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El loco



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 06 de Octubre de 2018 8:51 am


UN día llegué a la casa del loco. Era una mañana soleada, fría, el otoño sacudía los árboles y exigía nuevo follaje. La búsqueda de una razón me llevó a esa peculiar vivienda separada del resto de la comunidad. Era única, como su dueño. ¿Miedo a un loco? Nunca lo supe. Ya estaba ahí y debía entrevistarlo.

Antes de llamar, saqué mi termo y di un gran sorbo al cargado café que llevaba para despertar y mitigar el frío. No se oían ruidos en la casa. Toqué la puerta con suavidad. No tuve respuesta. Entonces revisé la fachada y los alrededores, buscando una razón de la locura del dueño. No había perros ni gatos, ni rastros de ganado. Sólo había huellas de botas y llantas de algún vehículo que tampoco estaba.

Volví a tocar, ahora más fuerte. Pegué mi oreja a la puerta que olía a encino y a savia de ocote. Nada se escuchaba, era una casa silenciosa. Entonces me cuestioné la locura del dueño. Pensé que si la locura es una suerte de pérdida de la razón, de carencia de juicio y que los locos están fuera de lo socialmente ordinario, pues tendría que haber muestras de esas condiciones. Y busqué algún indicio.

Me retiré unos metros de la casa. Me detuve y la revisé con detenimiento. Tomé nota de los detalles de la fachada. La casa era única, estaba sola en un plano de la accidentada geografía del rumbo. Habían tumbado algunos pinos y en ese espacio construyeron la especial vivienda varias décadas atrás. Según datos del pueblo, la compró un pariente de los originales dueños. Un hombre solo que no trabajaba el campo, pero que pagaba a varios mozos por estar en los potreros. Era un tipo especial, pecaba de loco, decían.

Mi acompañante reía. Me dijo que el tipo era un loco de remate. Ve la casa. Sí, la casita era diferente. El desconocido loco pintó la fachada con imágenes diversas y lo convirtió en un inmueble con columnas, ventanas modernas y el piso o banqueta de la terraza del frente era un enorme teclado de madera curada. Las plantas cultivadas colgaban en los extremos como verdes cascadas recibidas por frondosos helechos gigantes. Todo el frente estaba limpio, impecable, brillaba la imagen de la casa única. Adentro, pensé, debe haber otros detalles de la llamada locura de un hombre solo. 

Luego imaginé el esfuerzo de la gente por hacer de su casa la mejor de la cuadra, por diferenciarse de los vecinos, por mostrar su capacidad económica. Otros se esforzarán por copiar modelos de amigos, de artistas, de intelectuales, de gente de la frívola farándula. Algunos hasta pagan diseñadores excéntricos para destacar. Qué bueno que se den esos gustos propios. Yo estaba frente a un caso especial.

Regresamos a la casa al mediodía. Atado a un árbol estaba un caballo que sólo movía los ojos, como observando a los intrusos, a nosotros. Volvimos a tocar y por fin nos abrieron. Los vi desde arriba, los vigilé, dijo el hombre. Como no los conozco, no bajé. Pasen. Y entramos a su casa. Olía a sustancias químicas. La sala era oscura. Soy Simón, dijo. Desciendo de gente de aquí, pero no soy campesino, no trabajo el campo. Vivo de mi pensión gringa.

Abrió las ventanas de la sala y entró la luz. Una mesita y cuatro sillas adornaban el amplio espacio. Nuestras voces se oían como eco perdido en la cueva. Entró el viento frío serrano. Era un espacio sin calor. Simón nos pasó a la parte trasera, de donde venían esos olores fuertes a químicos. Ah, pensé, esa es la fuente de la locura de un hombre tranquilo y sereno, cara de buena persona, flaco y fumador. Eso sí, su pelo güero ensortijado y despeinado, ropa limpia sin planchar. No olía a campo, olía a tinta, a pintura, a caballete.

El hombre no era artista ni loco, sólo pintaba lo que se le ocurría, nos dijo. Todas las mañanas salía al campo en su caballo y regresaba a comer los alimentos que compraba a una familia del pueblo y que diario le dejaban en el porche. Nos dio los datos que pedimos. Al otro día no estaba. Se fue a Estados Unidos. Dicen que volvió a los 5 años para morir donde sus padres nacieron. De nadie se despidió. 


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