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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Maestros


Martes 09 de Octubre de 2018 8:06 am


1.- CONSERVO los mejores recuerdos de mis maestros, desde la primaria hasta la universidad. Les guardo gratitud.

Una maestra me enseñó a leer, escribir y las operaciones aritméticas elementales. Herramientas para la vida. Me costaba mucho trabajo hacer el 8 en un solo trazo. Inventé un modo: escribía una equis y después cerraba el trazo arriba y abajo. La señorita –así nos dirigíamos reverencialmente a las profesoras– me descubrió mientras caminaba entre las filas de mesabancos. En vez de reprenderme, se inclinó junto a mí, me tomó la mano y dirigió el trazo del lápiz para hacer varios ochos hasta que no necesité más el truco de la equis.

Fue hace tanto tiempo y no he olvidado aquella tarde en la escuela Gregorio Torres Quintero. Ahora lo razono: ¡Cuánto cariño a la enseñanza tenía mi maestra!

Dos grados más adelante, mi profesor me alentaba a aprender inglés y me daba facilidades para salir de clases una hora antes para acudir a las de la lengua británica, a donde me había inscrito mi madre. En sexto grado, uno aprendía la geografía del mundo, la historia del planeta y una gramática más compleja.

A los maestros los mirábamos con respeto. Ni por la imaginación nos pasaba desacatar una orden de ellos. Vestidos impecablemente, ellas y ellos, daban realce a su respetabilidad.

2.- En secundaria, el mundo era bien distinto. Los hervores de la adolescencia se encontraban con un trato que nos hacía sentir en vías de la juventud, el vigor y la reafirmación de la individualidad. La vorágine de la nueva química corporal competía con la claridad de la razón; alternaban triunfos, se repartían dominios.

Ahí también mis maestros fueron ejemplares, de notable capacidad pedagógica, de conocimientos amplios, precisos, nos abrían accesos a prácticas más definidas, descubridoras de vocación potencial. Por ejemplo, comenzaba a vislumbrarse la facilidad para las matemáticas, unos; para el idioma (o los idiomas), otros; para las ciencias exactas, varios; el gusto por la carrera de las armas o las habilidades políticas, para ciertos más. O para disciplinas conjugadas, en los más universales.

Había alumnos callados, tímidos, que después despuntarían en una especialidad entonces dormida aún.

3.- Más seria se presenta la vida cuando se cursa la preparatoria. Las lecciones en las aulas tienen una conexión más evidente con la vida. La preocupación por escoger carrera y universidad, aparece en el tercer año. Los maestros son vistos con respeto, sí, pero también con actitud más crítica, esto es, son cuestionados con interés académico por varios estudiantes.

Casi todos los profesores eran brillantes en su materia. Algunos pasaban apuros económicos, según denotaba su vestimenta, y ejercían con dignidad y capacidad el magisterio, como el maestro de español; o varias profesoras que –lo sabríamos después– trabajaban para costearse la carrera profesional.

Corrían historias que uno creía como dogma. En retrospectiva, tal vez no fuesen ciertas, como la de mi maestra de francés que –contaban los compañeros– daba clases no para ganar dinero, sino para aligerar la pena de una viudez juvenil tan repentina como dolorosa, a los pocos meses de casada.

4.- En las tres universidades de las que he sido alumno, corrí con suerte de tener maestros de calidad: Iteso, UNAM y Universidad de Colima. Cuando se cursa ese nivel, uno navega en solitario. Más libertad exige más dureza, capacidad de adaptarse rápidamente a cualquier cosa que se aparezca en el camino, sea que se acople o se deseche. Ahí no hay contemplaciones: funcionar es la norma implacable.

5.- Esto me viene a la memoria porque ayer, en Chilpancingo, se enfrentaron a golpes y sillazos profesores convocados por el próximo Gobierno Federal a debatir sobre la reforma educativa. Los mentores rijosos están afiliados al SNTE, unos, y a la CNTE de Guerrero, otros.

Incapaces de dialogar, debatir de cara a obtener consenso, tomaron el atajo de la violencia, el argumento del golpe. El futuro titular de la SEP, Esteban Moctezuma, suspendió la consulta.

Es deplorable saber de maestros violentos. Ni en broma me imaginaría a ninguno de mis profesores en esas circunstancias. No es asunto de pasado o presente; lo es de dignidad.

 

MAR DE FONDO

 

** “El otoño se acerca con muy poco ruido:/ apagadas cigarras, unos grillos apenas,/ defienden el reducto/ de un verano obstinado en perpetuarse,/ cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste./ Se diría que aquí no pasa nada,/ pero un silencio súbito ilumina el prodigio:/ ha pasado/ un ángel/ que se llamaba luz, o fuego, o vida./ Y lo perdimos para siempre”. (Ángel González, español, 1922-2008. El otoño se acerca.)