Vara más alta
DENISE DRESSER
Lunes 08 de Octubre de 2018 7:48 am
EL problema no son las 9 mil rosas, los 500
invitados, el menú, la langosta, las vallas, el vestido opulento de la novia,
la música de los Ángeles Azules, las fotos de AMLO posando con Manuel Velasco y
Anahí. El meollo del asunto no es que la mano derecha del Presidente electo
pagara por aparecer en la portada de la revista ¡Hola! La discusión de fondo no
es si la boda puede ser catalogada como fifí, ni cuánto costó, ni el hecho de
que no se pagara con recursos públicos. El motivo de la crítica legítima de tantos
–incluyendo votantes morenistas– reside en lo que la boda biliosa evidenció: la
distancia entre lo que el gobierno entrante prometió ser y cómo se comporta. La incongruencia de quienes criticaron y con
razón, a una clase política ostentosa e insensible, para después emularla. La
contradicción de quienes convocaron a votar por una opción que ofreció
desempeñarse de manera distinta, pero actuó de manera igual. El contrasentido
de quienes denostaron conductas que después mimetizaron. Uno de los ejes
narrativos de la campaña de AMLO fue el juicio frontal a la frivolidad del
peñanietismo. Una crítica necesaria, merecida, compartida. ¿Cómo olvidar los
400 invitados a París, la primera dama paseándose por Rodeo Drive, la portada
de Angélica Rivera presumiendo la “Casa Blanca”, el tatuador invitado a Los
Pinos? Escena tras escena del mirreinato mexicano; ese lugar sin límites, ese
lugar racista, clasista, elitista. AMLO encaró al país de privilegios, al
México de funcionarios ricos y trabajadores pobres, guaruras que custodian a
algunos mientras patean a otros, vallas que protegen a los poderosos mientras
excluyen a los pordioseros. Millones de personas votaron por lo que él
prometió, por lo que él enarboló, por lo que él se comprometió a cambiar.
Gobernar con el ejemplo y que sus subordinados lo emularan. Barrer la escalera
de arriba abajo, aunque se viera obligado a sacar a escobazos a sus propios
colaboradores si la ensuciaban. Actuar con austeridad republicana y obligar a
su equipo a hacerlo también. Por eso el desconcierto derivado de una boda que,
antes de llegar al poder, AMLO habría calificado como evento de “señoritingos”,
de “fresas”, de “blanquitos” y totalmente “Riqui riquín”. Por eso la desilusión
ante su respuesta: “yo no me casé”, y los “adversarios” de Morena son los
verdaderos malosos. Por eso el desconcierto ante los que justifican y minimizan
la ostentación, porque no fue financiada con dinero público. Esas no son las
respuestas que se esperarían de la cuarta transformación; esas son las evasivas
que siempre nos dio el peñanietismo. Esas no son las posturas autocríticas que
corresponden a la nueva era; son las defensas trilladas de los viejos tiempos.
El tema no es el nivel de vida de los miembros del próximo gobierno; el tema es
el compromiso con todo aquello que aseguraron cambiar. Y un ejemplo mucho más trascendente que la
boda de César Yáñez es lo votado esta semana en Tabasco, donde la mayoría
morenista en el Congreso reformó la ley para dispensar licitaciones de obras
estratégicas. Eso, dicen, allanaría el camino a la Refinería de Dos Bocas,
impulsada por el Presidente electo. Eso, auguran, agilizaría la construcción
del Tren Maya en su tramo tabasqueño. El fin bueno justificaría los medios
malos. Pero de hecho, repetiría lo que urge remodelar; perpetuaría lo que
Morena denunció durante años. A lo largo del sexenio que termina, criticamos
las adjudicaciones directas que sustituían a los concursos abiertos. Caso tras
caso reveló que las adjudicaciones solían basarse en cuatitud y generaban
corrupción; solían entregarse voluntariosamente y producían mala obra pública.
Contratos amañados, costos disparados, socavones letales, constructoras
privilegiadas. La cuarta transformación debería tratarse de corregir tal modus
operandi, no de reforzarlo.
Esas son las contradicciones que se deberían
evitar si el gobierno entrante quiere –en realidad– transformar. No se vale
decir que son diferentes si van a actuar igual; no se vale bajar la vara a ras
del suelo, argumentando que la ostentación se pagó con recursos privados o las
adjudicaciones directas en este sexenio serán intachables, ya que el Presidente
lo afirma. Precisamente porque AMLO y Morena prometieron comportarse de otra
manera, se les evaluará con un rasero distinto. La vara de medición está más
alta, porque ellos mismos la colocaron ahí.