Red abierta
ARMANDO MARTÍNEZ OROZCO
Viejos libros
Viernes 12 de Octubre de 2018 7:55 am
ES elogio a la nostalgia revolucionaria el
acercarse a esos empolvados libros de Lev Davídovich Bronstein –León Trotsky–,
donde se le da, en los inicios de la posmodernidad –léase Siglo 20–, demasiada
importancia al uso de las armas a favor de las subversiones políticas para los
cambios profundos en las sociedades: “Marx y Engels han forjado la noción de la
dictadura del proletariado –tenazmente defendida por Engels en 1891, poco
tiempo antes de su muerte–; es decir, el ejercicio exclusivo del Poder político
por el proletariado, única forma bajo la cual puede constituir un poder
gubernamental”. Y sin embargo, en ese polvo filológico pueden
olerse los enormes sueños de varias generaciones de revolucionarios vencidas
por el hartazgo, un trabajo bien remunerado, la corrupción dentro de un partido
político o la simple necesidad de formar una familia y hacerse de una vida en
paz. Eso ha sido más eficiente que la política del Estado, para amortiguar el
impulso de aquellas generaciones en insurgencia, que no obstante dejaron huella
y semilla de futuro. “En 1891, esto es, poco antes de su muerte,
Engels defendía tenazmente –según acaba de decírsenos– la dictadura del
proletariado como forma única de su poder gubernamental. Esta definición la ha
repetido muchas veces Kautsky –lo cual, entre paréntesis, demuestra toda la
indignidad de sus actuales tentativas encaminadas a falsificar la dictadura del
proletariado, hasta el punto de hacer de ella una invención rusa”. Pero a pesar de ello, debiera rescatarse ese
desprecio sincero de Trotsky por la democracia aburguesada en su libro
Comunismo y terrorismo, los partidos hegemónicos, el hambre juvenil de un
adulto por un mundo nuevo y más justo, la esperanza de lo posible y el
desprecio de los Congresos legislativos de la democracia formal (no la
deocracia revolucionaria), como única capacidad o herramienta de cambio social.
En un escenario de triunfo de una revolución,
escribía Trotsky, “la exclusividad del poder de la clase obrera sólo puede
garantizarse si se consigue hacer comprender a la burguesía, acostumbrada a
gobernar, todo el peligro que ofrece rebelarse contra la dictadura del
proletariado, minar sus cimientos mediante el sabotaje, los complots, los
alzamientos, la intervención de los ejércitos extranjeros”. Publicado por primera vez en México apenas en
1972, Comunismo y terrorismo (Editorial Juan Pablos) es sobre todo un análisis
de la validez del terror en las revoluciones, la carestía económica y
alimentaria en ellas, sobre todo después de la experiencia de la revolución
rusa y cómo ella iba a extenderse, decía Trotsky, por todo el mundo. “El proletariado no puede resolver el
problema del poder, problema fundamental de toda revolución, sino quebrantando
la voluntad del ejército que se le opone. La huelga general lleva aparejada la
movilización por ambas partes y permite una primera apreciación seria de las
fuerzas de resistencia de la contrarrevolución; pero sólo los desenvolvimientos
ulteriores de la lucha determinan el precio de sangre que ha de costarle al
proletariado la conquista del poder”, teorizaba Trotsky después de la
revolución rusa. La democracia es sobre todo un deber moral de
los gobiernos y no una intención revolucionaria de los pueblos. Es sagrada ante
la cursilería constitucionalista, pero –está demostrado– no soluciona
conflictos políticos y económicos de raíz. Ningún cambio verdadero,
políticamente real, es indoloro. No se equivocó el escritor y futuro director
del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, cuando en una entrevista
televisiva señaló que la arrasadora victoria electoral de Morena les había dado
la preferencia popular, pero no el poder. Es éste un entendimiento perfecto de
la situación política nacional.
No es necesaria una perspectiva marxista para
darnos cuenta de que a quienes dominan el país les es relativamente indiferente
el gobierno de la patria, si todavía ellos mantienen las fuerzas para ejercer
presiones económicas o políticas necesarias para tener un dominio sobre unas
mayorías desfavorecidas y tal vez engañadas con un cambio que quizá nunca
vendrá.