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La ciudad de las parotas



ALEJANDRO MORALES

La hamaca presidencial


Sábado 22 de Septiembre de 2018 9:32 am


LA cuarta transformación habrá de transformarlo todo, incluso el mobiliario en Palacio Nacional. Ya está prometido que arribará a este lugar, con catre y hamaca, en las vacaciones de verano del próximo año, cuando el próximo Presidente de México tome posesión del edificio (bueno, una partecita de él). Lo que no se ha informado es si la foto oficial será tomada en silla o en hamaca.

Pero como quiera que sea, ésta ya es una buena señal para la patria, pues sin duda juntos haremos historia, y por primera vez, por lo menos que se tenga registro, este ingenioso invento que tanto sorprendió a Cristóbal Colón cuando arribó a América, ocupará un lugar (bueno, una partecita nada más), de este recinto que volverá a ser la casa del primer Mandatario (que no el primer mandamás, se supone) de la Nación.

La hamaca (“la cuna de los dioses”, según algunas versiones) fue inventada hace no menos de mil años en nuestro continente, muy probablemente entre los mayas, y se extendió por todo el caribe, Centroamérica e incluso el sur, hasta la selva amazónica. 

Apenas 5 días después de arribar a América, le sorprendió de manera tal al navegante genovés, que con asombro dejó registrado en sus diarios cómo “las gentes dormían en redes entre los árboles”. 

Cristóbal Colón regresó con montones de hamacas a España, y Europa se abrió desde entonces a una nueva manera de estar suspendido, y los marineros ingleses y franceses las hicieron suyas, para no volver a dormir sobre el sucio piso de las embarcaciones.

Pero eso sí, las hamacas no sólo para dormir sirven. Conozco un escritor muy apreciado que, según dice, escribió la mayor parte de su novelística desde su hamaca. ¿Por qué no habría de gobernarse un país desde una hamaca, por así decirlo, presidencial? 

Dice López Obrador que será un Presidente itinerante, viajero incansable, y no de oficina. Pues la hamaca es ideal para estos fines, con la ventaja de que no se necesita un avionzote presidencial para cargarla. En cualquier mochila, bien doblada cabe. Manos hábiles abundan en el país, y seguro no será difícil dar con el artífice que pueda bordar el águila y la serpiente entre sus hilos.

Eso sí, si Porfirio Díaz hubiera tenido una hamaca y no una silla presidencial, nunca habría existido aquella foto memorable en la que, luego de la entrada triunfal de los ejércitos villista y del sur a la Ciudad de México, Francisco Casasola captó a Francisco Villa sentado en ella, con Emiliano Zapata a un lado suyo. El morelense no quiso sentarse en ella, por todo lo que representaba ese “trono de oro”, e incluso sugirió a su hermano Eufemio que la quemara. Pero éste no la encontró porque, hombre de a caballo como era, pensaba que se trataba de una silla de montar.

Aunque no fue quemada aquella silla porfirista (en realidad, paradojas de la vida, una herencia del gobierno de Benito Juárez al de Porfirio Díaz), sí fue reemplazada por una silla de diseño un poco más sobrio, la cual ha sido utilizada para la fotografía oficial de los últimos presidentes.

Sobre este mueble, en una de sus más recientes entrevistas, dijo Enrique Peña: “Esa silla se pone muy caliente, por eso hay que soltarla rápido”. Una hamaca es mucho más fresca, ni duda cabe.

Curiosamente en Colombia, hubo una vez también un presidente de apellido López (en realidad fueron dos Alfonsos López presidentes, padre e hijo), al que se le compuso un vallenato, emulando aquel famoso que se tituló La hamaca grande, y que incluso Carlos Vives ha divulgado en tiempos más recientes. Esta versión presidencial la tituló su compositor, Andres Landero, La hamaca del Presidente: 

“A Poncho López… le tengo un hamaca grande… meciéndose en ella mande… porque desde aquel nació, salió pa’ la Presidencia… A Alfonso López lo queremos en la costa y de usted esperamos el mañana, pa’ que saque de bancarrota a la Nación colombiana”… (la cursiva es mía).

Para una quinta o sexta transformación, se espera que no sólo haya hamacas en Palacio Nacional, sino sobre todo árboles. Muchos árboles para colgarlas entre ellos.