Razones
JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
Reconstrucción, una oportunidad desperdiciada
Jueves 20 de Septiembre de 2018 8:20 am
LOS sismos del 7 y del 19 de septiembre del
año pasado tienen un destino común de catástrofe que se vivió de diferente
manera, con daños y tragedias distintas, aunque en esencia fueran las mismas,
en la Ciudad de México y en los estados afectados, sobre todo en Chiapas,
Oaxaca y Morelos (particularmente Jojutla). Como casi siempre, durante las jornadas
críticas de salvamento y rescate, la actitud de las autoridades (sobre todo del
Ejército, de la Marina y de la gente) fue de un notable grado de solidaridad y
participación. Como casi siempre, pasados los días más crudos de la tragedia:
la reconstrucción y el apoyo fueron menguando entre la gente y en las
autoridades las burocracias, sobre todo locales; comenzaron a desplazar el
movimiento social, las cosas se comenzaron a postergar, y la urgencia y la
necesidad quedaron en segundo término. Horas después de la tragedia estuve en
Chiapas, recuerdo a las familias que habían perdido todo dispuestas a comenzar
ellas mismas ya la reconstrucción de sus casas destruidas por el temblor, sobre
todo del día 7, solamente pedían que les dieran materiales. Recuerdo cómo
viejos amigos oaxaqueños se dolían en la plaza de Juchitán, al ver cómo había
quedado destruido su pueblo, sobre todo las escuelas, el Palacio Municipal y el
hospital, el epicentro social de la ciudad istmeña. Recuerdo cómo en Jojutla,
una monjita nos contaba cómo había sacado a los niños de la escuela
completamente destruida, segundos antes del derrumbe, y cómo un soldado lloraba
luego de rescatar a una mujer y su bebé de una casa en ruinas. Recuerdo algunas
familias en Oaxaca que todavía vivían, un mes después del sismo, en las casas
de campaña que había enviado el gobierno chino; me decían que su sueño era
poder volver a tener una vivienda para pasar con los suyos la Navidad… del año
pasado. La mayoría de esos sueños no se cumplieron:
la mayor parte de Juchitán no ha sido reconstruida, son innumerables los
damnificados que siguen viviendo en campamentos improvisados, en sus carpas,
sin esperanza de pasar la Navidad con los suyos; el centro de Jojutla sigue
siendo una zona de desastre. Las crisis, decíamos aquí en aquellos días,
pueden ser también una oportunidad. Buena parte de la zona afectada por los
sismos no requería una estrategia de reconstrucción y apoyo tradicional, sino
de un verdadero Plan Marshall que pudiera subsanar las carencias inmediatas,
pero también dar una vuelta de tuerca en las regiones afectadas, sobre todo en
Chiapas, Oaxaca, Morelos, Guerrero; las más pobres del país. Era la oportunidad
para una intervención en toda la línea y con todos los recursos del Estado,
para sortear la tragedia, pero también para cambiar la historia de muchas de
esas comunidades y regiones. No hubo Plan Marshall ni tampoco una
estrategia agresiva de fondo que fuera más allá de la atención de la tragedia.
Se dejó pasar una oportunidad política y social extraordinaria. Los gobiernos y
los partidos pensaron más en las elecciones que en la reconstrucción del país.
Unos por incapacidad e ineficiencia, a veces por corrupción, otros por un
interesado cálculo político. Lo cierto es que no se transformó nada. Algo similar sucedió, en un contexto
completamente diferente, en la Ciudad de México. El comité de reconstrucción ni
siquiera se pudo echar a andar y tanto se quiso politizar la reconstrucción,
que el primer encargado de esa tarea, Ricardo Becerra, harto de tanta
mezquindad, renunció al cargo, mientras los dirigentes partidarios querían
repartirse los fondos. En ese acuerdo vergonzoso entre el PRD, el PRI y el PAN
en la ALDF no participó Morena, pero Morena creó su propio fideicomiso y
utilizó esos fondos también para sus propios damnificados (y simpatizantes
electorales). Ha pasado un año y ayer todo fueron
recuerdos, promesas, compromisos presentes y futuros. Algunos se cumplirán y
otros no, pero seguiremos sin generar la posibilidad y la opción de establecer,
más allá del clientelismo, verdaderos planes de desarrollo para la gente en las
zonas más pobres del país. Seguimos sin solucionar los problemas habitacionales
de la ciudad (sólo nueve edificios se han reconstruido un año después del sismo
en la CDMX y decenas de edificios esperan a ser demolidos), sin terminar de
dotarla de la infraestructura necesaria por mezquindades políticas (y qué mejor
ejemplo de toda la telenovela creada en torno al aeropuerto para demostrarlo) y
se sigue pensando que el clientelismo, que la dádiva, más allá de quien la
ofrezca, es una verdadera salida política y social a los problemas del país.
Por cierto, ahora que se sigue hablando de
vender la flota aeronáutica del Estado, ¿alguien ha pensado qué hubiera
sucedido hace un año sin esos aviones y helicópteros, sin los puentes aéreos
establecidos por militares y marinos en las localidades más apartadas de Oaxaca
y Chiapas? Que el Presidente electo quiera viajar en vuelos comerciales es un
error que vulnera su seguridad y, por ende, la nacional, pero en última
instancia es su decisión. Despojar al Estado de sus instrumentos para atender
ésta y otro tipo de crisis y desastres sería criminal.