Razones
JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
El tsunami populista de ultraderecha
Miércoles 10 de Octubre de 2018 7:48 am
Para Bibiana Belsasso, que hoy presenta su gran libro Muy Personal con… VIVIMOS en el mundo más polarizado y
contradictorio de las últimas décadas, con una creciente ola del populismo de
extrema derecha, luego del efímero paso, vía sus fracasos sociales y
económicos, del que se presentaba como de izquierda. En realidad, los dos han
sido expresión del profundo descontento social, producto de la crisis de 2008,
una década, en buena medida, perdida, de pobre crecimiento, de rupturas y
faltas de respuestas, tanto, que a la vuelta de 10 años, una nueva crisis
comienza a percibirse en el horizonte. El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y los
que ha logrado en las últimas semanas Donald Trump en Estados Unidos, son
expresión de ese avance del populismo reaccionario, que es muy diferente al
viejo conservadurismo. El populismo de ultraderecha se caracteriza por el
nacionalismo, el desprecio por las políticas globales, por la agenda ambiental
y por los derechos igualitarios. Es, además, profundamente misógino, con un
profundo desprecio por las mujeres. Bolsonaro, que muy probablemente será el
próximo Presidente de ese gigante económico y geográfico que es Brasil (en la
primera vuelta alcanzó 47 por ciento de los votos, en un escenario fragmentado
de 18 partidos, varios de ellos de derecha que se aliarán con él para la
segunda vuelta), representa lo peor de esa corriente: sus declaraciones son
terribles. “Usted es tan fea, que no merece ser violada”, le contestó a una
diputada que reclamaba por los abusos contra las mujeres. “El error de la
dictadura brasileña, que duró de los años 60 a los 80, fue que torturó a sus
opositores, tendría que haberlos matado”. Odia, obviamente, a los gay y
lesbianas: “No voy a combatir ni a discriminar, dijo, pero si veo a dos hombres
besándose en la calle, les voy a pegar”. Es racista: “Están muy bien educados”,
dijo al explicar por qué sus hijos nunca tendrán parejas de raza negra. La lista es interminable, pero un tipo como
Bolsonaro gana las elecciones porque la gente en Brasil, que hasta hace 5 años
estaba convencida de que estaban a punto de entrar en el primer mundo, se
encontró repentinamente viviendo en una crisis profunda, con toda su clase
política cuestionada, procesada, con la presidenta Dilma Rousseff destituida,
el presidente Lula preso, la mitad de los miembros del Congreso procesados, al
igual que el presidente Temer, a punto de terminar su mandato. El fracaso de la
clase política llevó a lo que se llamó el gobierno de los jueces, donde el
poder, la destitución, la designación de todo tipo de cargos políticos quedaba
en manos de jueces, ellos también cuestionados y politizados, dedicados a
combatir a sus adversarios políticos. De la mano con ello, han crecido la
violencia, la inseguridad, la precariedad. El milagro había sido el fruto de un alza
inusitada de los precios de las materias primas y de varios aciertos
económicos, que nunca terminaron de cuajar, porque el exitoso gobierno de Lula
da Silva cometió dos graves errores: primero, no terminó de integrarse a la
economía global y apostó a crear grandes empresas nacionales que intervinieran
en el mundo global, pero sin permitir la competencia dentro de su propio país.
Esas empresas fueron primero impulsadas por el gobierno del PT, pero en el
camino se dio una simbiosis entre política y negocios, que devino en una brutal
corrupción, cuya máxima expresión es el caso Odebrecht. La misoginia, el racismo, el coqueteo con el
más crudo autoritarismo es la respuesta a ese fracaso. No es diferente a lo que
propició la llegada de Trump al poder y lo que lo mantiene. El Presidente
estadounidense ha hecho de todo, está acusado desde abusar de numerosas
mujeres, hasta de conspirar con el gobierno ruso para ganar las elecciones,
varios de sus principales colaboradores están presos, incluyendo su coordinador
de campaña y su abogado personal, la mitad de su Gabinete ha renunciado ante la
imposibilidad de trabajar con él, sus colaboradores más cercanos, en privado,
lo mejor que dicen de él es que es un niño caprichoso. Y sin embargo, ahí está, y las últimas
encuestas parecen demostrar que logrará controlar las Cámaras, luego de las
elecciones de noviembre. Ello gracias a que ha logrado éxitos como la reforma
fiscal, el acuerdo comercial con México y Canadá, y la ratificación del juez
Brett Kavanough para la Suprema Corte, a pesar de las múltiples acusaciones de
abuso sexual en su contra. En el mediano y largo plazos, el déficit fiscal
golpeará la economía y el propio FMI ha adelantado que Estados Unidos será el
gran derrotado de la guerra comercial lanzada por Trump contra China y otros
países; y una Suprema Corte tan conservadora vulnerará los derechos
individuales en el país, polarizándolo aún más. Pero por lo pronto, será
difícil que Trump pierda en noviembre el control del Congreso.
Ante esa ola, que amenaza convertirse en
tsunami, la próxima administración no puede darse el lujo de persistir en
contradicciones que generan incertidumbres. En un mundo convulso,
contradictorio y con fuerte tendencias regresivas, hay que exhibir certidumbre,
eficiencia y control, garantizar inversiones, productividad y derechos. No hay
espacio para las ocurrencias.