Va porque va
DENISE DRESSER
Lunes 15 de Octubre de 2018 7:57 am
“LES guste o no a nuestros adversarios, a los
fifís, a la prensa fifí, vamos a construir el Tren Maya. Me canso ganso”. Así,
de tajo, sin mayor explicación, AMLO contestó a los cuestionamientos sobre la
obra de infraestructura que será el sello de su sexenio. Y su réplica fue
ominosa, tanto en la forma como en el fondo; tanto por el tono en el que se
refirió a quienes piden más claridad, como por lo que parece una negativa a
proporcionarla. Después de años de licitaciones opacas, adjudicaciones
amañadas, dinero despilfarrado, cuatitud corrosiva, obras mal diseñadas y mal
realizadas, la sociedad merece saber cómo, para qué, quién y con qué objetivo
se gasta su dinero. La cuarta transformación no debería perpetuar las viejas
prácticas para nuevos proyectos, o más agravante aún, empeorarlas. No es un tema sólo del Tren Maya; es un tema
de cómo construye y cómo gasta el gobierno, muchas veces de pésima manera. En
2017, destinó 585 mil millones a contratación pública con deficiencias
sistemáticas en la preparación de proyectos de infraestructura; con procesos de
construcción precipitados cuando todavía no estaba suficientemente desarrollado
el diseño, y a veces no se había puesto en marcha la supervisión; con
convocatorias de licitación incompletas, poco competidas; con proyectos que se
prepararon y contrataron a la antigüita, en papel, sin tecnología digital.
Error tras error en obras emblemáticas como el Paso Exprés, el Tren Toluca, el
NAICM. Error tras error detectado en el estudio Ojos a la obra, elaborado por
México Evalúa, y que debería ser lectura obligatoria para el equipo involucrado
en el Tren Maya. Porque si no aprenden de los desaciertos de esas tres obras,
seguramente los repetirán. Las licitaciones del Paso Exprés se
realizaron con un proyecto ejecutivo incompleto, que requirió adecuaciones
permanentes durante la construcción, y el proyecto arrastró conflictos sociales
sin resolver. Las licitaciones del Tren Toluca se llevaron a cabo sin plazos,
sin trazos definitivos, sin estudios de viabilidad e impacto, sin derechos de
vía, terrenos y usos de suelo liberados. En el caso de la barda perimetral del
NAICM, los documentos de planeación y supervisión se completaron seis meses
después de iniciados los trabajos. La edificación comenzó sin Plan Maestro y
sin saber qué comprendería el NAICM, lo cual llevó a un sobrecosto de 89 por
ciento. En México, la obra pública es sinónimo de opacidad y discrecionalidad
que se traduce en corrupción y sobrecostos. Dada esa historia y esos
resultados, no es sólo razonable sino urgente pedir que el gobierno entrante
aclare todo lo que no sabemos sobre el Tren Maya. Porque lo poco que sí sabemos es preocupante.
No se ha hecho público un estudio de costo-beneficio, no se ha hecho público un
estudio de impacto ambiental y ecológico, no se ha hecho público el tema legal
de la liberación de los derechos de vía, no se ha hecho público el diseño de
las bases de licitación. Lo que sí ha ocurrido es una iniciativa de ley
aprobada por el Congreso de Tabasco para permitir más adjudicaciones directas
con el objetivo de facilitar la construcción al vapor del Tren Maya. Pero como
ha alertado la Cofece, el decreto no acota la discrecionalidad, acentúa su
aplicación. No fomenta la competencia entre propuestas, acaba con ella. No
elimina la excepcionalidad, fomenta su uso. Sin duda, la obra pública puede detonar el
crecimiento, producir derramas económicas, generar empleo y atraer inversión.
Pero sólo si se hace de manera eficiente, de forma transparente, apelando a las
mejor prácticas y no agudizando los viejos vicios. Es loable la intención de
dedicar recursos al sureste, de centrar la atención en zonas olvidadas, de
planear proyectos para regiones pauperizadas. Sin embargo, los buenos fines no
justifican los malos medios. El gobierno de López Obrador llegó al poder
ofreciendo eficiencia, prometiendo transparencia, augurando honradez. Entonces
debería promover políticas públicas que aseguren esos objetivos y no su
antítesis.
En cuanto a las propuestas, las reformas, y
las leyes del nuevo gobierno, es importante recordarle que pedir más
información y más claridad no es ser fifí ni “adversario”. Es ser ciudadano. Y
la respuesta democrática a preguntas legítimas de quienes –vía sus impuestos–
financiarán el Tren Maya no debe ser “va porque va”, sino “es mi obligación
explicarte cómo”.