusarnos. Porque pedir perdón o
decir lo siento, no se trata de nosotros, y sí se trata de que seamos nosotros
quienes abracemos el dolor que provocamos; paradójicamente, pedirlo es el
abrazo que sí consuela. Cuando alguien nos pide que lo perdonemos o
nos dice que lamenta habernos herido, es importante que sepamos cómo hacerle
para soltar el resentir doloroso, hemos de comprender que la clave está en la
habilidad de identificar a las personas con su belleza y virtud interior;
entender que si hieren, antes fueron heridas; que una ofensa, por más grave, no
ha de ser la etiqueta del ofensor. Quien se abre a sanar en el abrazo de un
perdón, sabe apreciar a los otros por quienes son realmente: un hermoso ser
humano creado a la imagen de Dios, con virtudes y cualidades únicas. Realmente,
salvo algunas excepciones, sí es posible llegar a encontrar un espacio de
entendimiento y perdón. Quiero que tú y yo podamos poner atención a la esencia
de las personas, preguntándonos qué hay bello en esta persona, cuál es su
pureza, cuál es el mensaje de Dios para mí, a través de mi ofensor. Quiero que
podamos soltar y perdonar. *Terapeuta
innovemosalgoya@gmail.com