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¿Cómo somos los mexicanos?



SERGIO A. PORTILLO CEBALLOS


Viernes 21 de Septiembre de 2018 7:45 am


I/III

 

VIVIMOS el mes de la mexicanidad. Es una oportunidad para reflexionar qué significa ser mexicano. Debemos preguntarnos, primero, cómo somos los humanos. Para Platón, el hombre es un alma encadenada a un cuerpo; para Aristóteles, es un animal político y razonador; para la cristiandad, una criatura física/espiritual hecha a imagen y semejanza de Dios; para el materialismo, es una fusión biológica de la misma naturaleza que el mundo físico; para el humanismo, un organismo biopsicosocial y trascendente. Es amor, participación y espontaneidad. Se interesa por su desarrollo y la personalización de principios/conductas valiosas.

En relaciones personales, los humanos no somos criaturas lógicas, sino emotivas, erizados de prejuicios e impulsados por el orgullo y la vanidad. En el punto de partida, no somos seres racionales ni maestros del amor benevolente, pero podemos llegar a serlo. Tenemos el potencial para serlo. Podemos crecer, practicar principios/conductas del desarrollo y ser productivos en el pensar y amar. Los humanos somos contradictorios, ambiciosos, incongruentes, interesados, utilitarios, neuróticos y tendemos a caer en las tentaciones de lo incorrecto. Cometemos errores. No somos perfectos. Pero también existe en nosotros un filón dorado de idealismo, una luz estimulante de verdad, belleza, justicia y amor.

Ahora bien. Existen estilos entre humanos. Cada pueblo tiene su tonada ¿Cómo es el homo sapiens mexicanus? Primero, debemos conocer el pasado de nuestra tierra para entender su presente y futuro. Nadie puede escapar de su propia historia, ni siquiera de su propia biografía. Conocer lo que hemos sido ayuda a conocer lo que podremos llegar a ser. Nuestro destino se alimenta de nuestro pasado. Hemos sido influidos sucesivamente por España, Francia y Estados Unidos. La influencia española se hizo en nombre de la cruz, la francesa en nombre de la cultura, y la americana en nombre de la técnica y el progreso económico.

Llamamos mexicanidad a la conducta especial del mexicano. A lo que nos distingue de los demás. Es lo que rezuma nuestro cuerpo, lo que destila nuestra alma, lo que no tenemos que aprender, la esencia que fluye del campo mexicano, con sus dalias y sus alacranes; es el perfume, color, timbre, talante, maneras de ese algo indescriptible que nos da un estilo propio e inconfundible. Todos los mexicanos llevamos la misma historia, desde las pirámides hasta la Independencia. Hay en cada uno de nosotros una raíz profunda que viene de lejos: padres, abuelos y tatarabuelos. Es nuestro genoma. El grito de la sangre.

Nuestra biografía se fragua al calor de las emociones que vivimos día a día peleando con el ambiente. Queremos abordar “lo mexicano” a partir de las invariantes que nos marcan a todos desde el nacimiento. La obligación del buen patriota es registrar nuestras virtudes, gritar las que nos faltan, conocer nuestros defectos y tratar de corregirlos. Precisamos volcar nuestra “mexicanidad” sobre un expediente universal que nos sitúe en nuestro puesto. El puesto del mexicano en el cosmos.

La mexicanidad es una característica del genoma que nos traduce tal cual somos. Cualquiera que sea nuestra actitud, siempre la asumiremos con cierta dosis de lo nuestro. Una teoría de la mexicanidad nos explica en qué consiste ser y vivir como mexicano, nos ayuda a interpretar las esencias de nuestro pueblo. Las teorías que expondré a continuación tienen razón, pero ninguna la tiene toda. No hay un tipo mexicano puro. Hay pluralidad de conductas, aunque en el fondo de éstas hay un tipo común a todas.

Al examinar las invariantes mexicanas encontraremos luz y sombra, cualidades y defectos, héroes y piratas, honor y pillería. Al cosechar los frutos del árbol mexicano encontraremos machismo, movida, mentira, mordida, complejo…. Estos frutos, aunque nos duelan, no podemos negarlos, ahí están. Nuestra obligación es saber por qué están. Tenemos que aceptarlos, por amargos que sean, y hacer lo posible para superarlos. Lo que no podemos hacer es talar el árbol. No puede cortarse la cabeza de un piojoso para acabar con los piojos. He aquí algunos de esos frutos:

1.- La calidez y el romanticismo. El mexicano canta, baila, ríe y ama. Ningún pueblo es tan afectuoso como el nuestro. Vive entre mariachis, melodramas y la música de Juan Gabriel. Entre estudiantinas, callejoneadas y noches de ronda. Embellece su vida con serenatas al pie del balcón, poemas y cartas de amor. El mexicano vive el anhelo, el ensueño, la imaginación y la pasión. Tiene algo de Don Juan y de Werther, del gavilán y de la paloma. Hace de la familia y el grupo de amigos una hoguera de cariño. El Cielito lindo, la Canción mixteca o el México lindo y querido le ponen los ojos vidriosos y lo hacen vibrar de emoción. El amor de pareja es pasión prioritaria, honda y sentida. En su sensibilidad encontramos el eco de los poemas de Sor Juana, las zarzuelas de Pedro Infante, la melancolía de Agustín Lara y los boleros de Luis Miguel (Continuará).

 

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