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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ
Kurt y Felipe
Martes 16 de Octubre de 2018 7:50 am
LOS amigos me preguntaban desde cuándo me
había hecho de izquierda. Unos sostenían que era algo reciente. Puede ser, les
decía. Incluso recuerdo cuando alguno de los tíos, en la calle 16 de
Septiembre, luego de una intensa jornada de trabajo entre soldadura autógena y
eléctrica, oliendo a gasolina y grasa, con las ropas manchadas, se recargaba en
el costado de algún Chevy, y mientras fumaba sus Raleigh, me decía que eran
estupideces eso de justificar el movimiento del 68. En una ocasión, mi padre se burló. Citó, en
medio de un caldo de res, con sus respectivos aderezos consistentes en chile
verde cortado y desvenado, cebolla picada y limón rezumante, las palabras de
Gustavo Díaz Ordaz, diciendo, mal que bien, que si no hubiera sido por él,
ninguno de los jóvenes de entonces habría sobrevivido. Usted ni siquiera
estaría aquí, me dijo que el entonces Presidente le había espetado a uno de los
reporteros. Mi tío Jaime tenía una enorme biblioteca. Era
la Time-Life. La vendían de puerta en puerta. Él la compró desde muy joven y la
fue leyendo, sin prisas. Eran datos duros sobre los Kennedy o sobre el primer
hombre en la luna. Eran, también, estupendas fotografías, extraordinarias para
entonces, pero hoy inservibles, por pixeleadas, impresas en un grano ancho que
daba la idea de un trasfondo sepia natural en los 70. Eran, aquellos tomos, mi
delicia y la delicia de muchos que en esa época gustaban de leer o por lo menos
atendían a los llamados de su curiosidad. Y la satisfacían. Por eso cuando mi tío Jaime me dijo que eran
estupideces, coincidiendo con lo que me había dicho mi tío Pepe y mi propio
padre, supe que ese, el de la izquierda, iba a ser un camino tormentoso, arduo.
En el colegio Fray Pedro de Gante tuve un compañero con convicciones
socialistas que desde muy joven se confrontó con Kurt. Este último, apologista
de la libre empresa y del capitalismo; aquél de la izquierda y del comunismo.
En una ocasión, Kurt compró un Frutsi, se lo bebió de golpe, haciéndole una
ranura en la tapa de papel aluminio, y al terminárselo lo apretó. El sonido era
muy parecido al de los estómagos hambrientos de cualquier estudiante de
secundaria. Mira, le decía a Felipe Mancilla Margali (mi amigo izquierdista),
así es como suenan las panzas de los socialistas. Hoy vemos con azoro que hay quienes
argumentan que desde siempre estuvieron con Andrés Manuel López Obrador, el
segundo Presidente (creo que el primero fue Lázaro Cárdenas) en simpatizar con
la izquierda. Sin con esto querer decir que fueron (o son en el caso de Andrés
Manuel) militantes fervorosos del socialismo. Lo entendieron y lo entienden
cada quien a su modo. Lázaro fue solidario entre los republicanos españoles que
huyeron de su patria perseguidos por Francisco Franco. Puso barcos a su
disposición. Salvó a miles, con la ayuda también de Gilberto Bosques, un
funcionario del servicio exterior que en 1939 ayudó a escapar a muchos
españoles de las garras del nazismo y del fascismo europeos. Así es que ahora que la gente me pregunta
desde cuándo estoy en esto, lo único que les puedo responder es que desde
siempre. Mi familia, los tíos mencionados y mi padre, me tenían prohibido
pensar el mundo en los términos de la izquierda. Claro, tampoco voy a decir que
soy un profundo conocedor de, por ejemplo, la trova cubana o las canciones de
protesta que escucharon con tanto apasionamiento quienes me precedieron
generacionalmente. Pero la ideología cambia, los tiempos traen renovaciones y
nuevos aires. Cuando vemos de pronto a quienes crecieron en
un pensamiento empresarial puro, solidarizarse con López Obrador y esgrimir
argumentos poco creíbles sobre sus orígenes en la izquierda, que nadie salvo
ellos recuerda, lo único que se me ocurre es pensar en el oportunismo. Sí, yo
soy de una generación sin ideales, pero en cambio puedo citar a compañeros que
fueron claros en sus convicciones. Dos de ellos los mencioné ya: Kurt Malcher y
Felipe Mancilla. Eran chavos de dieces, brillantes, talentosos. No sé ahora a
qué se dedican, pero me gusta recordarlos confrontando sus ideas. Tampoco sé
quién ganará al final. Después de todo, estar en el mundo se trata de aprender,
de divertirse. De pensar.
Fe de erratas: En mi columna de la semana
pasada hubo una confusión de nombres. El locutor del que hablaba Marco Antonio
Campos era Rolando de Castro y no Rolando Cordera. Trabajó en Radio UNAM; tuvo
un programa de TV con Eraclio Zepeda y Nadia Piamonte en Imevisión. Murió hace
20 años.