Tras la puerta
SABINA DE LA LUZ URZÚA
Víctimas invisibles
Miércoles 19 de Septiembre de 2018 7:47 am
LA pederastia es
un tema doloroso; el mayor número de personas lo evade, son conductas que nadie
quiere tratar. Leí en esta Casa Editora el artículo dominical de Alfonso Chávez
Uribe, sobre la “Invisibilidad de la violencia”, en la que destaca la imperiosa
necesidad –al menos así lo entendí– que social, cultural e individualmente
visibilicemos. Mas como la violencia no es un ámbito de dolor exclusivo del
género mujer –lo cual es necesario identificar también–, me pareció que habrá
que visibilizar a la par la violencia contra los niños y niñas. Son muchos los
varones en igual número que niñas abusadas sexualmente. Mas el silencio impera.
Es un terreno escabroso, pues hay que ir más allá de la violencia física,
emocional y económica que generan muchísimas madres y padres, desde el decirle
a su pequeñito “no seas tonto, eres flojo, cállate, te digo que dejes eso, eres
un inútil, majadero, no entiendes”, etcétera (sin darse cuenta que están
literalmente condicionando la vulnerable mente infantil con adjetivos que
asumirán al ser adultos). No hablaré de la
“cosificación” que hacen los propios familiares de los infantes discapacitados,
tratándolos como objetos y no con el respeto y consideración de ser humano.
Menos hablaré de la desatención que son objeto los chiquillos, porque mamá,
papá y el resto de la familia están ocupados en sus propios intereses y mejor
acostumbra a los niños a ver televisión o a que jueguen con novedades
electrónicas que sólo los obnubilan, robotizan y hacen cada día más insensibles
a la intimidad con los demás. Intimidad que es necesaria para poder “verter” a
través del diálogo, la argumentación, la pregunta, las inquietudes de un
chiquillo se asoma al mundo con inquietud y necesita guía. No, no voy hablar
de los niños abandonados por madres y padres que son adictos y que según las
notas informativas cada día son más; por desgracia, estas criaturas, muchas de
las cuales fueron concebidas bajo los efectos no de la pasión carnal, sino del
envilecimiento de las neuronas a través del ice, crack, metanfetaminas,
derivados de la cocaína, opiáceos, los fármacos como el ativan, rivotril (clonazepan),
benzodiacepinas, mariguana, borracheras; las que durante su desarrollo
embrionario, la madre o el padre continúa contaminando el aire con sus
inhalaciones o ingesta tóxica. Menos hablaré de los pequeños que presentan
trastornos neurológicos y cuyo número desde este siglo va en aumento, por
causas desconocidas para la población. No, no voy a
tratar ninguno de estos abusos indirectos o directos que son violencia hacia
los infantes. Esto no es sólo maltrato, es destrucción que les hacemos los adultos,
sin reflexionar lo que estamos sembrando en su sistema neurológico, pese a que
nos decimos a nosotros mismos y a los demás que los hijos son nuestros más
preciados bienes. Hoy trataré de
narrar el daño que jamás se revela en estudios científicos –quizás por ser un
macro universo a investigar–: ¿Qué pasa con los niños violados, abusados no
sólo con violencia física y psicológica, sino con la más devastadora manera de
aniquilamiento que es el maltrato sexual directo o indirecto?, ¿qué
repercusiones tienen este tipo de violencia a lo largo de la vida de un
individuo? Muchas víctimas negarán e incluso no tendrán en su memoria inmediata
el dato del abuso. Por lo grave del dolor infligido en su psiquis infantil, el
suceso está guardado hasta el fondo en el archivo de la memoria, y sólo saldrá
a flote ante una situación caótica o de crisis en la edad adulta; quizás nunca
se entere en su consciente y sólo aparezca simbólicamente en forma de sueños
que el adolescente, joven, adulto e incluso anciano no entiende por qué sueña
“esas cosas”; a otros abusados, el daño les orillará incluso a volverse
agresores sexuales, psicológicos o con tendencias a abusar físicamente de los
más vulnerables, a volverse adictos y a fugarse de la realidad de alguna
manera; a otros les causará inseguridad y timidez permanente o rebeldía ante
todo lo estatuido. Lo cierto es que
todo abuso sexual, del tipo que sea, dejará una huella permanente en lo
tangible o no del consciente de la víctima. Hablo de las víctimas niñas y
niños. Hay incluso bebés que son objeto del escarnio de un o una trastornada
persona adulta o adolescente. ¿Esas huellas se borrarán si son infligidas a un
bebé? He conocido casos en los que criaturas de poquitos años son atacadas y
pierden su capacidad de procreación. Esto es aberrante, duele y dan ganas de
vomitar. Y si tú preguntas, interrogas o reclamas al adulto, éste siempre
negará el hecho. Y el resto de la familia callará el oprobio y con su silencio
cobijará en la impunidad al malvado ser y dirán en el último de los casos que
“está enfermo”; lo peor es que a ése si lo encarcelan le darán algunos años y
cuando salga seguirá depredando.
¿Puede un
pederasta cambiar y sanar? No. Como no lo hacen los narcopolíticos, aunque lo
reclame la sociedad entera. ¡Ah, si tan sólo tuviéramos respeto por uno mismo
para tener respeto por la vida de los demás y diéramos la cara!
(https://www.youtube.com/watch?v=bItifD_Fsp0). Como siempre, hasta siempre. “La
respuesta, mi amigo, está en el viento”, Bob Dylan.