Despacho político
ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Tiempo
Miércoles 19 de Septiembre de 2018 8:01 am
“SABIA virtud de conocer el tiempo…”,
escribió Renato Leduc. Es el primer verso de su hoy popular soneto que la gente
y los publicistas llaman Tiempo, cantado a ritmo de bolero. En realidad, el
título que Leduc impuso a su poema es Aquí se habla del tiempo perdido que como
dice el dicho, los santos lloran. Premiado por la suerte, Leduc encontró un
cierto día en Europa la oportunidad de ayudar a la hermosa pintora británica
–que con el tiempo sería más mexicana que las tortillas de maíz– Leonora
Carrington. Casó con ella usando el argumento de que así podría ingresar sin
problema legal alguno a México, donde ella buscaba refugio. Poco tiempo después
se divorciarían. ¿Fue el poema producto indirecto de aquel matrimonio efímero?
Lo pregunto por el segundo verso: “a tiempo amar y desatarse a tiempo…”. ¿O es
verdad que lo escribió para ganar una apuesta en el reto de crear un soneto con
rima de tiempo? En español, la palabra tiempo sólo rima con tiempo. Ese discurso filosófico sobre el valor del
tiempo, supongo que lo desconocen los señores dueños, gerentes y empleados de
muchos bancos y de los dos únicos supermercados –WalMart y Soriana– que hay en
Colima. La semana pasada, programé mis horas
disponibles para, entre otros asuntos, comprar mercancías en WalMart de avenida
Tecnológico. Cuando terminé de escogerlas, me dirigí a la fila de cajas, donde
sólo había tres en servicio. Infiero que los gerentes se ahorran unos pesos
quitando uno, dos o tres cajeros aunque terminen pagando los clientes por
malgastar su tiempo en la espera. (Recuerdo que dos de mis maestros de cuando
estudié en el Iteso, gustaban de “criticar” el “sistema comunista” por las
colas para comprar mercancías.) Se saturaron y la fila comenzó a crecer. Decidí aprovechar mis años y pasé a la caja
de “la tercera edad”, esto es, la de viejitos. Recurro poco a esa porque con
frecuencia está cerrada y los cobros suelen ser lentos o lentísimos, según la
circunstancia. Resultó que ahí tampoco se avanzaba con el
único cliente que me precedía. Cuando por fin se destrabó el caso, mi fila ya
tenía varios clientes detrás de mí. Pregunté qué sucedía. No cobraban, salvo
que uno pagase en efectivo. Con tarjeta de crédito, de débito o de lo que
fuese, imposible. Un Manuel Bartlett de supermercado salió al quite: “Se cayó
el sistema y no sé cuándo se restablezca; puede ser en minutos o en una hora”. Todo el tiempo que gasté en trasladarme,
escoger las mercancías y esperar turno en la caja, se desperdició. Tuve que
dejar el carrito y su contenido. Ni una disculpa. El gerente o los gerentes
debieron de estar en su oficina o ausentes, mientras los clientes perdían el
tiempo. Devuelvan las mercancías a los estantes y el
salmón y el yogur a los refrigeradores antes de que se descompongan, pensé
cuando me retiré. Como tuve asuntos más importantes de
atención, al día siguiente fui a Soriana. El mismo procedimiento de escoger
mercancías. Las mismas pocas cajas abiertas y los precios un tanto más caros
que en WalMart, que no es barato ni en las ofertas. Y la escena se repite. La fila es larga en
esta caja porque el hombre a cargo tiene problemas para cobrar. No sé por qué.
Las jovencitas que empacan sonríen burlonas por los problemas del señor que
parece jefe de cajeros. Saca bolsas de lona llenas de morralla y vuelve a
confundirse. El tiempo transcurre. Cuando el exceso de tardanza es más que
evidente, le exijo: ¡Apúrele! Suceden tardanzas similares en los bancos,
salvo en Inbursa, donde casi siempre se invierte poco tiempo en trámites.
Alguna vez, no hace muchos meses, hube de ir a un banco cuyo nombre no
recuerdo, uno de esos que han proliferado. Servicio ágil: había dos clientes y
cuando estaba ya ante ventanilla, llegó otra persona más. Sucede en otras empresas, grandes o pequeñas.
La lentitud con que atienden a los clientes suele ser desesperante. Si uno
requiere atención, se dificulta encontrar un empleado porque, supongo, han
recortado personal a diestra y siniestra. Obligados a desperdiciar su tiempo,
los clientes pagan las consecuencias. Provocar que otros pierdan el tiempo es
conducta arraigada en los mexicanos. –Citaron a las 2, pero podemos llegar a
las 2:30. Nunca empiezan a tiempo–. Y los anfitriones: -No se preocupen, todos
van a llegar tarde-. Y si alguien exige puntualidad, es tanto el
cinismo que hasta se irritan. País atrasado, qué duda cabe. Y bancos y
supermercados abusivos. MAR DE FONDO
** “Sabia virtud de conocer el tiempo;/ a
tiempo amar y desatarse a tiempo;/ como dice el refrán: dar tiempo al
tiempo.../ que de amor y dolor alivia el tiempo./ Aquel amor a quien amé a
destiempo/ martirizóme tanto y tanto tiempo/ que no sentí jamás correr el
tiempo,/ tan acremente como en ese tiempo./ Amar queriendo como en otro tiempo/
-ignoraba yo aún que el tiempo es oro-/ cuánto tiempo perdí -ay- cuánto
tiempo./ Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,/ amor de aquellos tiempos,
cómo añoro/ la dicha inicua de perder el tiempo...”. (Renato Leduc, mexicano,
1895-1986. Aquí se habla del tiempo perdido que como dice el dicho, los santos
lloran.)