La palabra del domingo
ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ
Nada de eso entre nosotros
Domingo 21 de Octubre de 2018 8:44 am
CAMINO de Jerusalén, Jesús va
advirtiendo a sus discípulos del destino doloroso que le espera a él y a los
que sigan sus pasos. La inconsciencia de quienes lo acompañan es increíble.
Todavía hoy se sigue repitiendo. Santiago y Juan, los hijos del
Zebedeo, se separan del grupo y se acercan ellos solos a Jesús. No necesitan de
los demás. Quieren hacerse con los puestos más privilegiados y ser los primeros
en el proyecto de Jesús, tal como ellos lo imaginan. Su petición no es una
súplica sino una ridícula ambición: Queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás. Jesús parece sorprendido. No sabéis lo
que pedís. No le han entendido nada. Con paciencia grande, los invita a que se
pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de
lo que ocurre, los otros 10 discípulos se llenan de indignación contra Santiago
y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones. La ambición los divide y
enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesados rompen siempre la
comunión de la comunidad cristiana. También hoy. ¿Qué puede haber más contrario
a Jesús y a su proyecto de servir a la liberación de las gentes? El hecho es tan grave, que Jesús “los
reúne” para dejar claro cuál es la actitud que ha de caracterizar siempre a sus
seguidores. Conocen sobradamente cómo actúan los romanos, “jefes de los
pueblos” y “grandes” de la tierra: tiranizan a las gentes, las someten y hacen
sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, vosotros nada de eso. Entre sus seguidores, todo ha de ser
diferente: El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser
primero, sea esclavo de todos. La grandeza no se mide por el poder que se
tiene, el rango que se ocupa o los títulos que se ostentan. Quien ambiciona
estas cosas, en la Iglesia de Jesús, no se hace más grande, sino más
insignificante y ridículo. En realidad, es un estorbo para promover el estilo
de vida querido por el Crucificado. Le falta un rasgo básico para ser seguidor
de Jesús. En la Iglesia, todos hemos de ser
servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba,
desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo,
desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás.
Amigo(a): Nuestro ejemplo es Jesús. No
vivió nunca “para ser servido, sino para servir”. Éste es el mejor y más
admirable resumen de lo que fue él: servir y dar vida.