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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

Amor de esposos, bendecido por Dios


Domingo 07 de Octubre de 2018 8:40 am


LOS tiempos están cambiando. Hace algunos años, los divorcios, las separaciones matrimoniales, las desuniones, eran causa de gran preocupación familiar y social. Ahora, esos problemas conyugales son el pan de cada día, y nadie se escandaliza. A la gente no le importa. Parece que nos vamos acostumbrando.

Por ejemplo, el tema obligado de muchas películas y novelas es que el matrimonio se puede disolver por cualquier causa, tal como defendían algunos maestros de la ley en tiempos de Jesús. Poco a poco, hemos ido aceptando la idea del adulterio. Todo como un hecho habitual y llegamos, inconscientemente, a pensar que todo es normal, justificable, y que puede aceptarse sin preocupación.

Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”. La respuesta de Jesús fue precisa, advirtiéndoles que las facilidades de divorcio que prescribió Moisés en el Antiguo Testamento, fueron “debido a la dureza de corazón de ustedes”. “Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer, y así serán los dos una sola carne”. “Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

Bastaría con estas palabras de Jesús para saber enseguida lo justo verdadero. A la luz de las enseñanzas contenidas en la palabra de Dios, hay que reconocer que la indisolubilidad del matrimonio cristiano no se logra por la imposición de las leyes, canónicas o civiles, sino que es una meta que sólo el amor puede alcanzar. Amor perfeccionado, sublimado por la gracia del Sacramento. Responsabilidad aceptada delante de Dios.

El amor entre los esposos cristianos no es un amor cualquiera, sino el mismo amor que Dios nos ha comunicado y se comparte. Amor que es más amor cuando el uno se preocupa gozosamente para que el otro sea feliz en los planes de Dios. Este modo de vivir anuncia al mundo que el pensamiento de Jesús no es una utopía irrealizable, sino la fuente de la verdadera felicidad.

Con Dios todo es posible. El amor conyugal auténtico no sólo no se desgasta ni se rompe, sino que crece y se perfecciona. Con la asistencia amorosa de Dios, el amor de esposos es unidad, alegría legítima, felicidad verdadera que no se cambia por nada y cierra las puertas a la separación.

Y no hay que condenar o rechazar a los esposos que se han esperado y se han unido a otra persona. Más bien, hay que orar y ayudarlos a que vivan su vida cristiana al máximo de sus posibilidades. También es necesario preparar cuidadosamente a los que se van a casar a evitar conflictos que destruyen la unidad matrimonial.

Amigo(a): Pidamos a Jesús en la Eucaristía que nuestras familias permanezcan siempre unidas, en la gracia y en la felicidad de los hijos de Dios.