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¿Cómo somos los mexicanos?



SERGIO A. PORTILLO CEBALLOS


Viernes 05 de Octubre de 2018 7:48 am


2.- EL sentimiento de inferioridad.- Para Samuel Ramos (1932), es perjudicial ignorar nuestro carácter si éste es contrario a su destino. La única manera de mejorarlo es delatarlo en voz alta, porque la verdad es siempre más saludable que el engaño. El mexicano oscila entre la cultura indígena y la occidental. Citadino, indigente, marginado o indígena siente culpa/inferioridad salpicadas con chile y nopal. Carece de principios y autocrítica, desconfía de todos, recela de cualquier gesto o palabra. Todo lo interpreta como ofensa, riñe constantemente. Practica la maledicencia con crueldad de antropófago. Sufrido, sumiso y solitario, siente minusvalía y la conforma a su manera, evadiéndose, ausentándose, ninguneándose.

El mexicano no piensa por sí, tiene una mentalidad colonizada y dependiente. No propone nuevos caminos, ni descubre, a través de investigación, nuevas verdades. No crea un enfoque original que encuadre en el pensamiento universal. El mexicano copia. Que en Europa, Estados Unidos o Japón (donde se encuentra la sabiduría) otros investiguen, descubran o creen. Al mexicano le toca imitar o repetir. Atreverse a proponer un nuevo camino, teoría o estilo es una arrogancia fuera de proporción. Su cultura está llena de vaguedades, porque vive de prestado, sin autenticidad ni trabajo original.

3.- La soledad.- Según Octavio Paz, el mexicano se arrastra solitario por el mundo, sin credo en qué apoyarse. No pisa firme, en lugar de realizarse, huye de sí para refugiarse en un mundo ficticio. Su soledad es un aislamiento superficial y profundo al mismo tiempo. No es el retiro meditativo ni místico. El mexicano se aísla para seguir viviendo sin vivir. No busca conversación con el vecino y elude toda relación. Quiere pasar desapercibido, se confunde con el paisaje. Hermético y celoso de su intimidad no se abre, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino.

Es un simulador que pretende ser lo que no es. Sus mentiras reflejan sus carencias y apetitos. Le gusta el ornamento, la pluma y el disfraz. Se esconde durante años bajo una máscara que luego arroja por la borda en un día de fiesta cuando de pronto desgarra su intimidad vociferando, bebiendo o matando. Su indiferencia ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. No se atreve a ser auténtico. La palabra chin… define gran parte de su vida y califica sus relaciones. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chin… o ser chin.... Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa.

4.- La alegría y la fiesta. Sin miramientos de economía, el mexicano celebra todo, hace de su vida una fiesta continua. Cada día del calendario es motivo suficiente para celebrar. Su alegría es inherente, es un rasgo de su genoma, no depende de su ambiente, calidad de vida, posición, ingreso o logro. El solitario mexicano ama las fiestas. Octavio Paz nos dice: “En pocos lugares del mundo se vive un espectáculo parecido al de nuestras fiestas, con sus colores, danzas, ceremonias, fuegos artificiales, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas, frutas, dulces y objetos que se venden en plazas y mercados. Nuestro calendario está poblado de fiestas, y en estos días el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza. Las fiestas nos liberan de los impulsos y materias inflamables que guardamos en nuestro interior. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero tampoco hay nada más triste: la noche de fiesta es también noche de duelo”.

5.- La religiosidad.- Para el escritor López Portillo debemos comprender cómo y por qué el mexicano quiera vivir del milagro. ¿Cómo?, entre promesas y mandas. ¿Por qué?, por obra y gracia de su especial religiosidad. No renuncia nunca. Le queda siempre un recurso: la fe. Antes en la Señora de la Villa, hoy en el hombre de la silla… y siempre en la lotería nacional. Nuestra religiosidad no es teológica. Se puede ser fanático de la Guadalupana y anticlerical.

Existe una fractura histórica producida por el choque de una religión monoteísta (la española) con una religión panteísta (la indígena). Está asentada sobre el dolor cósmico, aquella asentada sobre el instinto de salvación. El mexicano vive una religiosidad superficial y fanática. Superstición y catecismo. Mito y esperanza. Su fe es milagrera y por esto va al templo a pedir lo que le falta y a ofrecer la poca vida que le queda.

6.- La solidaridad.- A diferencia de otros pueblos indiferentes a la necesidad o sufrimiento ajeno (desorientados por el egoísmo político-económico y una lucha agresiva por la existencia), el mexicano responde rápido, es sensible y presta ayuda generosa al prójimo cuando está en apuros. Ante la urgencia económica, la enfermedad, el sismo, el huracán, el desastre, una crisis nacional o amenaza extranjera, el mexicano responde. Dotado de empatía ancestral responde con generosidad y hasta sacrificio ante un llamado angustioso del amigo, la familia, la comunidad o del gobierno. (Continuará).

 

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