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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ
Restaurar en Morelos
Martes 25 de Septiembre de 2018 7:43 am
I/II EN estos días, se cumplió un año de uno de
los terremotos más raros de los últimos tiempos. Como si en sí mismo
estableciera un carácter cíclico, volvió con una fuerza redoblada 33 años después
de aquel 19 de septiembre de 1985. Centenares de inmuebles, sobre todo
religiosos, colapsaron hasta los cimientos. El nivel de destrucción fue
histórico en sitios como Jojutla o Jalostoc, en Morelos, a donde fuimos a
trabajar desde febrero de este año en que nos presentamos, gracias a la
intermediación de mi amigo Manuel Villarruel, ante la Sección Restauración del
INAH en esa entidad. En un viaje a Colima, a mediados de enero y
estando en el aeropuerto, le había mandado a Manuel un mensaje de WhatsApp para
preguntarle si sabía de algún sitio en el que necesitaran restauradores, y me
respondió que urgían en Morelos. Junto a Mariana Grediaga, licenciada en
Restauración de Bienes Muebles e Inmuebles por Destino, emprendimos la
aventura. Villarruel, colimense que ahora se desempeña en un alto cargo en la
Dirección Nacional de Monumentos del INAH, es arquitecto con Maestría en
Restauración. Fue gracias a él que también volvimos a entrar en contacto con la
restauradora Frida Mateos, con quien habíamos trabajado tiempo atrás en dos
temporadas de intervención en el Jardín Escultórico Surrealista que el
aristócrata Edward James construyó en Xilitla a principios de los años 60. Después de 8 meses de labores en 22 proyectos
en el norte y sur de Morelos, teníamos ya una visión global y muy concreta de
cómo estaban los inmuebles afectados. La delegada del INAH Morelos, Isabel
Campos Goenaga, organizó entonces el foro “El INAH y su experiencia regional, a
un año del 19S”. Manuel me mandó la invitación y de inmediato le respondí que
sería importante dar a conocer una crónica de ese periodo. Hablé con Campos
Goenaga, y las líneas que vienen a continuación son el resultado de ese momento
en que leí en medio de las obras de reconstrucción de la Catedral de
Cuernavaca, lo que, quedándome corto, pude sentir en ese lapso de intensas
actividades de intervención en el patrimonio histórico nacional: El principal problema de la restauración de
bienes muebles e inmuebles por destino en la tragedia que cayó sobre Morelos a
raíz del sismo de septiembre de 2017 fue la identidad. ¿Quiénes éramos, de
dónde veníamos, por qué estábamos ahí, cómo íbamos a trabajar, desde cuándo y
por qué? Dudas, incertidumbres, desasosiego por no entender qué ocurría con las
torres colapsadas, las esculturas rotas, los muros reventados. Una lacerante interrogación que se propagaba
hacia diversos puntos, que se clavaba en el rostro de los parroquianos que
habían perdido sus ejes, sus núcleos, esos espacios de culto de los que
dependían como abejas de un panal. Jojutla se quebró hasta los cimientos. Nada
quedó de aquella parroquia devorada por el terremoto. “Es muy raro, porque el
suelo es bastante firme”, dijo entonces un supervisor del Centro INAH Morelos.
Y sí, era muy extraño tanto escombro sin orden, tanto desecho que minutos antes
era un paramento, una cúpula, un arco fajón. Porque los ojos no están
habituados al cascajo, a los fragmentos, a la destrucción que deja su huella en
un rimero de material, argamasa expuesta, ladrillos, piedras, aplanados. Cuando fuimos a levantar el registro
fotográfico, un ingeniero me dijo: “Usted debe demostrar que es quien dice”.
Fue en Coatetelco, ese pueblo que sigue creyendo todavía en la existencia de
una diosa en la laguna y de los “airecitos” que gobiernan los ciclos del maíz.
Y entonces empiezas a dudar sobre ti mismo, ¿quién eres y por qué estás aquí?
Podríamos responder que hemos venido a intervenir, a remendar los daños, a
restaurar. Nadie nos creería, porque en medio del polvo y del desastre quién es
capaz de creer en algo.
Cuando llegamos, la restauradora Mariana
Grediaga Huerta y quien esto escribe, a la sede de la delegación Morelos del
INAH a principios de este año, también sentimos congoja por esa enorme oficina
improvisada en donde despacha la directora Isabel Campos Goenaga, junto a un
equipo de trabajo horizontal, en el que todos son iguales, están a la misma
altura, en los mismos escritorios y sillas. (Continuará).