Despacho político
ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Basura
Martes 18 de Septiembre de 2018 9:00 am
1.- LAS fotografías de Diario de Colima nos
muestran a personas barriendo la playa, en Santiago. Con la tormenta de la
madrugada, las crecientes del arroyo que desemboca en este mar azul de
Manzanillo, les ha traído un regalo amargo: basura, mucha basura, sobre todo
plásticos. Diseñado para utilidades industriales y
médicas, el plástico emigró a la industria y al consumo popular. Invadió el
mundo, las ciudades, los caminos, los ríos tanto como los árboles y los
océanos; se instaló en la vida. 2.- Un recuento breve de los plásticos: las
bolsas en que se empacan alimentos, sobre todo los procesados; las envolturas
de las mercancías que consumimos, las películas de pastas de los cuadernos; los
muebles de las oficinas; las vajillas de la cocina; las bolsas donde ponemos
las bolsas donde se colocan los alimentos, la ropa, los jabones que compramos. Tal es la tiranía de los plásticos que hoy
nos parece tan artesanal, estético y amigable un papel de fibras de madera de
pino que hace décadas era despreciable, a pesar de su utilidad: el de estraza. Las bolsas que con ese papel se elaboraban,
servían para llevar el pan (se adivinaba por las pequeñas manchas de grasa que
se marcaban en el empaque), el azúcar, el café y muchos alimentos más. A final
de cuentas, cabían todos esos envoltorios de papel de estraza en la bolsa de
las señoras, que eran de tela de algodón o tejidas de fibras naturales, de
ixtle, que servían para un montón de cosas y más; por si eso fuese poco,
duraban toda la vida. Tenían una identidad propia, se llamaban Las
bolsas del mandado. Todo mundo sabía de qué se trataba. Vinieron las elaboradas
con plástico. Poco a poco, arrumbaron a las de ixtle y tela. Ley de mercado:
eran más baratas, aunque el sol terminaba por volverlas quebradizas y las asas
se desprendían al cabo de cierto tiempo por el peso de las cargas. 3.- Hubo un tiempo en que el plástico gozó de
buena prensa. El polietileno parecía destinado a convertirse en una maravilla
de la humanidad. Les servía lo mismo al cirujano que en la sala de operaciones
abría a un paciente para salvarle la vida que al carnicero que destazaba una
res a gusto de los clientes. Nos salvaba de mojarnos en la lluvia (y así
perdimos el rudimentario placer humano de mojarse y reír bajo las tormentas),
protegía los muebles de los tacaños que trataban de evitar el desgaste por las
sentadas, aunque exhibiera su gusto pésimo; guardaba la morralla y el pescado
que no necesitó más el papel del periódico del día anterior; hizo gorros para
que las mujeres se bañaran sin mojarse el pelo y a los hombres les regaló
balones de futbol que suplieron a los de cuero. Como todo en la vida, el plástico tuvo dos
caras, la del benefactor sanitario y la del ogro imbatible que se aposentó en
el trono de la cotidianidad. 4.- Sí hay mal que dura más de 100 años. Una
bolsa de plástico tarda entre 300 y 3 mil años en degradarse, esto es, que sus
elementos químicos vuelvan a estado original en la naturaleza y se le
reincorporen. Eso genera un problema serio: la cantidad de plásticos que
producimos y desechamos es tal que confinarla es imposible, de modo que termina
por invadir los océanos, los ríos, los arroyos, las lagunas, los lagos, los
bosques, las ciudades. Y mata animales y personas. Miguel Álvarez del Toro, naturalista
colimense, ideó y creó el Cañón del Sumidero, en Chiapas. A mitad del trayecto,
hay una franja de basura –plásticos, casi toda– que casi se ha convertido en
atractivo turístico. Las lanchas deben buscar ruta entre los desperdicios, que
son islas flotantes en que se posan los zopilotes en busca de comida. Esa es la
imagen de nuestra civilización de plástico. 5.- Otra imagen es la de caguamas muertas en
restos de trasmallos, las redes de pesca prohibidas que, sin embargo, aún se
utilizan. Hay toneladas de ese plástico en los fondos marinos, sobre todo en los
arrecifes y en los bajos donde la vida prolifera, a donde los furtivos van a
colocar las redes. Perdidas y a la deriva, los restos de los
trasmallos atrapan peces, delfines, ballenas y otros animales hasta matarlos
sin provecho alguno, salvo para carroñeros de las aguas. 6.- Hay una incipiente conciencia contra los
plásticos. Los más jóvenes han asumido dejar de usarlos, o reducirlos al
mínimo. Científicos chilenos inventaron un producto similar que se deshace en
agua sin contaminarla. También hay popotes de materiales naturales que se
deshacen en poco tiempo. Nos falta andar mucho camino. Se debe frenar
desde el origen, para que las empresas fabricantes reduzcan o eliminen los
plásticos de empaque. O se les imponga un impuesto ambiental que se destine a
limpiar aguas y tierras del país. Que no haya más arroyos de Santiago que
lleven desechos, sino agua y arrastres orgánicos naturales. Que los árboles no
cubran su follaje con bolsas de polietileno a la deriva. Que el océano no sea
más un basurero, ni los campos ni los caminos ni las barrancas. Se puede, si se va a la raíz, a donde se
genera esta basura: la industria. Una huelga de consumidores podría ayudar. MAR DE FONDO
** “Todo lo consumado en el amor/ no será
nunca gesta de gusanos./ Los despojos del mar roen apenas/ los ojos que jamás/
-porque te vieron-,/ jamás/ se comerá la tierra al fin del todo./ Yo he
devorado tú/ me has devorado/ en un único incendio./ Abandona cuidados:/ lo que
ha ardido/ ya nada tiene que temer del tiempo”. (Ángel González, español,
1922-2008. Inmortalidad de la nada.)