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Lo del agua, al agua



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 20 de Octubre de 2018 8:49 am


EL pueblo amaneció bajo el viento fuerte. Toda la noche sacudió las ventanas y cortinas. Los árboles danzaban sin cansarse. El suelo mojado era un espejo café o negro, de tierra y chapopote. La lluvia no quería irse. La gente se enchamarró, caminaba bajo paraguas y saltaba entre los charcos para llegar a la escuela o a la iglesia.

No era frío invernal, pero había cambiado el clima. El otoño anunciaba que las remesas del norte comenzarían a llegar, las sobras de los frentes fríos del norte que azotan la región del Golfo y se convierten en ligeros huracanes. Hasta en eso dependemos de los gringos y canadienses, nos dice Juan José, amigo del rumbo de los Tuxtlas. 

Ni cómo enfrentar la naturaleza. Vanos intentos. Cuando el hombre se asienta en zonas de humedales, tarde o temprano el agua cobra la cuenta, inundará, la gente perderá su inversión y más de una familia quedará sin nada, entonces deben comenzar su lucha como jóvenes recién casados.

Un amigo de Juan José nos relata cómo los comercios establecidos en las playas serenas y calmas, de aguas someras y olas casi simuladas, de pronto desaparecen por el viento y la lluvia de huracanes o vientos del norte. El agua se acelera, desde el fondo del mar brincan las olas y su espuma blanca nos dice que el mar está ofuscado, no debemos acercarnos.

Recordé cómo en el puerto su malecón se baña con las olas empujadas por el viento norteño. La amplia calle del bulevar se moja cada año durante meses, es agua fría que se alborota y de felicidad salta alto, se seca en las banquetas y las modernas calles.

En realidad, el agua azota el bulevar porque es su terreno natural, el agua no reconoce fronteras, una vez vivió ahí y ahí quiere seguir viviendo. Es el hombre el que quiere imponer barreras y enfrenta a la naturaleza para dominarla, sin grandes éxitos. 

Las opiniones de mis amigos me recuerdan las recurrentes inundaciones de la zona urbana del norte de Colima. Cualquier lluvia voluminosa pone en crisis la circulación y la vida cotidiana. La gente vive riesgos severos, sobre todo a bordo de sus vehículos. Todo por la soberbia de algunos constructores o gobernantes retadores. Y así debe ser en todos los rumbos donde se menosprecia a la naturaleza. Te reto, te enfrento y pierdo, parece ser la máxima.

La casa de mi amigo sureño, conocedor y amante de los tuxtlas, recibía una cortina de agua que se descolgaba por la pared, parecía pared de banco para apaciguar a la clientela. Hace 2 días que no deja de llover, los vientos son muy fuertes y estas tierras bajas se remojan y reblandecen. A veces da miedo, pero pasan las lluvias y los vientos del norte y se nos olvida. 

Salí al pórtico del modesto hotelito. Vi el parque central, su quiosco y la ofrenda a la cultura olmeca y sus cabezas colosales. La lluvia seguía, las gotas salpicaban sobre el agua. Abrí mi paraguas y con mis amigos fui al otro extremo del parque, al portalito. Me senté en las mesas del corredor, pedí mi comida sana, antes mi café cargado. Con este café de la mañana puede disfrutarse el mejor panorama lluvioso de la selva. Además, es el mejor café veracruzano que he probado, quizá compite con el café de Pluma Hidalgo, Oaxaca.

El agua manda, me dicen, el viento anuncia, y cuando bufa, asusta. El tiempo de duración decide todo el efecto, para bien o para mal de nosotros. Las lluvias largas e intensas son buenas, pero nos afectan. Por eso hay que ubicarse en los sitios donde no corre el agua, ésta reconoce y no respeta, hay que respetarla a ella.

Los encargados de proteger al pueblo se asustaron con el primer norte ligado a las lluvias de verano. Como lo que hay. Seguí mi desayuno con unas sabrosas gorditas de frijol negro, esos sopes que pido sin grasa y que me recuerdan los de mi rancho colimote.

Lo del agua irá al agua, ya lo saben, concluyen mis amigos. Y hay que entender y no olvidar que le debemos respeto profundo. Todos somos de agua. 


nachomardelarosa@icloud.com